CAPITULO IV

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  Llegué a mi departamento como eso de las ocho, no había rastro de mi primo, sabía que estaba con Lily, se quedó con ella todo el fin de semana y aún no llegaba. Acomodé ropa limpia que traje desde mi casa y me puse a leer, pasó una hora cuando tocaron la puerta.

—No sé qué dulce me habré comido que hasta las moscas se me pegan —dije haciendo movimientos con las manos—, ¿qué quieres?

—Dejé un sobre aquí, lo necesito —respondió Ryder enarcando la ceja.

—Ven a buscarlo cuando esté Pablo —dije.

—No. Ahora. —contestó interponiendo su pie en la puerta para que no cerrara. 

Sentía cómo me sonrojaba, pasaron unos segundos mientras lo veía a los ojos, él también me veía fijamente sin alguna expresión en el rostro. Apreté mi mandíbula para evitar decir cualquier cosa y lo dejé pasar.   

—¿Ya? —pregunté observando cómo se movía por todos lados buscándolo.

—¿Tu primo no te comentó dónde lo guardó?

—No he hablado con él, acabo de llegar.

—¿Tan rápido?

—Sólo me fui el fin de semana. ¿Recuerdas? —respondí a secas.

—Lamentablemente —dijo en un tono de voz bajo—. ¿Por qué lees esto?

—¿Qué? —dije asomándome desde la cocina.

—Cumbres borrascosas... Te gusta mucho el drama ¿no es así? 

—¡Dame eso! —exclamé intentando quitárselo de las manos, mis intentos eran en vano pues él sólo alzaba el libro para que estuviera fuera de mi alcance.

—¿Por qué te inclinas a este? 

—Me inclino por varios, de vez en cuando  siempre es un placer volver a leer alguna vieja historia —respondí rindiéndome ante el forcejeo de ambos, me senté en la sala—. El Gran Gatsby, por ejemplo, no me canso de leerlo. El autor es el mismo que escribió El curioso caso de Benjamin Button, me encantan esas historias, sus obras son un ejemplo claro de la era del jazz. Y bueno, si no sabes de qué hablo, al menos has visto las películas...  

—Fitzgerald —interrumpió mostrando una cara seria.

—Si... Fitzgerald —dije volteándolo a ver, mostrando una sonrisa imposible de ocultar—, pienso que es de los mejores escritores, no sólo del siglo XX, sino que he llegado a leer, como por ejemplo...

—Hemingway —volvió a interrumpir, sonriendo a medias, sin dejar de verme.

—Hemingway —dije asintiendo con la cabeza, mirando al suelo. No podía evitarlo, me sacó otra sonrisa e hizo que me ruborizara.

Nos quedamos en silencio pocos segundos, Ryder me veía como si entendiera cada palabra que yo le había dicho. No importa si no hacía algún gesto con la cara, sus ojos lo delataban. 

—¿Has escuchado decir somos lo que somos por lo que leemos? Sinceramente no pensé que leyeras absolutamente nada.

 —¿Y por qué no?   

—La ausencia de leer hace a alguien más débil y vulnerable, tu... pareces ese alguien —respondió dándose la vuelta, se dirigía al cuarto de mi primo y no dejaba de ver su celular.    

—¡¿Qué  has dicho?!  —dije desde el sillón abriendo los ojos.

Esperé unos segundos y vi cómo salía del cuarto con un sobre en la mano. Se dirigió a la puerta. Me levanté y lo seguí.

PERO ES PRECISO SOLTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora