Nuestro epílogo, un nuevo comienzo

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El viento azota contra mi rostro mientras los intensos rayos de sol me ciegan. Pedaleo lo más rápido que puedo pues llegaba otra vez tarde a nuestro lugar favorito (escogido por Bianca obviamente).
Estoy más que seguro que ha de querer ahorcarme. Ya le hice la misma gracia las dos semanas pasadas. El aburrido profesor de física nos manda demasiados talleres en clases y tareas que copiar para el día siguiente, he ahí la razón de la tardanza.

Mis piernas duelen, como si cargara dos sacos de plomo atados en cada una. El sudor cae por mi frente y me hace arder los ojos. Por encima de mí, el cielo se tiñe de fuego vivo mientras el sol desaparece lentamente tras los edificios lejanos, fundiéndose como una bola de fuego en el distante horizonte.
Miro el reloj, 6:48. Voy más de media hora tarde.

Doblo la esquina con un chirrido de neumáticos y atravieso el parque a toda velocidad, evitando no arrolar a los transeúntes. Aprecio la colina frente a mí, una sombra recostada en el césped entre las sobresalidas raíces del viejo olivo. Era una silueta femenina, delicada y de cabello café largo y ondulado recogido en una muy poblada coleta.
Han pasado más de dos años desde que nos conocimos y Bianca no ha cambiado en absolutamente nada. Sigue siendo la misma chica de antes, salvo con los cambios en su cuerpo típicos de la pubertad claro. Se estaba convirtiendo en una hermosa mujer.

Maniobro la bicicleta con una mano mientras palpo los bolsillos de mi chaqueta, rogándole al cielo no haberme olvidado el regalo de su cumpleaños. Por suerte, si lo recordé.

Detengo la bicicleta con un frenazo que hizo tronar la cadena y la coloco al lado de la cerca que se halla alrededor del parque. De mi mochila extraigo la cadena y la aseguro para que no se me la llevasen los ladrones. A pesar de que aquella zona no era muy peligrosa, lo mejor era andar precavido. No quería perder mi regalo de cumpleaños pasado por parte de mi padre.

Corro hacia ella y trato de llamar su atención cuando de repente me fijo que estaba profundamente dormida con la gorra de White sobre el rostro, presuntamente para que nadie viera su somnoliento rostro. Su pecho asciende y desciende con lentitud. La mano sobre su vientre posee un libro feminista proporcionado por un club feminista del cual ella forma parte. Ella adora ese tipo de lecturas, la hacen darse cuenta de la inequidad de género y de todos los problemas alrededor del mundo.

Sin hacer el más mínimo ruido para no despertarla, me recuesto a su lado mientras me sacaba la chaqueta y se la colocaba encima. Ella de inmediato siente mi presencia y se aferra a mi pecho como si buscara mi calor corporal ya que debido a que la noche comenzaba a aparecer, un viento helado se aproximaba.
Yo enrojezco de inmediato, sin embargo no quiero que se despierte.

Aspiro el aroma de sus cabellos, algo que realmente me fascina hacer. La frescura de la lavanda inunda mis fosas nasales mientras siento como una sonrisa se dibuja en su rostro. Apega su cuerpo más al mío, siento una suavidad en mi cuerpo. Sabía con exactitud lo que era. Inmediatamente quedo perplejo y más rojo que un tomate.

Una risilla emana de ella.
—No seas atrevido hombre... —gruñe mientras se restriega los ojos y bosteza—. Eres más lento que tortuga. Te he estado esperando medio día aquí acostada.

—Eres una mentirosa, apenas fue casi media hora —replico recuperándome de la vergüenza que acababa de sufrir.

—¿Y acaso eso es poco?

—No fue medio día. Como siempre tú tan exagerada —digo mientras le rodeo la cintura con mi brazo izquierdo. Ella no rechaza mi movimiento, es más se acomoda más en mi pecho y comienza a dibujar círculos sobre el mismo.

—Deberías ser más considerado conmigo —rezonga ella mientras me agarra por el cuello de la camisa de manera actuada y dramática.

—Sabes que siempre los jueves tengo clases de física a las últimas horas. Sabes que ese profesor es un idiota...

—Sí, lo sé lo sé. Me lo has dicho un trillar de veces —explica haciendo un molinillo con su mano—. Sé que te manda medio libro para hacer en tres días.

—¡Exacto!

—Tengo suerte de no estar en el mismo colegio que tú...

Por suerte nuestras instituciones no estaban muy lejos entre sí. La de Bianca estaba a unos doce kilómetros al sur de la mía y el punto medio era el parque principal, cerca del Café Moka, donde nos reunimos siempre que podemos a comer postres y lattes por las tardes. Reposar bajo el árbol de olivo por las tardes e ir a comer pastelillos al café se habían vuelto nuestras tradiciones de cada semana. Y sin contar con las horas de horas de tonterías quien hablamos por celular. Si les cuento todo eso demoraría demasiado. Más de lo que demoré contándoles la historia de como Bianca y yo nos conocimos.

—Ten... —exclamo mientras le tiendo la cajita de terciopelo negro que se hallaba oculta en mi bolsillo—. Feliz cumpleaños número diecisiete Bianca.

Ella suelta un gritito de alegría y me abraza con demasiada fuerza que casi me deja sin aire.
Cuando abra la caja, su expresión es insólita. Dentro de la misma había un hermoso collar de pokéball con detalles en plateado y una delicada cadena. Ella quedó sin palabras por aquello.

—Va con los gemelos que me obsequiaste aquella vez —explico brindándole una amplia sonrisa.

Ella me la devuelve y admira su obsequio con dulzura. Suelta un leve gracias y me vuelve a dar un abrazo, solo que esta vez es más suave y calmado ante mi sorpresa.
Pasamos varios segundos en la misma posición mientras nos rodeábamos con los brazos, llenándonos el uno del otro. Después, ella me suelta con delicadeza y me mira directamente a los ojos, con apenas unos escasos centímetros que nos separaban. Deja la cajita de lado y se estira como si estuviese de acuerdo con su decisión.
—Lo usaré mañana. Te lo prometo —susurra lentamente mientras siento su respiración en la mía.

—Seremos la envidia del baile de graduación —declaro yo apegándola más a mí. Mi mano traviesa se desliza por su níveo rostro besado de pequeñas y casi transparentes pecas, las cuales recorro y cuento con mi pulgar. Con cada milímetro que nos acercábamos, su belleza era infinita.

—No necesitamos ser la envidia de nadie. Solo ser nosotros mismos —dice ella con las yemas de sus dedos acariciando mi nuca—. Fue así de que me enamoré de tí.

—Lo sé. Y de una manera muy extraña.

Nos besamos con dulzura. Sus manos entrelazadas tras mi nuca y las mías a ambos lados de su rostro. No queríamos que aquellos segundos acabasen, incluso si los mismos nos parecieran infinitos.

—Ambos somos extraños pero... —dice ella sin rechistar ni sentirse mal de aquello.

—Es mejor así... —le completo la frase antes de volverla a besar.

Por detrás de nosotros, el sol desaparecía entre colores fríos y azulados dándole paso a la reina luna y a sus súbditas estrellas al gobierno del cielo.

—Se hace tarde. Vamos a mi casa a ver películas de miedo —Bianca con su energía característica se pone de pie y me levanta de un tirón.

—Tú ya dormiste un rato. Tenme consideración —reclamo con el rostro agobiado.

—No seas llorón vamos —exclama arrastrándome del lugar hacia su hogar, a unas cuantas cuadras del parque.

—¡Espera, mi bicicleta! —grito mientras regreso por mi pertenencia.

Ella espera a que desencadene el objeto y me dedico a seguirla, apenas me da tiempo para tomar un respiro. Enseguida se adelanta el paso y se aleja de mí farfullando:
—¡Apresúrate tortuga!

—¡Oye, espérame! —le respondo siguiendo su marcha apresurada.

Nuestra historia quizá no sea como millares de las mismas. Sin embargo, a pesar de lo extraña que fue, nuestro amor si sobrepasó la actuación en las convenciones.

Y aquí termina esta historia tan random que nació de una idea muy loca y light de mi mente. Pensé que iba a abandonar esta historia en un principio pero me alegro mucho el haberla concluido. ¡Espero que les haya gustado mucho!

Gracias por leer :)

Loba~🐺

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