4. Sorpresa deseada

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Miré embobada el móvil sin poder creerme lo que había leído. Una sonrisa estúpida y un grito contenido para no llamar la atención de mis vecinos. En dos semanas tendría la visita tan esperada de Víctor y no sabía aún cómo reaccionar. ¿Estaría burlándose de mí? Tras la sorpresa inicial seguimos hablando y me aseguró que hablaba muy en serio. No estaba muy segura de si estaba feliz o no, tal vez ya no me entusiasmaba la noticia que tiempo atrás me habría hecho saltar de la alegría. Tantas cosas habían cambiado ya que no tenía la menor idea de qué era lo que quería decirme mi corazón. ¿Seguía sintiendo algo por Víctor? Tal vez. ¿Estaba empezando a sentir algo por Renato? Seguramente.

Durante horas estuvimos hablando de su precipitada decisión. Estuvo contándome que no había pensado en el dinero ni en la forma de venir. Por el alojamiento no debía preocuparse, aunque yo lo único en lo que pensaba era que en dos semanas podían suceder demasiadas cosas. Tanto buenas como malas. Podríamos pelearnos y provocar que su visita no llegara a producirse, o podría descubrir que ya no sentía absolutamente nada por él con la consecuencia de no querer verlo siquiera. Sin embargo, sabía que eso no llegaría a suceder nunca; necesitaba que viniera para saber cuáles eran mis sentimientos reales por él, poder tenerlo frente a mí, tocar su rostro y repetirme una y otra vez que estaba aquí solo por mí.

Moví la cabeza hacia ambos lados quitándome esos pensamientos de la cabeza. No podía adelantar acontecimientos. Mientras tanto, solo me centraría en lo que sucediera con Renato pues, aunque ese beso entre los dos me había dejado muy confusa, no podía negar que me había gustado. La sorpresa había sido agradable, sí, pero necesitaba hablar con él para aclarar algunas cosas. Dudas varias, como el motivo de no haberme dicho que sentía algo por mí o si solo me estaba usando para comprobar sus propias teorías.

Porque Renato podía ser peor que Víctor en algunos aspectos.



A la mañana siguiente me tomé con mejor humor ir a clase. En mi mente aún rondaba la idea de que pronto tendría a Víctor solo para mí, pero algo me decía que todo se quedaría en el aire. Con esa convicción, entré por las puertas de mi facultad en dirección al módulo en el que tenía la primera clase. Por el camino, una voz conocida me interceptó.

― ¡Hola, Olivia! ―Giré mi cuerpo y vi que se acercaba rápidamente hacia mi para plantar dos besos en mis mejillas. Pensé que no haría referencia alguna al incidente del otro día, pero me equivoqué― Sigo un poco preocupado por ti, el otro día no me dijiste qué te ocurría exactamente, porque no me creo lo de las pesadillas, y por si fuera poco me dejaste en el bar plantado.

Juntó sus labios en una mueca graciosa, parecida a un puchero, que me hizo sonreír.

― ¿Y cómo quieres que reaccionara después...? ―Todos los que pasaban por nuestro lado nos miraban atentos, por lo que decidí bajar un poco la voz antes de continuar― Después de ese beso.

Él pareció tomarse a risa mi reacción y yo miré el reloj. Se acercaba la hora de comienzo de la primera clase, la excusa perfecta para despedirme.

—Creo que... Bueno... Nos vemos después —me despedí a toda prisa.

Mientras me dirigía hacia las escaleras pensé en lo idiota que había tenido que parecer con aquella respuesta. Mis pasos se aceleraron conforme iba llegando a la planta. El profesor aún no había llegado a clase, no lo había visto atravesar el pasillo donde me detuve con Renato, pero siempre me gustaba acelerar un poco el paso conforme llegaba a mi destino. Sin embargo, me equivoqué otra vez. El profesor estaba a unos metros de mí, llegando a la puerta de la clase. ¿Cómo había pasado sin que yo me diera cuenta? Debí haberlo imaginado, pues Andrés era de esos profesores a los que les gustaba llegar cinco minutos antes para preparar bien la clase antes de la hora. Volví a acelerar cuando el profesor atravesó el marco de la puerta. «¡Maldita sea!». Por suerte, entré un minuto más tarde que él, por lo que no tuve que sentir demasiada vergüenza. Me senté junto a una compañera con la que me había estado sentando durante esos años de universidad. Podría decir que era mi mejor amiga de allí, la única con la que podía contar. Mientras el profesor permanecía callado y mis compañeros murmurando, aproveché para poner al día a Laura.

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