Inesperable compañía

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Jamás me habían hecho un gesto tan dulce en mis dieciocho años de edad. Fue algo único e inesperado. En el siglo XXI, donde los caballeros y los buenos modales estaban en peligro crítico de extinción, un chico totalmente desconocido había decidido acompañarme a mi hogar desde una convención de anime y videojuegos.

No era la típica escena romántica digna de una película de Hollywood. Solo es mi cómica e inusual historia.

El sonrojo fue casi de inmediato. Maldita vergüenza delatadora. Realemente debo decir que es el auténtico dolor de culo justo en los momentos más inoportunos.

—C-claro —tartamudeé como imbécil mientras me reincorporaba y le dedicaba una sonrisa petrificada y nerviosa.

Nervios para mí es igual a estupidez y tartamudeos. Mientras más nerviosa estoy, más imbécil me pongo. Mal hábito mío. Debería eliminarlo lo más pronto posible.

El chico alzó una ceja mientras abría las palmas tratando de excusarse de la forma más insulsa existente en este planeta. Si los alienígenas huebieran orbitado cerca de donde estábamos, de seguro lo hubieran pulverizado con sus avanzados rayos láser o pistolas de plasma. Yo que sé, no suelo ver muchas películas de ciencia-ficción de ese estilo. Prefiero los robots y los viajes en el tiempo.

—Oye oye, no te preocupes. Esta bien si no quieres. No quiero que pienses que soy un acosador o algo...

Había visto demasiado anime shōjo si cree que esos eran mis pensamientos. En esos instantes se me entraron las ganas de reventarle el labio de un buen puñetazo. Hacía un buen tiempo que no me divertía dando uno. Quizá lo considere.

Apretando los dientes en una sonrisa torcida le contesté como la típica chica violenta en los animes: —Será mejor que guardes silencio. No soy la típica chica, casanova.

Y así era, ha quedado más que claro.

—¡N-no es eso! ¡Es más, estoy más que al tanto que no eres igual al resto de chicas! —trató de salvar su pellejo al notar mi aura asesina asimilarse alrededor de mi cuerpo—. ¡Eres incluso hasta más ruda que yo! —se agachó frente a mi como un campesino implorando piedad frente a una monarca enfurecida—. ¡No me hagas daño! ¡Te lo suplico!

Solo una palabra burlona se escapó de mi boca con una risa altanera y entrecortada:
—Nenita...

Me alejé de él contoneando las caderas en actitud arrogante y en posición victoriosa. White había conquistado a un lindo e inocente sirviente.

—¡Oye espérame! —el pobre Matías no quería perderse entre el mar de gente de la convención.

Nos esperaba un largo camino hasta mi hogar.

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