Primera Manzana

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Nunca había visto un lugar tan mágico y con tanto colorido. Era solo un bosque, pero los colores eran más reales que cualquiera que hubiese visto antes. El pasto más verde, las hojas más brillantes, las flores con más colorido, todo relucía... ¿dónde me encontraba?

Miré mi atuendo y fruncí el ceño. ¿Qué era lo que llevaba puesto? Un vestido de época, largo y amplio de raso bordó, con un corsé que formaba parte del vestido, a la vista y tan ajustado que casi me asfixiaba. Mis pechos estaban comprimidos y levantados, se veían preciosos desde mi perspectiva, las copas cubiertas con una tela de seda del mismo color que el vestido y las mangas en los dos tipos de telas, pero la seda se expandía desde el codo hasta casi rozar el suelo.

¿Acaso era un sueño sobre princesas o quizás sobre un baile de disfraces? No podía ser... el sol apenas estaba bajando en el horizonte. Y no creía que se realizaran bailes en el bosque. Levanté la falda y miré lo que llevaba debajo. Reí a carcajadas al ver el bombachón largo que tenía como ropa interior, el sueño era bien completo.

Seguí caminando, embelesada por el paisaje desconocido hasta que llegué a un jardín inmenso de tulipanes, de todos los colores que se puedan imaginar. Era algo... magnífico, increíble. Corrí entre las flores, gritando de alegría hasta que me dejé caer de espaldas entre ellas, cerré los ojos y disfruté del exquisito aroma que desprendían.

Y cuando abrí los ojos, me sobresalté.

Un hombre vestido de cuero marrón estaba en cuclillas a mi lado, observándome con ternura y un caballo detrás pastando tranquilamente.

—¿Te asusté, sevgili? —preguntó besando mi nariz y acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.

En la vida real ya me habría levantado, le hubiera dado una bofetada y estaría huyendo de él sin pensarlo dos veces. Pero... ¡era un sueño! Y él, para ser sincera... era un adonis de carne y hueso. Alto, muy alto. De pelo y ojos oscuros, piel canela y rasgos aristocráticos, aunque muy masculinos. Llevaba una barba de más o menos tres días, ideal para hacer cosquillas en lugares estratégicos.

—¿Quién eres? —indagué.

—¿Quieres jugar, Eulalia? —y tocó mis labios con su pulgar. Una corriente eléctrica traspasó mi piel y se alojó en todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

Hice amague de levantarme, pero él me mantuvo prisionera en mi lecho de flores. A pesar de que sus grandes manos me sostenían del cuello, no tuve miedo. Por instinto sabía que eran herramientas de placer, no de tortura. ¿Y por qué no aprovecharlo? Era un sueño... y yo estaba realmente necesitada.

—Bien, juguemos —propuse—. Yo seré una desconocida muy curiosa. Te haré preguntas y tú debes responder a todas ellas. Primero... ¿cómo sabes mi nombre? ¿Y cuál es el tuyo?

—Soy tu señor, el amo de estas tierras y de todo lo que puedan abarcar tus ojos ahora —bajó sus manos por mi esternón hasta llegar a la copa de mis senos—. Soy el comandante militar otomano y gobernador al servicio de Suleimán el Magnífico, y tú mi querida sierva... —terminó como en un susurro—: eres mía.

Esto sí que era cómico, ¡El Sultán Suleimán! Mi sueño me trajo ¡a Turquía del siglo XVI! Un hecho bastante sui generis. Con razón su extraña vestimenta... ¡y la mía!

—¿Y cómo debo llamarlo, mi señor? —él estaba siendo bastante osado al tocarme, ¿por qué tenía yo que esperar tan pasiva? Levanté mi mano y acaricié su barba. Él se acercó más y se recostó a mi lado, apoyando el codo en el lecho de flores y su cara en su puño cerrado. Me dejó continuar.

Peregrinos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora