CINCO

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Kelty, en la esquina de Temple Street y Main Strees en Brockton sur, solía cerrar cerca de la media noche. Después del noticiero deportivo de Bruin o del programa de vaseball Tonnight o cuando Charlie, el dueño, echaba finalmente al último cliente farfullante a la calle.

Esa noche tuve suerte. A las once y treinta y cinco minutos se apagaron las luces.

Un escuálido de cabello alborotado tenía puesta una camiseta deportiva Falmouth con capucha, gritó "hasta la vista, Charl". Y cerró la puerta mientras ponía un pie en la cera. Empezó a caminar por Main Street con la mochila en el hombro, inclinándose para protegerse del frío de principios de Abril.

Lo seguí, a prudente distancia, por la acera de enfrente. El tipo era uno de esos individuos escuálidos con unos brazos fornidos, sonrisa petulante. Fue campeón del distrito en la categoría de setenta y un kilos, en representación de la escuela secundaria de Brockton.

En Nilsson, giró hacia la izquierda y cruzó las vías del tren. Lo seguí a unos veinticinco metros de distancia.
Dio vuelta a la esquina. Una cuadra más allá se alzaban las ruinas de la vieja fábrica de zapato Stepover, cerrada desde hacía años con tablones. Recordé cuando solíamos escondernos allí de los curas, amábamos clases y fumábamos. Al dar la vuelta en la esquina, ¡ya no estaba allí!

"¡Ay, Harry!, me dije. "nuca supiste pegarle un susto a nadie."
Y entonces fue a mí a quien le pegaron el susto!
De pronto, sentí que un brazo empezaba a apretarme del cuello con fuerza. Tuve un espasmo hacía atrás, mientras una rodilla se me incrustaba en la espina dorsal.

Lo oí gruñir y aumentar presión, mientras me torcía hacía atrás. Sentí que mi espina dorsal estaba a punto de quebrarse.

— ¿Quién lo recibió? —de pronto oí un siseo en la oreja.

— ¿Quién recibió qué? —repuse, luchando por recuperar el aliento.
El tipo me retorció con más fuerza.

—El gran pase Fluite. En el Orange Bowl. Mil novecientos ochenta y cuatro.

Sentí un gran dolor en los pulmones.

—Gerard...Phelan —alcancé a decir por fin.

Súbitamente cesó la presión alrededor de mi cuello. Me caí sobre una rodilla tratando de respirar.

Y luego vi la cara sonriente y petulante de Michael, mi hermano menor.

—Suertudo —añadió, y alargó la mano para ayudarme —. Iba a preguntar quién recibió el último pase de Fluide en la universidad.

Nos abrazamos. Y enseguida empezamos a hacer un inventario de lo mucho que habíamos cambiado. Lo vi más alto, como siempre con la costumbre de teñirse el cabello, en esta ocasión un rojo. Ya era todo un hombre y no un niño. Nos dimos varias palmadas en la espalda. Hacía casi cuatro años que no veía a mi hermanito menor.

—Dichosos los ojos irritados que te ven —dije, y lo abracé otra vez.

—Sí, respondió, sonriendo —. Y ya me estás irritando los míos.

Nos reímos juntos, como lo hacíamos de chicos, y nos dimos la mano al estilo del gueto. Pero entonces se le transfiguró la cara. Estaba seguro que algo había oído, Sin duda todos lo sabían ya.

—Harry, ¿Qué fue lo que pasó allá? —dijo y movió la cabeza.

Le conté lo de la casa de Lake Worth, de cómo Zayn y a nuestros otros amigos cuando los sacaban en camillas dentro de bolsas de cadáveres.

A Michael se le humedecieron los ojos.

Era duro ver llorar a Michael, y raro... Tenía cinco años menos que yo, pero era tan estable y juicioso. Cursaba el segundo año de la facultad de Derecho de la universidad de Boston. Era el orgullo de la familia.

SALVAVIDAS. [Larry Stylinson]Where stories live. Discover now