Capitulo 5

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Adele

¡Me siento morir! Tengo una fiebre terrible y una nariz congestionada. Menos mal que tengo a Judy conmigo. Se asegura de proveerme de sopa y medicamento. En cuanto pueda ponerme de pie se lo retribuiré. Judy y yo somos compañeras de piso. Pero también muy buenas amigas. Ambas al salir de la universidad, como la mayoría, quisimos independizarnos así que acordamos compartir un apartamento. Bueno, no fue lo más independiente, pero al menos lavamos nuestra ropa y pagamos la renta con el sudor de nuestras frentes. Judy estudió nutrición y yo gastronomía. Yo también me pregunto qué demonios hago yo en la Libroteca. Solo será provisional hasta que reúna suficiente dinero para poder viajar, —aun no sé a dónde— y estudiar de verdad repostería. En la escuela, aunque nos enseñaron de todo, la repostería siempre se me dio bien. Me encanta hornear y sobre todo, mi parte favorita. El decorar. Pero ni hablar pensaré en mis planes más tarde. Ahora debo concentrarme en como sobreviviré a esta terrible fiebre que me convierte en un autentico vibrador. Tiemblo sobre el colchón. Alguien toca la puerta y Judy corre a abrir. Cierro un momento los ojos y me encojo para resguardarme del frio inexistente, pero que mi cuerpo se aferra a sentir. Cuando escucho los pasos de Judy en la puerta levanto la cabeza hacía ella y al hombre que está a su lado. Creo que voy a vomitar de la impresión.

—Hola princesa, ¿Cómo te sientes? — ¡Raúl!

—Raúl. Hol…Hola ¿Qué haces aquí? — Me incorporo en la cama encantada de verle aquí. ¡Vino!... ¡Aquí!... ¡A verme!

—Es obvio. Vine a verte. — contesta con una sonrisa encantadora.

—Raúl, n…no tenías porque venir. — Y hasta ahora me doy cuenta de que trae una…dos…tres… doce rosas. Una docena de rosas escarlatas. Y mi corazón crece el cuádruple de su tamaño. Después de irme de la casa de Eva, esa tarde de sábado, comenzaron los acaramelados mensajes entre Raúl y yo. Recuerdo haberle mencionado que estaba enferma, pero jamás imagine que vendría a verme.

—Incluso enferma te vez hermosa. — dice y creo que le sale miel por la boca. Al oír esto Judy es quien se sonroja.

—Bueno, los dejo. — Nos mira con cautela, para después, salir del cuarto. Puede oler lo que pasa entre nosotros a kilómetros de distancia.

—Raúl debes de dejar de decir esas cosas si es que no quieres que termine en el hospital. — Raúl sonríe.

—Toma. Son para ti. — ignoro el cómo me he de ver ahora mismo, con la nariz enrojecida y con una camiseta que, si me pongo de pie, me llegará a los tobillos. Pone un adorable jarrón helado entre mis dedos. Acerco las flores a mi rostro y puedo sentir un pétalo frio sobre la nariz. Sonrío. Huelen colosal.

—Gracias Raúl. Esto es… hermoso. — le sonrío, dejando el jarrón en la mesita de al lado. Nos miramos fijamente. Y yo solo puedo pensar en todas esas noches en las que solo bailamos. En las que moría por que fuera viernes para— junto con Eva— irnos a bailar. Yo solo quería bailar con él y con nadie más. A pesar de que bailaba la mayoría de las canciones conmigo, observaba como bailaba con las demás chicas, como se movía con ellas, y no podía evitar pensar que eso que yo creía que era atracción entre nosotros no era más que simpatía entre él y las mujeres con las que bailaba. Pero esa noche, cuando me fui por todo, y lo bese y él me beso a mí. Todo se aclaró.

Raúl, se inclina para besarme pero yo lo detengo poniendo mis manos sobre su pecho. Abre un poco más los ojos, confundido, yo le sonrío y le explico:

—No quiero enfermarte.

—Eso no me interesa. — Y sin más me besa. Los escalofríos son lo de menos ahora. Su beso es tierno, dulce y gentil. Justo lo que la paciente necesita. Lo tomo por su camiseta, tiro de él y  rebotando en el colchón cae a mi lado en la cama.

Amantes del placerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora