Esta vez no estaba en un bosque, sino en un extraño y oscuro pasillo de piedra vestida muy similar a la vez anterior, pero en color verde. Llegué hasta una ventana y la abrí. Miré el paisaje y vi el prado de petunias a lo lejos, y el bosque al lado. Luego observé a los costados y noté que estaba dentro de un castillo antiguo.
Reí como una tonta. ¡Vería a mi bayim! Corrí a buscarlo.
Pero en el camino tropecé con una pandilla de cuatro niños que venían en sentido contrario. Me hice a un lado para no detener su juego, pero ellos pararon y se tiraron encima de mí, riendo y diciendo: «Mamiii, mamiii».
¿Mami? ¿Yo tenía hijos en esta fantasía? ¿No se suponía que debía ser un sueño mojado... de algo más que no fuera pis? —levanté al más pequeño que me pedía upa y fruncí mi nariz al sentir que había que cambiarlo.
En ese momento llegó una mujer. Presumí que debía ser la niñera, porque me sacó al bebé de los brazos y con una venia se excusó aludiendo que iba a cambiarle los pañales. No sabía qué más hacer, así que la seguí. Quizás donde íbamos podía encontrar a mi bayim.
Los niños hablaban hasta por los codos, y lo más insólito de todo era que, aunque lo hacían en un idioma completamente extraño, yo les entendía. Y al parecer, ¡ellos también a mí! Miré a mi alrededor y se suponía que estábamos en el área de los niños del castillo, había oído hablar de esas separaciones y ahora comprobaba que realmente existieron. Dudaba que mi divina obsesión fuera muy seguido hasta allí, así que me resigné a no verlo y me dediqué a disfrutar de mis supuestos «hijos». La mayor era niña, de unos ocho años, y los otros tres varones, entre seis, cuatro y dos años. Al parecer la mujer que encarnaba estuvo muy ocupada y obvio... no tenía tele.
La verdad, disfruté de la compañía de los niños, eran preciosos y muy educados. Sobre todo el pequeñín, que no quería bajar de mis brazos.
—Mami, tete —dijo de repente. Miré a la niñera, no sabía qué hacer.
—Es su hora de dormir, milady —anunció. Puede ir al cuarto contiguo para darle el pecho, allí tendrá privacidad. Yo prepararé a los demás para la cama.
¿Darle el pecho? Mi cara debió haber sido un poema.
—Eh... ¿no hay una nodriza o algo similar? —pregunté no queriendo meter la pata hablando de biberones, que quizás ni existían en esa época.
—Usted siempre insistió en hacerlo personalmente, mi señora —y llevó a los niños a la otra habitación mientras yo iba con el bebé al dormitorio.
Me senté en una mecedora y no tuve que hacer prácticamente nada más que descubrir uno de mis pechos, que estaba hinchado y desprendía líquido. El pequeñín sabía lo que debía hacer. Se acomodó en mi regazo, metió el pezón en su boca y empezó a succionar en forma regular, emitiendo soniditos de satisfacción y moviendo su manita sobre mí, como agradeciéndome por ser su mamá y alimentarlo.
Sentí tanta ternura que quise ponerme a llorar.
¿Así que eso era ser madre? Me gustaba... nunca me había sentido tan cercana a un ser humano como a ese bebé desconocido.
Una vez que se acabó la ración del pecho derecho, solicitó el izquierdo. Sonriendo, lo complací y siguió mamando tranquilo hasta quedarse dormido. Yo misma ya estaba somnolienta, así que cerré los ojos y disfruté del extraño placer de hacer de madre por primera vez.
Hasta que escuché un susurro en mi oído:
—Esta es la visión más perfecta del mundo, tú alimentando a nuestro hijo. El dulce amor con sabor a leche, el regalo hecho alimento cultivado en tu alma.
—Bayim —gemí y me quedé como hipnotizada viendo a esa perfección de hombre en su traje de comandante en jefe, todo cuero negro y metal brillante.
—Hola, sevgili. Te he extrañado todo el día —levantó a nuestro bebé y lo puso en la cuna. Luego volvió hasta mí y se arrodilló entre mis piernas—. Te extraño incluso cuando estás conmigo —dijo acariciando con sus enormes manos mi pecho descubierto.
