| Love of life, makes you feel higher |
—¿Estás diciéndome que no has intentado contactarlo? —aunque su voz sonó tranquila y relajada Scott sabía, más debido a la experiencia que a otra cosa, que sólo hacía falta una pequeña chispa que lo condujera a explotar, además; siempre había sido bueno dejando de lado los sentimientos en su voz pero nunca en su mirada. Aquellos ojos oscuros relucían al observarlo con rabia y sus dedos que tamborileaban con insistencia en la madera gastada de su escritorio sólo le recordaban a Scott lo que este hombre era capaz de hacer sin tocarse el corazón.—Eso mismo —contestó con desafío y sin bajar el mentón. "Atrevete a ponerme un dedo encima, bastardo.", pensó— No he querido hacerlo —Scott se cruzó de brazos tentando a su suerte y haciendo enojar a ese hombre más si cabe; aunque en ese preciso momento le importaba muy poco lo que pudiera hacerle, le importaba una mierda que antes de entrar ahí un hombre medio muerto de miedo y con, probablemente, la quijada rota, saliera de su reunión con aquel infeliz. Le importaba una mierda quién tenía delante.
—Recuerda con quien estás tratando, niño —El hombre se inclinó en su silla de cuero como si le hubiera leído el pensamiento pero con una sonrisa que colaba todo su sarcasmo, Scott lo imitó.
—Y tú recuerda quien está haciendo tu trabajo, padre.
Se levantó de su asiento dándole una última mirada al hombre que lo observaba furioso y salió de aquel espacio infernal antes de que pudiera decirle cualquier cosa.
Salió directamente a la habitación llena de garabatos pero en esa ocasión no se detuvo a leer una nueva frase como siempre hacía sino que siguió de paso hasta el bar y después hasta la calle donde el frío viento de octubre lo recibió. Justo ahí, parado en la acera de aquel barrio de mala muerte, pudo respirar.
Tras quedarse quieto un momento, comenzó a caminar encorvado dado que el viento se metía por su sudadera. Haciéndole caso a su mente idiota sus pies empezaron a ir más rápido hasta que estuvo corriendo y su nariz quemaba por el frío. No podía parar. No quería hacerlo. Huir es de cobardes, sonaba la voz de su padre en su cabeza pero la bloqueó pensando que alejarse de él a la menor oportunidad, era lo más valiente que haría en su vida.
La última vez que había recorrido estas calles andando, nevaba y terminó en cama una semana entera simplemente porque olvidó su móvil y no pudo decirle a John que pasara por él, había pasado tanto tiempo de eso pero aún recordaba los malos ratos que le había traído el hecho de no tener auto. Esta vez, sin embargo, sentía el peso del artefacto en el bolsillo trasero de su pantalón pero ni siquiera hizo el intento de tomarlo puesto que no se dirigía a casa y no quería acarrear problemas a John pidiéndole que hiciera de su chófer para este trabajo. Prefería caminar hasta el lugar y si las cosas se pusieran feas siempre podía salir huyendo. Sacudiendo la cabeza, Scott pensó que aquel había sido un mal momento para despegarse de su auto.
~°~
Estando de nuevo en el centro de la ciudad, Scott se sintió extrañamente desprotegido. Se sentía vigilado desde cada ventana de los altos edificios a su alrededor pero no se detuvo ni para dar una ojeada sobre su hombro, entre más rápido terminara aquello, menor era el tiempo que tenía que contar para volver.
Su padre le había dicho que vería a su cliente en la oficina de éste, justamente en el piso más alto del edificio donde terminaba la calle. Sólo necesitaba tomar el ascensor y pedirle el dinero, así que entró a través de la puerta de cristal hacia un enorme espacio abierto con paredes blancas y en el centro un destacable mostrador circular con tres mujeres rubias vestidas de traje y atendiendo personas. Scott ignoraba de qué demonios era aquella empresa pero lo que no pasaba desapercibido era su vestimenta, no era nada extravagante, claro está. Unos pantalones negros, sudadera y tenis. Pero entre tantas corbatas y faldas plisadas destacaba. Disimuladamente se quitó el cabello que le cubría la frente.
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Elizabeth
RomanceEn esta historia intento evocar un amor tan común y tan único como cualquiera a nuestro alrededor con retazos de clichés y situaciones cotidianas capaces de ser expermientadas por el más simple de los mortales. Sin embargo, me gusta jugar un poco co...