U N O

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| And my spirit is crying for leaving |

—¡Cielito, ven aquí! —la voz retumbó a través de las paredes y en su cabeza aunque la almohada le hiciera de escudo. Probablemente si pretendía que jamás lo escuchó, no volvería a molestar, sin embargo, Elizabeth jamás había sido una chica con mucha suerte por lo que ni siquiera ella sabía porque se enojó cuando volvió a hacer acto de presencia aquella voz—. ¡Elizabeth, no me hagas ir por ti! —inevitablemente el miedo se abrió paso a través de su cuerpo acelerando su corazón antes incluso de que tuviera tiempo de abrir los ojos. Prefería levantarse aunque hubiera llegado poco antes del amanecer a casa, lo prefería a que aquel hombre pusiera un maldito pie en su habitación.

La puerta estaba cerrada bajo llave, ni siquiera sabía porque se aterraba tanto, pero lo hacía.

Se pusó en pie antes de que él lo hiciera, porque de seguro se encontraba desparramado en el sofá con cerveza en la mano y viendo la televisión.

Tomó la primer sudadera enorme que vió y se la paso por la cabeza, lo demás no importaba porque tal y como había llegado a casa fue como se quedó dormida, por tanto los pantalones negros y las zapatillas seguían en su sitio. Quitó el seguro a la puerta sin preocuparse por pasar un cepillo entre su cabello, de todas formas era Frank y lo que tuviera que decirle respecto a ella y su aspecto a Elizabeth le importaban muy poco.

Salir de la única seguridad que esta casa le proporcionaba se sentía como la idea más terrible que hubiera tenido jamás pero sin más remedio caminó por el piso de madera donde los tablones rechinaban cada vez que sus pies hacían contacto con ellos. Al llegar a la sala comprobó que casi todo estaba tal y como lo había imaginado, excepto porque el hombre en el sofá no tenía una botella en la mano sino un cigarrillo. A pesar de que también ella los consumía, la idea de que eran repugnantes sólo porque él tenía uno, la asaltó.

—¿Qué? —dijo para que supiera que estaba detrás suyo.

—Ah, estás aquí ya —habló sin voltear a verla.

—No, sigo dormida bajo las mantas —le dijo para joderlo un poco, se merecía eso y más pero tentar a la suerte tan temprano no parecía lo correcto.

—Muy graciosa, muñeca —esta vez el hombre (Frank) se giró y la miró con expresión fastidiada. Odiaba que aquella chiquilla se burlara de él—, olvidaste cerrar la puerta anoche cuando tratabas de que no te oyera —Elizabeth simplemente atinó a cerrar los ojos mientras se recrimina lo estúpida que era. Una cosa tan sencilla como aquella se le olvidó, vaya tontería—, ¿Crees que soy imbécil? —— ¿Crees que no me doy cuenta de que llegas de madrugada cada tercer día? ¡no puedes llegar a la hora que se te plazca a mi casa!

Un respiro, otro y otro después levantó la mirada del suelo para colocarla en unos ojos azul pálido. No habló porque aunque odiara admitirlo estaba asustada de lo que ese hombre era capaz de hacer, sin embargo tampoco podía hacer nada con el odio que se derramaba de sus propias pupilas.

—¡Contesta, maldita sea! —explotó y sus ojos se abrieron más de lo acostumbrado por la furia que expulsaban, un desquiciado es lo que era.

A la mierda la suerte.

—Esta no es tu casa —le recordó con los dientes apretados y tal vez la simpleza de sus palabras fue lo que logró que el monstruo que vivía en el interior de su padrastro saliera a la superficie, pues el hombre se puso en pie y rodeó el sillón hasta colocarse más cerca de ella

Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora