1: Rechazada

39 7 0
                                    

Ophelia creció sola. O bueno, sola en cuanto a familiares biológicos . Cilas, Marron y Lylak eran todo lo que conocía. Habían estado para ella desde que tenía memoria, siendo ellos quienes la habían criado. Ella sabía que podía contar con ellos para lo que necesite, pero a veces quería simplemente poder mirar a la cara a las dos personas que la crearon e intentar encontrar de cual de los dos había conseguido cada característica. Pero sabía que, por ser una Aegri, había sido rechazada por ellos desde el momento en que se enteraron de su existencia.

Así era como se sentía una gran parte del tiempo: rechazada. Cada vez que salía a la calle, la gente se le quedaba mirando por sus extraños rasgos. Ya que, debido a la incompatibilidad de sus padres, sus genes tampoco habían conseguido mezclarse bien entre ellos y ahora tenía un ojo color azul celeste y el otro, marrón claro con tonos oscuros. Y ni hablar de la combinación de su melena rojiza y sus tupidas cejas oscuras.

Si le quitabas esos detalles, Ophelia era una chica atractiva, pero no era como si alguien se iba a atrever a acercarse a ella; a una renegada. Además, se rumoreaba, puesto que la falta de Aegri en Clavit había desacostumbrado a sus habitantes con respecto a las extrañezas que poseían, que una Aegri no recibía sus tatuajes a los dieciséis años.

Igualmente, había veces que sus tres amigos eran los responsables de que Ophelia se sintiese rechazada. Como hoy, o, mejor dicho, todos los jueves por la tarde, momento en el que el trío tenía que cumplir su turno como guardias del Coegtu. Normalmente, salían muy avanzada la noche y regresaban temprano de madrugada, por lo que Ophelia no se sentía demasiado mal, pero los jueves eran otra historia. Ella hasta había intentado conseguir un trabajo junto a ellos, pero, en cuanto los guardias principales la habían examinado exhaustivamente, de repente ya no había puestos disponibles.

Odiaba el sentimiento. Sin embargo, agradecía la poca suerte que había tenido. Mientras había personas que vivían de un pedazo de comida al día, ella tenía el privilegio de poder comer tres veces diarias y tener un lugar donde dormir. Y ni siquiera trabajaba, sino que sus amigos le daban todo. Era diferente en ese sentido también, puesto que la mayoría de bebés abandonados no sobrevivían, pero ella estaba a semana de cumplir dieciséis años y estaba perfectamente saludable.

De cualquier manera, hoy día Ophelia volvía ir al palacio del Coegtu, porque quería pasar tiempo con Lylak y que él termine de contarle la historia sobre como se fue de su casa a los quince.

— ¡Ophelia!

Ahí estaba la voz que amaba. Kai era lo que ella solía llamar el amor de su vida. Él era el único Communi que la llamaba por su nombre y, además, no lo hacía despectivamente. Sabía, sin embargo, que no iban a terminar juntos, pues él ya había recibido sus tatuajes y "Ophelia" no era el nombre tatuado en su muñeca izquierda. De hecho, Orla y él eran más que felices juntos. Siempre estaban juntos y a ella si que la dejaban pasearse a su gusto por los pasillos del palacio.

Y ya se esperaba la manera pacifista en la que Kai la iba a sacar de allí. Aún cuando la obligaba a hacer cosas lo hacía de manera dulce.

— Sabes que no puedes estar acá —le sonrió de manera comprensiva—. Por favor sal de acá antes de que alguien más te vea y haga una escena. No quiero que te sientas mal por visitar a tus amigos.

AegriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora