Es curioso cómo el destino se encarga de truncar nuestros planes. Cada vez que conseguimos una victoria y avanzar más en nuestro camino, la caída es más alta y dolorosa. Es tan cruel que cuando te otorga algún beneficio, luego te lo arrebata de la peor manera posible. No importa que te agarres a un clavo ardiendo si así crees que conseguirás mantener algo bueno en tu vida, pues al final siempre consigue que lo sueltes con las manos quemadas y sin posibilidad de recuperación. Algo parecido a lo que ocurre con el corazón cuando lo exponemos con toda nuestra buena fe y termina destrozado. Es incapaz de sanar por sí mismo, por mucho que nosotros intentemos que así sea.
Por suerte, hubo alguien que ni el tiempo ni el destino me arrebataron. Mi mejor amiga. María era una persona peculiar, quizá por eso encajábamos tan bien. Durante años estuvimos la una para la otra en todos los momentos, tanto buenos como malos. En otro caso ¿hubiera podido considerarlo igualmente como amistad? No lo creo. Por eso valoraba mucho todos sus consejos que, aunque a veces resultaban dolorosos, siempre terminaban ayudándome.
A unos meses de entrar en la universidad, y tras la satisfacción de conseguir unas notas por encima del ocho, decidí que era un buen momento para relajarme un poco. Justo tras los exámenes de selectividad. Empecé a navegar mucho más por internet de lo que había podido durante el curso, a explorar por todas las páginas que me parecían interesantes. Hasta que di con una que llamó mi atención: El teatro de lo absurdo. Era una especie de red social en la que aquellos que estaban registrados podían iniciar un tema de debate e impulsar a otros a expresar su opinión.
Ahí fue donde le conocí.
Hubiera sido fantástico poder decir que la primera impresión fue buena, que su físico no estaba mal y que sus ojos eran tan misteriosos que tenía la necesidad de observarlos todo el día. Pero no. Lo primero que supe de él fue que tenía una forma maravillosa de expresarse con palabras. No era fácil encontrar a personas así y, por eso, me emocionó especialmente leerle por primera vez.
Intercambiamos nuestros correos casi de inmediato. Quizá por curiosidad, tal vez porque realmente ansiábamos conocernos más allá de lo que teníamos en común. A partir de ahí, empezamos a hablar con más regularidad y descubrimos algunas cosas que ambos disfrutábamos por igual. Con el tiempo, y a pesar de que me encontraba escondida tras la pantalla de un ordenador, comencé a sentir que una amistad especial surgía entre nosotros. La confianza parecía fluir sola entre los dos y, por ello, ambos no dudamos ni un instante a la hora de contar algunos secretos. Uno sin importancia y otros que, al menos yo, no había contado a nadie.
Con el paso de los días, las semanas e incluso los meses tuve un miedo irracional que, a simple vista, no era capaz de definir. Una emoción inmensa me invadía cada vez que teníamos una conversación y, aunque no estaba del todo segura, llegué a pensar que me estaba enamorando de él. No estaba segura de si él podría captar mis sentimientos a través de la pantalla, pero tampoco se lo pregunté. ¿Y si era capaz de enamorarme solo para ver hasta dónde era capaz de llegar? No quería conocer la respuesta.
Meses después mi mejor amiga supo el gran secreto y, por la forma de contarlo, fui consciente de lo que pensaba. No era nuevo para mí, pues yo misma me había dado cuenta de eso.
—Estás enamorada.
Y no era una pregunta.
— ¡Qué va! ¿Qué dices? Solo somos buenos amigos.
Pero mi sonrisa me delató. Lo supe en cuanto María me dirigió esa mirada que yo conocía tan bien. La que me decía: «Te conozco demasiado bien como para saber que estás loca por ese chico».
Tanta fue la confianza de ambos que acabamos dándonos los teléfonos un año después. Al principio me invadió cierto temor, más que nada por si al final todo me salía mal y no era más que un pervertido acosador, pero me alegró saber que no era así. A partir de ese instante nuestras conversaciones se limitaron a las que teníamos por el teléfono. Así, duraban hasta altas horas de la madrugada sin necesidad de permanecer sentados ante el ordenador.
Sin embargo, dejamos de hablar durante unos meses. Quizá fue culpa mía por olvidarme de su existencia, o viceversa. Pero en mi memoria seguían estando algunas de nuestras charlas.
Hola, guapo.
18:00 ✓✓
Hola, preciosa.
18:03 ✓✓
¿Cómo estás llevando el verano?
18:03 ✓✓
Bien, de un lado para otro. La semana que viene voy de viaje con mi familia a Bruselas.
18:05 ✓✓
Siempre era parecido: nos saludábamos y luego empezábamos a preguntar por nuestro día a día. Aunque, tal vez, la mejor parte de esa conversación fue cuando, casi sin pensarlo, afirmé:
Parecemos amantes.
18:15 ✓✓
Cuando volvimos a hablar, yo ya estaba en la universidad y vivía en uno de los pisos frente a la facultad.
Hola, preciosa. ¿Cómo has estado?
10:25 ✓✓
¡Cuánto tiempo! ¿No? Estoy bien ¿y tú?
10:26 ✓✓
Bien, aunque te eché de menos...
10:26 ✓✓
¿Y eso por qué?
10:26 ✓✓
De alguna manera, el hecho de que seamos amantes me hace extrañar nuestras conversaciones...
10:27 ✓✓
Nunca habíamos tenido conversaciones subidas de tono, no era algo que necesitáramos para mantener el interés. Tampoco yo lo consideraba oportuno para nuestra amistad. Puede que fingiéramos ser amantes, pero solo era una absurda broma que mantuvimos con el tiempo.
Sin embargo, todo cambió una noche. Estaba enferma y, aunque me dolía muchísimo la cabeza, seguí hablando con él por puro entretenimiento. Ya que no iba a poder dormir con facilidad, lo que consideré mejor fue entretenerme hablando con él. Al día siguiente dudaba que fuera a clase, por lo que aproveché todo el tiempo que pude.
Hasta las cinco de la mañana.
Pero ¿de qué hablamos exactamente para que nuestra situación cambiase?
Como cualquier otro día, la conversación nació con el típico saludo y las preguntas de rigor. Sin embargo, las ansias por conocernos un poco más propiciaron que se tornara mucho más íntima. No me negué a hablar de ello, al fin y al cabo tampoco podía dormir. Víctor quería saber un poco más sobre mí, sobre mis preferencias sexuales y la experiencia que pudiera tener. Por su parte, él me habló de las suyas y de lo que decían de él las chicas respecto al sexo.
Desde esa noche ambos nos dimos cuenta de que habíamos empezado a sentir una atracción más fuerte de lo que pensábamos. A veces la distancia no es un impedimento para que los sentimientos florezcan y aumenten con el paso del tiempo. Solo hacía falta encender la chispa y mantenerla viva. ¿Quién sabe si conseguíamos vernos pronto? En ese caso, se pondría a prueba esa atracción que a veces aparecía en nuestras conversaciones. ¿Y si no era más que una mentira? ¿No estábamos exagerando las cosas desde la distancia?
Tras esa noche, pasaron varios meses antes de que volviéramos a compartir intimidades. Esa noche hablamos sobre qué pasaría cuando nos viéramos y, sin pensarlo ni una vez, le invité a mi casa. Él, sin ser muy consciente de lo que eso conllevaba, respondió: acepto.
Me había metido en un buen lío.
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Ritual (Tentaciones, 1) [+18] | A la venta en Amazon
RomanceOlivia nunca se ha enamorado de cualquiera, es más, a pesar de lo enamoradiza que siempre ha sido aún no ha encontrado a nadie que la hiciera experimentar lo que siente hacia Víctor. Hasta que aparece en su vida Renato, quien hará que se olvide del...