¡Oh, Dios! Mirándolo embobada había olvidado cubrirme. Pero... ¿qué más daba, no? Era mi supuesto esposo, el padre de mis cuatro hijos. Decidí darme permiso para gozar, y lo hice. Mientras que con sus dedos acariciaba mi pezón y lo apretaba, con su boca trazaba un camino de besos desde el cuello hasta la cumbre de mi pecho y de vuelta.
Y entonces... me besó.
Inclinó la cabeza lentamente para buscar mis labios, apenas rozándome. Pero el ligero toque era más sensual que un beso. Mordió mi labio inferior y siguió acariciándolos sin besarme del todo. Las sensaciones parecían envolverme, haciéndome perder la cabeza. El sonido ronco de su respiración, su aliento, el roce de sus labios...
Por fin, cuando estaba a punto de derretirme, me entreabrió los labios con su lengua y probé por primera vez su sabor. Sabía a vino y a algo muy masculino, muy excitante. Mi cuerpo estaba encendido, mis pechos hinchados. Deseaba que siguiera tocándome.
Imposible, pensé. Aquello no podía estar pasando. ¡Era un desconocido en mi sueño quien me estaba besando! Estaba segura de que aquello era una locura. Pero no quería despertar. Si de verdad era un sueño, quería seguir dormida, no quería saber nada, solo quería sentir lo que estaba pasando.
Con las manos de él sujetando mi cara y su cuerpo apretándose contra mí, me entregué por completo a aquel beso, contestando cada gemido, cada suspiro.
Y me sentí más viva que nunca.
Al parecer mi bayim tampoco podía pensar. Por el momento, lo único que parecía capaz de hacer era besarme y acariciarme. La atracción existió desde el primer momento que lo vi, de modo que no me sorprendía. Lo que me llamaba la atención era la intensidad, el ansia abrumadora que me consumía por tenerlo.
Mi cuerpo apretado al suyo, mis senos comprimidos contra su pecho, hacían que me hirviera la sangre y sentía que mis gemidos lo volvían loco. Cuando abrí los ojos vi deseo en ellos, el mismo que sentía por él. Con las mejillas rojas, los labios húmedos y un poco hinchados, era simplemente... irresistible.
—¿Hacemos otro bebé, sevgili? —susurró.
¿Y adivinen qué...?
*****
¡Mierda, mierda y recontra mierda! Desperté justo en el mejor momento. Maldito despertador de pacotilla, inservible e inútil armatoste rompe-sueños húmedos.
Ese día llegué a la oficina tarde, y me retiré también más tarde. Con tanto rollo extraño en mi cabeza, todas las tareas me llevaban más tiempo terminarlas. Tardaba el doble en procesar cualquier información porque mi mente siempre estaba en otro lugar y otra época.
A este ritmo me volvería loca en un mes.
Y por si fuera poco, me dediqué a investigar por internet a un moreno de pelo oscuro y ojos pardos que me tenía loca. No había mucha información sobre él, solo que su nombre fue Malkoçoğlu Bali Bey, nació en 1.495 y murió en el campo de batalla en 1.548, que fue un destacado comandante militar otomano y gobernador al servicio del sultán Suleimán. Fue comandante del cuerpo de caballería ligera Akıncı, conformado por los exploradores y los soldados de la línea frontal del ejército otomano y el Sultán le había premiado con tierras por su labor hacia el imperio.
¡Oh, Santo Cielo! Moriría en solo tres años y me dejaría viuda. Fruncí el ceño. ¿A mí? Qué locura... bueno, a esa mujer del sueño. Y pobres niños, quedarían huérfanos. Me sentí muy triste por eso. Y luego me dije: Idiota, si todos llevan muertos casi quinientos años.
Me encogí de hombros y seguí con mi trabajo, ansiosa... solo esperando que llegara la noche para comer esa última manzana, y mi sueño tenía que hacerse realidad, por lo menos la bruja maorí me debía una noche de placer por tanto misterio... solo una.
Y cuando llegué a casa, cansada y ávida de aventuras, el fruto del pecado me estaba esperando, y no necesité que la víbora me tentara.
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Peregrinos del Tiempo
RomanceRELATO COMPLETO (lectura libre) Eulalia tenía claras dos cosas: era periodista y no tenía vida amorosa, menos aún citas a ciegas. Entonces... ¿cómo haría para escribir el siguiente artículo encomendado por su jefe sobre ese tema? Investigando sobre...