UNO

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—No te muevas— Le susurré a Tess, sudando y sin aliento—. Ni siquiera pestañees. Con que sólo respires, me voy a despertar me veré de nuevo cargando Chaise Longues al lado de la piscina y mirando a mujeres hermosísimas con las que sé que podría pasar algo increíble. Y todo esto habría sido apenas un sueño.

Tess MacAuliffe sonrió y en esos ojos obscuros vi lo que la hacía tan irresistible, era la mujer perfecta pues lo tenía todo: bonita, delgada y atlética con abundante cabello castaño rojizo peinado en una larga trenza. Desde que la conocí no eh podido dejar de pensar en ella.
Un sentimiento de conmiseración asomó a los ojos expresivos de Tess:

—Siento mucho romper tu fantasía, Harry, pero vamos a tener que correr el riesgo, me estas aplastando el brazo.
Me empujó y me recosté sobre la espalda. Sólo media hora antes habíamos estado sentados uno frente al otro en un elegante café Boulod de Palm Beach, saboreando una deliciosa carne molida rellena con paté de foie gras y trufas.

De pronto rozó su pierna con la mía, llegamos justo a la cama.

—Aahhh—suspiró Tess, apoyándose en el codo—, eso estuvo mucho mejor — le tintinearon tres pulseras de oro de cartier en la muñeca—. Y miren quien está aquí todavía. Respiré hondo y le di unas palmaditas a las sábanas.
—Sí —respondí, con una sonrisa.

El sol de la tarde empezó a declinar en la suite de Bogart del hotel Brazilian Court, donde apenas y hubiera podido haberme pagado un trago y menos aún las dos habitaciones decoradas con todo lujo que daban con vista al patio que Tess alquilaba desde hacía dos meses.

—Harry, esperó que sepas, que esto no es algo que ocurre con frecuencia —me aclaró Tess, con un poco avergonzada, mientras apoyaba la bravilla sobre mi pecho.

— ¿De qué hablas? —fijé la vista en sus grandes ojos.

—Ah, veamos, ¿qué habré querido decir? Tener una cita con alguien que sólo eh almorzado dos veces en la playa. Venir aquí con él a plena luz del día.

—Ah, eso...—me encogí de hombros—. A mí me suele ocurrir mínimo una vez por semana.

— ¿De veras? —me hundió con fuerza el mentón en las costillas.

Nos besamos y sentí que me pasaba algo mágico, ya casi había olvidado lo que era sentirse así. Dividir ases como le dicen en Cheshire, el lugar de donde vengó. Qué los Green Bay ganen los partidos seguidos. Encontrarse un billete de cien dólares en un viejo par de vaqueros. Ganarse la lotería.

—Estás sonriendo— Tess me miro apoyada en el codo—. ¿Me quieres contar por qué?

—Oh no es nada. Es bueno estar aquí contigo. Ya sabes lo que dicen: hasta este momento mi suerte había sido mala suerte.

—Pues felicitaciones Harry Styles — Tess me puso un dedo en los labios—. Me parece que tu suerte está comenzando a cambiar.

Conocí a Tess hace cuatro días en una bellísima playa de arena blanca. Siempre me presento como "Harry Styles". Igual que el bandido. Eso suena muy bien en un bar, rodeado de tipos ruidosos y pendencieros. Pero habitual mente nadie sabe que me estoy refiriendo al asaltante de bancos que abogó por los pobres, excepto unos cuantos británicos y australianos.
Ese martes me hallaba sentado en el muro bajo que daba a la playa después de limpiar la zona donde estaban los vestidores y la piscina de la mansión donde trabajaba, yo era el encargado de darle mantenimiento a la piscina y el mensajero de medio tiempo del señor Winston...Ben, para los amigos. Tenía una de esas casas enormes que puedes ver desde la playa y que con toda probabilidad te hagan exclamar ¡Caray! ¿Quién será el dueño?
Limpia la piscina, enceraba su colección de autos clásicos, y a veces, incluso, jugaba con el unas cuantas partidas de Gin con él al lado de la piscina cunado atardecía. Me alquilaba un cuarto encima de la cochera. Nos conocimos en el Tá-boo, donde yo atendía las mesas los fines de semana por la noche. En esa época también me desempeñaba como salvavidas de medio tiempo en Midtown Beach. Ben cómo me dijo que podía llamarlo, me hizo una oferta que no pude rechazarle.

Hace mucho tiempo fui a la universidad. Intente llevar una "vida sensata". Incluso fui maestro de escuela durante unos meses, pero eso también fracasó. Mis amigos de por aquí se escandalizarían, sin duda, sí llegarán a saber que casi obtengo una maestría en educación social, en la universidad de Boston.

— ¿Una maestría en qué? —de seguro se preguntarían—. ¿Administración de playas?

Así que ese preciso día estaba sentado en el muro de la playa. Un par de chicos estaban haciendo surf como a cien metros de la orilla de la playa. Entonces como en un sueño... Apareció ella. En un increíble bikini azul, con el agua hasta los tobillos, los largos cabellos castaños atados en un moño hacía arriba, y algunos mechones sueltos revoloteando por el aire.

Pero por un instante era como sí la rodeara un aura de tristeza. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Me pareció que se limpiaba los ojos. Tuve una idea repentina: la playa las olas, la linda muchacha suspirando de amor... ¡cómo sí estuviera a punto de cometer una locura! Así que corrí hacía ella por la orilla:

—Oye...

Puse la mano en mi frente y la mire con los ojos entrecerrados.
—Sí estás pensando en lo que creo que estás pensando, no te lo recomendaría.

— ¿Pensando en qué? —me miró sorprendida

—No lo sé. Veo a una hermosa chica en la playa, limpiándose los ojos y con mirada perdida en el horizonte. ¿No hay una película así?

Sonrió. Ahora sí note que había estado llorando.

— ¿La de la chica que va a nadar una tarde de mucho calor?

—Sí, —respondí, de pronto poco turbado—ésa.

Tenía una cadenita de oro colgada en el cuello y un bronceado perfecto, un acento, tal vez australiano. Dios, era una belleza deslumbrante.

—Fue sólo precaución. No quiero accidentes en mi playa.

— ¿Tu playa? —Dijo viendo la casa de Ben—. ¿Y de seguro tu casa también, me imagino? —Sonrió: y era obvio que bromeaba conmigo.

—Por supuesto. ¿Ves la ventana sobre la cochera? Mira, así puedes verla—la hice girar hacía la casa—. A través de las palmeras sí te inclinas para este lado...

Como respuesta a mis suplicas logre que se riera.

—Harry, Harry Styles. —adelanté la mano.

— ¿Harry Styles? ¿Igual que el bandido?

La mire paralizado de asombro. Nadie me había dicho eso antes. Sólo me quede inmóvil allí, con una sonrisa de fascinación.

—Melbourne , Australia—dijo con su acento británico.

—Grata sorpresa, soy ingles—le respondí con una sonrisa.

Y así fue como empezó. Conversamos un poco más, acerca de su estadía en Florida en los últimos dos meses y de sus largas caminatas por la playa. Me comentó que tal vez vendría al día siguiente. Y le dije que lo más probable es que yo también me encontrará en el mismo lugar.

Mientras la miraba alejarse, pensé que seguramente se estaba riendo de mí.

—Por cierto— dijo ella girándose hacía mí—, sí hubo una película. Humoresque. Con Joan Crawford. Deberías verla.

Alquilé Humoresque esa misma noche: termina cuando la bella heroína caminando en el mar y se ahoga.

SALVAVIDAS. [Larry Stylinson]Where stories live. Discover now