Capítulo IV Juicio

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     Desperté fijando mi vista en las cortinas azules que cubren mi ventana, quisiera decir que desperté por cuenta propia, pero no fue así; podría considerar a mi abuela como alarma natural, debido a que el teléfono diariamente suena temprano, y ella al no poseer un sentido auditivo óptimo, grita repetidas veces: "¡Bueno!, ¿Quién habla?"

      Me he acostumbrado a estas cotidianas situaciones, tomándoles afecto o no. No culpo a mi abuela; del que si acuso de todos los cargos es del que marca sin dignarse a contestar, y repetidas veces lo hace, como si el problema fuera mi abuela.

      Olvidándome del asunto del bromista mañanero, me preparo para desayunar y hacer los deberes, mala suerte la mía el asistir a clases vespertinas, donde el sol rebosa de abundante fulgor.

      Más tarde, después de una abrumadora lucha entre Matemáticas, Conntabilidad y Economía, estoy dispuesto a relajarme, y Colmillo blanco  de Jack London  es el indicado.

      Mi celular de repente vibra, al parecer recibo algunos mensajes de un grupo en mis redes sociales, aquellos grupos formados solamente para el fin de pasar tareas, ir de fiesta o compartir alguna imagen que cause gracia. Pero pienso que no es necesario, este grupo está hecho de una manera egoísta, te hacen sentir que alguien te necesita por un periodo temporal y cuando concluye el grupo es eliminado. No comprendo porque abusar de los demás disfrazándolo de un "grupo amistoso"; ya adivinarán que no me tomo la molestia de leer y mucho menos escribir para ellos.

      Ermitaño, solitario, tranquilo, solo son algunos adjetivos que creo me vienen como anillo al dedo. Hay momentos donde la gente piensa que el alma de un viejo esta encarnada en el cuerpo de un muchacho, y parecería extraño, pero me agrada que se me considere así. No quisiera ser clasificado con los jóvenes de estos tiempos, en verdad no quisiera.

...............

      Me encuentro en la primera clase del día lunes, Mercadotecnia, aquella clase me parece interesante; entro al salón y me siento en el lugar habitual.

      Abro mi libro y me sumerjo en mi lectura, poco a poco el salón va llenándose. Interrumpiendo bruscamente mi libro llega una compañera de mi equipo.

      —Sam, ¿vamos a reunirnos mañana para el proyecto? —se trata de Vanessa, podría llamarla la "jefa", debido a que siempre previene y organiza al equipo.

      —Desde luego— respondo dejando a un lado mi libro.

      Vanessa dejaba ver un carácter fuerte y recto, con un temple de digna dureza, del tipo de personas que no se pondrían nerviosas enfrente de una multitud. No por algo la denominaba jefa en mi mente.

      Llegué en semanas anteriores a tenerle algo de respeto, se lo merecía, era gran oradora y la manera magistral en que exponía un tema era digna de elogios. Pero seguía siendo una chica usual, en algunos momentos no soltaba su celular, tal vez trataba de leer algunas noticias, revisar mensajes o ver vídeos en internet. A lo que me llevó a la siguiente afirmación: "El novio es la razón"; es absurdo generalizar abruptamente, de eso estoy muy consciente, pero las personas a esa edad ven este aditamento necesario en su vida universitaria.

      Para apoyarme más en esta formulada teoría, me bastaría con solo recordar las incontables compañeras que tuve el semestre pasado. Contaban en su totalidad treinta y dos mujeres en un grupo de cincuenta personas. Todas en su mayoría tenían novios y novias fuera de la escuela. En ocasiones me tocaba escuchar las dolencias de algunos compañeros que tenían figurado un amorío en una de esas féminas y la susodicha tenía una relación.

      Por mi suerte no posé mis ojos en alguna, había recorrido una peripecia difícil de recuperación por amores pasados, como para enloquecer deliberadamente por el cariño de una enamorada.

      La clase finalizó y yo me disponía a partir a mi siguiente clase, una clase agotadora, no en si por la materia, que es administración, sino por el horario de ésta, de ocho a diez de la noche mi cuerpo se encontraría sentado en una banca al último piso del edificio.

      Algunos que asistían a esa clase compartían ciertas características, unos eran empleados y este horario les permitía trabajar el resto del día, algunos tenían que cuidar de algún familiar en determinado tiempo, independiente de si sea tu primo, hijo o sobrina; y al final estaban los que no pudieron agendar clases más temprano por la falta cupo.

      No me molestaba del todo las clases, debido a que mi maestra en algunas ocasiones nos dejaba salir pasadas las nueve con diez. Sospechaba que la maestra también adquiría un sentimiento recíproco con nosotros y se agobiaba por impartir clases tan tarde, sumando a que es una señora de cincuenta y un años.

      En esa clase no había alguien que me hiciera conversar, después de un saludo amistoso, la plática no se daba a lugar; exceptuando a Karen, aquella compañera que se atrevía a hablar sobre algún tema conmigo. No me era fastidioso, lo contrario, encontraba alivio en ella y sus temas tan azarosos.

      Se trataba de una linda muchacha de pelo largo y negruzco, nariz algo respingada y apariencia juvenil. Desconocía su edad, y si algún día me la dijera, estoy tan seguro que no le creería. En algún punto de mi estadía en esa clase una pequeña y singular esperanza brotaba débilmente en mi cerebro, acompañado de razones. Razones que en un momento dado y fugaz se desvanecieron junto a las diminutas esperanzas renacidas; ella tiene una hija. A pesar de esa desilusión forzosa, no me había dolido, creo que estaba acostumbrado a estas situaciones que no le tomé mucha importancia a lo que futuramente se convertiría en atracción emocional.

      Tengo la seguridad de que de igual forma Karen no vio y ni vería una relación en mí, quizá hasta tendría un concepto diferente del amor, o no creería en él; me era apresurado sacar conclusiones de su pequeña niña, no conocía si era producto del amor de su pareja o una violación, consciente o inconscientemente. Buscaba alguna manera de expandir esos pensamientos, encontrar alguna alternativa de la presencia de la niña, ¿era su prima?, ¿su sobrina?, o sencillamente cuidaba de ella en favor de alguna amiga o pariente.

      Todo estaba confirmado cuando oía a la criatura decirle "Mami" las pocas veces que no podía dejarla en la guardería del campus y estaba en la clase callada y fijando su vista en los demás alumnos.

      No sería sensato el imaginar una posible relación con ella. Ya que los dos no sentíamos esa necesidad de amor, y si de mi parte existía, se fue borrando hasta desaparecer de la manera más sencilla y sin remordimiento. Su amistad me brindaría y nada más.

      Yo en mis veinte años si se diera la oportunidad de una relación, aceptaría ser un novio, mas nunca consideraría ser un padre postizo.

La alquimia del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora