Desde que Lianna se enteró de que Nixon había creado a la bebé que Salma cargó por nueve meses y luego dejó en manos de otra familia, había encerrado a Nixon, su elegido, fuera de la casa que compartían.
Lo que la molestó más no fue que la bebé haya sido creada por su elegido, ni que se lo haya ocultado y ni siquiera que Nixon y Salma hayan permanecido súper cercanos; no, lo que la molestó, a ella y sus instintos maternales, fue la falta de razonamiento que habían tenido al dejar a la bebé en manos de una familia cualquiera y además no preocuparse por su estado después de casi dieciséis años.
Así que aquí estaba, viviendo en el colchón que solía formar parte de su cama, el cual había terminado apoyado en las veredas a los lados de la hendidura por la que pasaban los desechos en la alcantarilla.
Por primera vez en dos semanas, hoy más temprando, Nixon había interactuado con otro ser humano. Él lo había hecho de mala manera, con una pobre elección de palabras, que no habían hecho más que aullentar a la chica y hacerle creer que era una especie de pervertido.
Culpaba a lo intoxicado que había estado desde hace días, pues las palabras habían simplemente dejado sus labios y, a la mañana siguiente, no había hecho más que arrepentirse de su estupidez. Él ni siquiera se había detenido a darse cuenta de las incoherencias entre los colores de ambos de sus ojos y su cabello y sus cejas. Si lo hubiese hecho, se habría dado cuenta de que todos esos detalles la convertían en una Aegri y que eso prácticamente la convertía en su hija, ya que, debido a la escases de Aegri, casi no habían posibilidades de que no lo fuera.
Al día siguiente, sin embargo, todos esos detalles vinieron de pronto a su memoria, haciendo que el arrepentimiento solo se hiciese más fuerte. Nixon de verdad la creía hermosa cuando se acordó de todo, y el orgullo lo llenó del todo cuando reconoció que el cabello de la chica era casi igual al suyo.
«¿Cómo había sido tan poco consciente para haber arruinado su oportunidad de hacer una buena impresión en su hija?» Pensaba Nixon, la culpa carcomiendo su mente. «¿Qué hubiese hecho Salma?»
Siguiendo el hilo de sus propios pensamientos, cambio su camiseta por primera ves y salió de lo que se había convertido en una especie de casa para hablar con Salma. Ella sabría que hacer, como siempre, pues era la más sensata de los dos.
La compuerta de la alcantarilla se abrió justo en el jardín del palacio del Coegtu, por donde Ophelia había ingresado antes, y el reloj principal marcaba las diez y veintitrés de la mañana, lo que indicaba que Kenyan estaba haciendo su turno de guardia y podría hablar a solas con Salma, quien tenía que ir al palacio solo cuando era absolutamente necesario para ejercer sus labores como mano derecha del general.
Nixon, quien se había vuelto un amigo cercano de Kenyan, estaba al tanto de la incomodidad que su amigo sentía al referirse a su elegida como jefa. Kenyan aseguraba que no era por pensamientos machistas, definición que habían descubierto por supuestas situaciones en civilizaciones antiguas y épocas diferentes, sino más bien porque creía firmemente en la igualdad de participación en una relación y se sentía mal cuando sus aportes económicos —y a veces culturales, pues, a los ojos de los demás, era solamente otro guardia más— no eran la mitad de grandes que los de Salma.
Y, por otro lado, era aún más incómodo escuchar a sus compañeros hablar mal de Salma, o más bien "La Generala, " como la apodaban despectivamente, y además no poder liarse a puñetazos por cumplir el código de honor.
Kenyan era obligado a permanecer horas compartiendo turnos con personas que se dedicaban a comentar que mala onda y mandona era Salma y también sugerían que esto debía conllevar a una actitud dominante en la cama. Lo último mencionado era lo que más hacía que él quisiera romper el código y explotar con violencia.
Todas estas conversaciones con Kenyan rondaban los pensamientos de Nixon mientras caminaba hacia la casa de Salma. Gracias al cielo, estaba ubicada cerca al palacio y, al ser horas de trabajo y educación, no había casi ni un alma en las calles.
Como cualquier escenario en Clavit, irradiaba perfección. Nada de basura en las calles, pues ese trabajo se hacía en la madrugada; ningún niño ni adulto en las calles fuera de sus horas ocupadas, con excepción de los indigentes, el cual Nixon podía ser considerado por su apariencia física y falta de trabajo; todas las edificaciones eran del mismo color dependiendo de su categoría, las casas eran de una especie de tonalidad hueso, las de trabajo eran color gris y los educativos erann color rojo escarlata, y mismo ancho, pues solo crecían hacia arriba.
La casa de Salma y Kenyan era de color hueso igual que el resto pero podía ser diferenciable por el escudo de los colores del Coegtu, hueso, gris y escarlata, que colgaba de ambas de sus puertas, una para que entren las mujeres y otra para los hombres, el cual le habían entregado a Salma después de su primera semana en el trabajo y servía para reconocer la importancia de su trabajo para el resto de ciudadanos de Clavit y el Coegtu.
Nixon apretó el botón de la puerta masculina, el cual mandaba una vibración e imagen de la persona que tocaba a los bracaletes de cada uno de los miembros de la casa que se encontraban dentro de la vivienda. De pronto, ambas puertas se abrieron al mismo tiempo y Nixon cruzó la que le correspondía para encontrarse a Salma parada en el recibidor con los brazos cruzados y una expresión demandante en su rostro.
— ¿Por qué demonios Lianna no quiere hablarme y rechazó nuestra invitación para el almuerzo habitual de los dos últimos jueves? —le soltó de sopetón a forma de saludo—. ¿Y que mierda haces con esa apariencia tan desgarbada? ¿Y el trabajo?
— Buenos días para ti también, Salma. Lianna se enteró de lo sucedido con la bebé y me botó de la casa cuando supo que la habíamos puesto en adopción. Sabes que tengo la suerte de trabajar para su madre, así que ni me sorprendí cuando me pidió que me retirara con una carta —respondió Nixon de la misma manera—. Y la apariencia, ¿puedo bañarme antes de sentarnos a hablar? Tengo algo más que decirte.
— Sí, veo que así es. Ya sabes donde queda el baño y si quieres puedes tomar algo de ropa de Kenyan. No te demores que tengo que estar en el trabajo en hora y media.
Nixon era una de las pocas personas a las que Salma no ordenaba que hacer, sino le daba sugerencias dejaba que él elija.
Él estaba más que agradecido por la ducha, pues así podría pensar como decirle a Salma, quien siempre se había preocupado por querer saber cómo se encontraba su hija, que la había visto en la alcantarilla, con nada más que un sujetador y pantalones cortos apretados y además le había sugerido que le gustaba la vista
Nixon estaba casi seguro que toda la amabilidad que recibía hoy, se iba a acabar después de la temida conversación.
ELLOOO!!
Ojalá les guste la perspectiva de Nixon, el padre biológico de Ophelia en cuanto a su hija.
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Si quieren leer una novela juvenil con toques de fantasía,.no duden en leer La Chica Escarlata, la cual pueden encontrar en mi perfil.
LOS AMOO♥.
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Aegri
FantasyEn la recóndita ciudad de Clavit, cada quien no tiene preocupación por su futuro, pues todo ya está decidido. A los dieciséis años, cada joven recibe dos tatuajes inmediatos y permanentes en cada muñeca: en la derecha, el nombre de con quién debe ca...