El tema que está a flote en el comienzo de la adolescencia, siempre va a ser el sexual. Si bien, también está en la niñez, no es tan cargado como a esa edad. Porque bueno, en la niñez es la típica historia que los papás les dan a sus hijos: Que la cigüeña, que la semilla, que el fruto del amor. Y ahí es que uno como hueón va a investigar por su cuenta y se encuentra con otra realidad. Te lo pintan de una manera completamente diferente. Yo todavía me acuerdo cuando se lo pregunté a madre. Estaba concentrada planchando, y llegué yo. "Mamá. ¿Cómo nací?". Se puso roja, rió, y no fue capaz de decirme nada. "Eso lo sabrás cuando seas más grande", me contestó después. Y yo, con mi cara de niño que no rompe un plato, me fui. La otra pregunta incómoda fue tres años después: "¿Qué es un condón?". Se lo pregunté a madre de nuevo, porque lo había escuchado de un programa que ella veía, donde un juez resolvía casos. Su respuesta fue simple. Una cara de fingida confusión (Que no noté en su momento por mi desbordante inocencia) y un "no sé".
Con esa clase de situaciones, es donde uno empieza a buscar por cuenta propia, y ya después sabes más que tus papás. Yo no tenía a muchos que preguntarle, mis amigos del colegio eran tan canutos que con cualquier tema se alarmaban, tío era el pastor de la iglesia. Pero me acuerdo que tenía una compañera, se llamaba Emma. Nunca podía mirarla a los ojos porque me ponía rojo, siempre le andaba mirando las piernas, ella sabía, siempre me pillaba, pero se hacía la loca. Con ella averiguábamos todo lo que podíamos. Una vez, como a los doce, le pregunté: "¿Cómo se excitan las mujeres?", pero ella tampoco sabía. Meses después apareció y me dijo que ya sabía. Yo, curioso, le pregunté de nuevo. Me dijo: Te diré en mi cumpleaños.
Era ese mismo sábado. Madre me fue a dejar a su casa de los primeros, yo iba todo nerd, con un corbatín y el pelo peinado hacia al lado, lleno de gel. Le entregué el regalo. Nuestros papás eran buenos amigos, así que mientras mi mamá le ayudaba a preparar lo último, ella me tomó de la mano y me llevó a su pieza. Todavía me acuerdo que cuando íbamos subiendo la escalera, yo miraba debajo de sus cortito vestido de flores. Cerró la puerta, me acorraló contra la pared, y se apegó a mi. Me puse nervioso, y le pregunté que qué estaba haciendo. "Te quiero mostrar", me susurró. Sentí un movimiento de su mano y me di cuenta de que se estaba tocando entre las piernas, su cara era rara, no dejaba de mirarme, pero yo ya no estaba nervioso, no parecía pollito nuevo. Lo único que quería era seguir viéndola, tocarla yo mismo. Como si me hubiera leído los pensamientos, me tomó la mano y la puso debajo de su vestido. Esa fue la primera vez que toqué una vagina, aunque no directamente. Toqué su pantie y estaba media mojada, no quería sacar la mano de ahí, y mientras más tocaba, más le gustaba. Nos dimos el segundo beso (El primero había sido a los nueve, cuando en un campamento dormimos en la misma carpa). Inexperto, corto, sin movilidad. Su tía golpeó la puerta y nos cagó la onda.
Ese cumpleaños estuve en otro mundo, y cuando llegué a mi casa, después de comer, fui corriendo a mi pieza. Cuando estaba a punto de quedarme dormido, me puse a pensar en ella, en su cara, en lo que sentí cuando la toqué. Me hice mi primera paja. Los labios me dolían de tanto morderlos, pero yo no podía parar de mover la mano contra el pedacito de carne que tenía.
Fue la primera... de muchas. Cada vez que veía que a alguna niña se le levantaba la falda, cada vez que Emma se agachaba, cada vez que veía videos musicales de minas casi en pelota, corría a mi pieza y me encerraba. Y cada día que iba a la iglesia, me arrepentía porque sabía que lo que hacía estaba mal. Pero todavía no entendía mucho, así que no sentía mucha culpa.
Después vino la etapa de la verdad. Una noche me levanté porque no podía dormir, me puse a ver tele y me topé a dos entes en una cama, el tipo se veía normal, pero la mujer tenía una cara de caliente que no se la quitaba nadie. Tetas al aire y se tocaba a cada rato. En menos de dos minutos ya experimentaba ese calor, el mismo que se siente cuando uno está a pleno sol en verano.
Pajas, pajas y más pajas. Todos los viernes esperando a que todos durmieran para ir a ver cosas cochinas en la tele.
Los domingos, día familiar. La familia perfecta se reunía en mi casa luego de la iglesia para seguir rezando y recalcar un sinfín de cosas. A esas reuniones rara vez llegaba mi tía viuda, y su hija. Una niñita dos años mayor que yo. Entonces, yo miraba su busto en plena etapa de crecimiento, pero me acordaba:
Levítico 18:6
"Ninguno de vosotros se acercará a una parienta cercana suya para descubrir su desnudez; yo soy el SEÑOR."
Mi mirada bajada a la comida, ahí me entretenía con tal de no pensar en mi prima y en cómo sería tocarla bajo la falda.
Con el tiempo, el vocabulario de uno se agranda. Llegan palabras nuevas, pero de esas prohibidas.
Masturbación-Penetración-Semen-Orgasmo-Virginidad-Sexo oral.
Una a una las fui buscando por cuenta propia para saber de qué se trataban, pero la última nunca la averigüé, porque no era algo difícil. Juraba de rodillas (Como todos alguna vez [ Supongo]) que era decirse un par de cosas sucias, o no decir, porque yo todavía no sabía mucho de qué catalogaba como "cosas sucias". Gemir, eso, gemir.
Desde los catorce, lo único que pensaba era: ¿Qué se sentiría perder la virginidad? Pero después rezaba pidiendo perdón por los impuros pensamientos que se paseaban por mi cabecita. Ya entendía el tema. Desde que ponía un pie en la iglesia, era. No fornicarás, no fornicarás, no fornicarás. Y yo, hijo menor de una familia que día a día me explicaba que debía casarme y entregarme en cuerpo y alma en la noche de bodas, lo único que quería era ir y meterme con la primera que pasara. La duda me rondó dos años más en la cabeza. La duda desapareció cuando cumplí dieciséis. Una noche, en la fiesta de un amigo que estaba de cumpleaños, organizamos el plan. Me pasó un preservativo y subí con Emma a la pieza. Ella también era virgen, pero no lo parecíamos. Para mi siempre habrán dos tipos de inmaculados; los primeros, son lo que se entregan por amor, esperan a la persona indicada y no están apurados. El otro tipo, son los perros calientes que piensan todo el día en encontrar el momento adecuado para descubrir lo que se siente tirar. Los segundos éramos nosotros. Años reprimiendo lo que queríamos por la culpabilidad fornicaria que nos daría y por lo inculcado por la familia. Pero fue esa noche donde mandamos a la mierda los principios. Nos revolcamos por toda la pieza hasta no dar más. La primera metida, duré como cinco minutos. Fue milagro que no durara uno con semejante cuerpo. La segunda, un poco más, y la tercera fue más aceptable. Luego de dejar un desastre en esa pobre cama, arreglados y con cara de niños buenos bajamos, así como llegamos. Madre nos esperaba en el auto, entramos, y con esa sonrisa cómplice, disimulamos para guardar en secreto lo que había pasado. Meses después, madre, padre y hermano me preguntan: ¿Sigues virgen, Takanori?". Yo asiento como esos perritos que mueven la cabeza en los autos.
Después me acordé que mentir también era un pecado, ¿cuántos llevaba ya? Parecía que mientras más pensaba en lo que estaba correcto, más me amargaba, más me deprimía, más me sentía culpable. Mientras más fantaseaba con tetas y vaginas, se me olvidaba lo que estaba bien y mal. Con el paso del tiempo dejé de sentir tanta culpa, dejaba de pedir perdón en las misas porque sabía que cuando llegara el fin de semana culiaría con todas las que se me cruzaran. Agarré el ritmo, ya no me costaba mucho engrupir a una niña linda para llevármela a la cama. A la Emma la echaron del colegio y no la volví ver más. Era nuestro penúltimo año, y la echaron. La pillaron chupándole el pico a un hueón en el baño, los expulsaron a los dos. Sus padres no pudieron con la vergüenza, se la llevaron a otra cuidad, y madre me prohibió verla, no quería que me involucrara con niñas que le abrían las piernas a todos los hombres. Porque si había algo que me recalcaban, era: No puedes estar con una muchachita que no sea virgen.Los días en el colegio ya no eran tan bacanes como antes, Emma era la única fornicaria que podía entenderme, entre todos los canutos que no dejaban de mirarme raro por haber sido uña y mugre con ella.
Llego a mi casa, tiro la mochila al sofá. Madre me reta porque desordeno el perfecto armado de los cojines. Tía se ríe. Tía, es como la salvadora. Ella reza, ella sonríe, ella no mira mal a las personas de otros pensamientos, ella no se mete en la vida de los demás. Todo lo contrario a padre y madre. Tía es la raja. No sé qué haría sin ella.
Comemos en familia y subo a estudiar. Bajo, nuevamente a comer. Mientras todos creen que estoy preocupado de mis estudios, yo miro a la nada pensando en que necesito penetrar. Busco candidatas y me retiro de la mesa con la excusa de que tengo que ir a comprar una camiseta. Follón con la pelirroja todo el rato.
ESTÁS LEYENDO
Joven y Alocado. (REITUKI)
FanfictionUn chico de 17 años, hijo de una familia conservadora y fanática religiosa; ese es Takanori. En plena edad del deseo y la curiosidad sexual, el castaño relatará sus experiencias, las estrictas exigencias de sus padres, y la culpa que le carcome por...