Día 6: Patinaje en pareja.

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El gruñidito molesto desencajaba en la expresión del hombre; podía ser reservado, estoico, inaccesible para algunas personas, pero ese gesto no era propio de él, más común al contrario en su novio rubio que los miraba desde las gradas, sorprendido al igual que su compañera por el pobre desempeño que el kazajo estaba teniendo ese día. No era lo usual. Otabek siempre se esforzaba al máximo para tener un buen desempeño en las competencias, más aún cuando se trataba de explorar nuevas cosas que salían de su zona de confort, como lo era el patinaje de pareja. Cuando Mila se lo pidió con tono suplicante aquella vez aceptó creyendo que se trataba sólo de un capricho infantil que la pelirroja olvidaría en un par de semanas, pero no fue así. Antes de comenzar la temporada le envió sus sugerencias de música y él cayó en cuenta de la seriedad con la que la rusa hablaba del tema.

Una temporada en el patinaje conjunto ¿Por qué no?

Ahí estaba. Llevaba tres meses entrenando en Rusia con Mila, y durante ese tiempo lograron congeniar sus ideas y armar un programa ganador. Todos los que lo habían visto aseguraban eso, hasta el propio Yuri.

Por eso mismo era mucho más extraño ver los fallos de Otabek en la pista, que entre su propia frustración y las palabras de aliento de su amiga no lograba despejar su mente de lo que la ocupaba distrayéndolo de lo importante.

Una estrepitosa caída de los dos al enredarse con sus propios pies en los movimientos erróneos. Yuri suspiró con algo de frustración. La nada comparada con la de su pareja.

- Creo que es mejor que dejemos el entrenamiento por hoy. - la muchacha se levantó con ayuda del moreno que tenía cara de pocos amigos. Esa frase no suavizó su gesto.

- Lo lamento, Mila.

- No te preocupes, entiendo. Todo el mundo tiene días malos. Ya se te pasará. - y una sonrisa amigable iluminó el rostro de porcelana.

No demoró en salir de la pista y se fue presurosa. Seguramente tenía cosas que hacer. El rubio que estaba sentado mirando a la mujer salir de ahí volvió la mirada felina hasta el que todavía estaba en el centro del hielo. Observándolo a través de la cortinilla de cabellos rubios que cubrían parcialmente su ojo.

- Vamos a casa. Sal de ahí. - ordenó con voz amable para tratarse de una orden. Beka no estaba del todo concentrado, así que lo mejor sería llevarlo al departamento que compartían por esa temporada y dejarlo descansar o hablar de lo que le sucedía.

- No. - pero creer que Otabek iba a obedecer sólo por tratarse de Yuri era creerlo manso e ingenuo. - Me quedaré otro rato, vete tú si quieres. - aunque no quiso, su voz sonó como un gruñido que Yuri reconoció de inmediato. Pocas veces había visto al otro tan molesto con alguien, menos aún con él mismo.

La canción se repitió por enésima vez en el reproductor y las bocinas que llenaban el lugar con el sonido amplificado. El mismo hombre del centro comenzó la ejecución de pasos sin dudar, trabándose con sus propias dudas y tratando de salvar la coreografía para que no se viese tan desastrosa, aunque fuera sólo un ensayo.

El rubio suspiró con resignación y se quitó la chamarra que lo cubría al igual que los sneakers y se colocó los patines, para al erguirse atar su cabello en una coleta. Estaba un poco más largo de lo usual. Lo dejó crecer porque Beka dijo que así le gustaba; y a paso firme se apresuró a la pista, quitándose las protecciones al estar al filo del hielo y las puso en el suelo, deslizándose con una gracia muy propia de él en la fría pista. Otabek estaba tan sumergido en sus propios pensamientos que no lo notó hasta que la música cambió a una mucho más calmada, diferente a la que iban a presentar él y Mila en las competencias. Iba a reprender al tigre ruso por la intromisión pero se vio detenido por uno de los delgados y largos dedos de su pareja, haciéndolo callar al colocarse estratégicamente en sus labios. Las esmeraldas escudriñaron el chocolate en la mirada ajena. Ambos habían crecido otro poco, Yuri casi alcanzaba a Otabek a pesar de ser más chico de edad. Una vez que estuvo seguro de que el otro no iba a replicar tomó las manos del kazajo enlazando sus dedos con los de él y sonrió de medio lado, dejándose llevar por la suavidad de las notas de esa nueva canción que inundaba el lugar. Ninguno de los dos eran expertos en el tango.

- No pienses, no te agobies... sólo siente la música. - sugirió en voz bajita a pesar de que eran los únicos ahí, con los labios peligrosamente cerca de los ajenos, rozándose levemente al hablar, incitándose.

Meneaba las caderas suavemente y se ayudaba de sus hombros para marcar el ritmo al compás de la canción. Se separó apenas un poco, para comenzar a moverse con más libertad incitando a Otabek a hacer lo mismo, pero aquel seguía parado como una piedra sin saber cómo moverse o qué hacer. Si la montaña no baila con Mahoma, Mahoma haría danzar a la montaña.

Rodeó al saco de carne y huesos estático y de nuevo tomó sus manos, sólo para alzarlas y él mismo pasear las manos por su pecho y espalda en toques sutiles que iba acorde a las notas, ayudándose con sus rodillas y pies para obligarlo de un modo u otro a cambiar de posición, lo que sumado a esas manos recorriéndolo y ese cuerpo contoneándose con una sensualidad y gracia propias de la música y elegancia de los felinos rusos orilló al pelinegro a buscar más contacto, a apresar entre sus brazos al objeto de su fascinación que se escabullía entre suaves movimientos que si no fuera porque bien sabía que Yuri nunca había planeado usar ese ritmo y menos esa música habría jurado que estaban perfectamente ensayados.

Entre las notas y los cuerpos en movimiento se desarrollaba una danza que había logrado despejar la mente del mayor. Con el único afán de acoplarse a la silueta delgada de su pareja, de mantenerlo cerca y poder oler así su perfume que minaba sus sentidos y funcionaba como un calmante en esos momentos. Llegó un momento en que podía adivinar el siguiente movimiento del ruso, pero con la misma facilidad Yuri volvía a escurrirse de sus brazos para continuar con ese juego hasta que las últimas notas los alcanzaron. Yuri ya no tuvo que huir y los brazos del moreno rodeándolo con ímpetu por la cintura tampoco lo permitieron.

Volvían a mirarse a los ojos, con la respiración agitada por la improvisación y el aliento ajeno rozándoles el rostro. No hacían falta palabras ni una explicación que ninguno de los dos tenía. Silencio y ya. Uno que los dos comprendían.

El más pálido se relamió los labios, el otro se dio el lujo de ser más osado.

Se unió a él en un beso que aunque lento destilaba ese amor y pasión que se profesaban desde hacía tiempo. Yuri no se dejó estancar por la sorpresa, continuó besándolo largo rato, hasta que el aire se volvió la fuente de sus labios apartándose, pero sus frentes se quedaron cerca, como pegadas; y mantenían los ojos cerrados.

- Vámonos a casa. - esta vez, fue Otabek quién ordenó.

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