Capítulo 4.

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—¿Quién era? — Preguntó Melissa

—Me encantaría saber — Contestó. Intentó hacer un gesto de desinterés, pero su cara no se enteró de eso y termino poniendo una cara de preocupación, algo seria y sin el más mínimo intento de sonreír.

 —¿Pasa algo?

 —Desearía que no— Kitty cerró los ojos por un instante.

No pasaba nada. Bueno, no nada de lo que pudiera preocuparse, aquel joven no era más que otro chico enamorado, como cualquier otro —incluso como yo—, con ganas de poder amar a alguien y que le amaran de vuelta, lamentablemente a veces no es posible cumplir lo que queremos. Él estaba enamorado pero ella… Bueno, ella no tenía ni la menor idea de quién podía ser su admirador.

—Vamos a comprar alguna otra cosa — Sugirió Melissa y Kitty aceptó con gusto.

Ya habían terminado su helado desde varios minutos atrás, pero seguían en la heladería porque no habían hablado bien y por lo tanto no planearon ir a ningún otro lugar. Caminaron hacia afuera de la tienda, debo mencionar que era una tienda grande, pues no sólo vendían helados, sino toda clase de bebidas refrescantes, nieves, aguas y muchas otras cosas, y cuando salieron el sol ya no brillaba tanto como lo hacía cuando recién llegaron. La tarde comenzaba a tornarse más apagada con cada minuto, las luces de las calles ya estaban encendidas, pues ya eran necesarias para poder ver con claridad.

Caminaron hasta uno de los puestos donde vendían churros y cada una compró una bolsa (la cual tenía cuatro churros, oh no, creo que se me antojaron).

—¡Ay, no! —Gritó inesperadamente Melissa—. Olvidé mi teléfono en algún lugar… —agachó la cabeza para mirar al suelo, dio unas cuantas vueltas alrededor de donde estaba pero no encontró nada y levantó la cara con un gesto de tristeza—, no, aquí no está.

—Tal vez lo dejaste donde compramos las nieves. —Le dijo Kitty, en la cual había una expresión seria, no sonreía desde la llamada que había recibido y tampoco se notaba alegre, al contrario: Parecía preocupada y triste.

Continuaba pensando en su intento de cita.

—No, no puedo dejarlo, tengo que regresar por mi celular, ¿vienes conmigo o me esperas aquí? No tardaré. —Dijo la chica al darse cuenta que su celular no estaba por ningún lado del suelo ni donde habían acabado de comprar.

—Aquí te espero, no tengo ganas de caminar.

Melissa regresó por el camino por el que habían ido, iba caminando muy lento  e iba mirando hacia abajo para ver si lograba encontrar su teléfono móvil. Kitty la observó caminar, la seguía observando, aún la alcanzaba a ver… Y de repente desapareció de su vista, Melissa había caminado lo suficientemente lejos como para que Kitty ya no lograra verla.

En la mente de Kitty había una terrible confusión, estaba ansiosa por conocer la identidad de la persona que le había llamado.

Tal vez pienses que es algo estúpido, pues ni siquiera sabía quién era, y todos sabemos que las citas así terminan fracasando y si no, a lo más que se aspira es a una amistad un poco rara.

Tomó su celular y revisó la hora: 6:40 P.M.

Pasaron 10 minutos y Melissa no daba señas de estar cerca de regresar.

No lo parecía, pero la desesperación embargaba cada vez más a Kitty. Era como si con esa llamada la hubieran hechizado, como si esa voz la hubiera encantado y ahora necesitara saberlo.

Pero ya no podía hacerlo, ya era muy tarde.

Estaban cerca de dar las 7:00 P.M. Ya habían pasado más de dos horas desde que tenía que haber llegado al lugar donde la iban a esperar. Pero no, no lo hizo, se detuvo y no pudo hacerlo.

—Aparece ya… Aparece… — Dijo Kitty en un sonido tan bajo que apenas y ella misma logró entenderse. Pensaba en Melissa.

Kitty comenzó a temblar en donde estaba. Movía sus brazos con desesperación y, si pasabas junto a ella, podías incluso sentir la tensión que salía desde ella.

No pudo más.

Miró su teléfono móvil una vez más, miró la hora, pero le ocurrió como muchas veces nos pasa: Que quieres ver la hora, parece ser que la ves, pero cuando guardas tu teléfono te das cuenta que no la has visto.

Apretó los puños como si fuera a golpear a alguien, agarró valor y giró sobre su propio eje. Desde donde ella estaba alcanzaba a ver la copa del tan conocido ‘Gran Árbol’, donde su voz tenía que haber tomado lugar. Alzó la cabeza y logró verlo mejor.

Caminó sin pensar lo que estaba haciendo, caminaba por impulso, pero también porque su corazón la presionaba a caminar, sentía que necesitaba hacerlo o no podría pasar mucho tiempo sin enfermarse o sin que le pasara algo por culpa de la ansiedad de conocer a ese alguien.

Caminó más. Mientras iba caminando estuvo a punto de tropezar y caer, pues no prestaba atención en donde daba sus pasos, simplemente caminaba. Llevaba las manos colocadas en su estómago una sobre otra. Temblaba al caminar. Iba muy nerviosa.

La luna anunciaba que la noche estaba más cerca de caer sobre la ciudad, ya no se alcanzaban a ver ninguno de los reflejos ni de los rayos del sol.

Llegó.

Había mucha gente ahí, la mayoría de las personas en ese lugar estaban en grupos de tres o cuatro, otros pocos estaban por parejas, pero no había ninguno solo. Giró la cabeza dos o tres veces para buscar a algún joven que se encontrara solo, pero no lo halló. “Aff… Fue todo una mentira, lo sabía, no debí venir, soy una tonta, ¿cómo podría yo… gustarle… a alguien?” Pensó. Y en ese momento sintió una presión en su garganta, la cual causaba que no pudiera hablar y sentía que, si lo hacía, terminaría llorando. Movió su pie derecho para dar media vuelta y regresar justo por donde había llegado, pero, antes de poder hacerlo, algo la detuvo.

—Llegaste… Te dije que te esperaría las horas que fueran necesarias —dijo la voz del teléfono, pero esta vez se oyó más cerca. Esta vez no estaba en el teléfono. Estaba detrás de ella.

La hora más esperada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora