PRÓLOGO

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Hace miles de años, la humanidad sucumbió ante su propia avaricia: querían adueñarse de todo y competían por ello.

Luchaban por ver quién se expandía más territorialmente; por ver quién se adueñaba rápidamente y sobre explotaba los recursos naturales; por ver quién adquiría más soldados esclavos.

No sólo la humanidad gritaba en silencio por que le devolvieran su libertad, también la Tierra lo hacía, y muy a su manera.
Azotó con frío a aquéllos que disfrutaron de un cálido clima; cebó todos sus intentos de hacer florecer la tierra con inundaciones que dieron paso a grandes sequías; extinguió a todos los animales en su totalidad, dejando a los seres humanos solos en la cadena alimenticia; y como si eso no fuera poco, plagó a ésta con epidemias letales.

Los intentos del planeta de darle una lección a la humanidad no fueron en vano; durante cientos de años la Tierra estuvo inhabitada.

Contra toda probabilidad, la humanidad resurgió.
Al igual que los animales y las plantas, el ser humano evolucionó tanto en nombre como en habilidades: la Raza Costare, capaz de dominar la materia a su alrededor.

Todo rastro de los errores cometidos por el hombre, los borró el planeta. Fue un mensaje de una segunda oportunidad.
La Raza Costare pagó el favor renombrando a la Tierra Pangea a causa de la reintegración de los continentes en uno solo y gobernándola justamente a pesar de las diferencias sociales que podrían haber.

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Me pica el trasero.
Me pica el trasero y no puedo moverme disimuladamente para rascarme.
Me quiero rascar el trasero con el asiento de la silla pero si me muevo demasiado, mi toalla femenina se moverá de lugar.
Ando en mis días y para acabarla me pica el trasero... suficiente. Por más que lo intente una y otra vez, no encuentro la manera de decirle a mi madre disimuladamente sobre mi pequeño problema.

Ya perdí la cuenta de cuántas horas llevamos sentadas esperando a que nos atiendan.
Sería insensato que, basada en el hecho de que mi madre está más desesperada que yo, intente comentarle sobre mi insignificante situación.

Miro por enésima vez al pedazo de papel entre sus dedos que lee 707 Caja 7 y por consecuente a la pequeña caja electrónica sobre nuestras cabezas que reza 606 Caja 7.

Bien, 101 números más.
101 maneras de pensar cómo rascarme o, 101 maneras de decirle a mi madre que me pica el culo...
Volvamos a 101 maneras de cómo rascarme.

Uno de los empleados del Banco se acerca a la caja electrónica.
Su diminuto cuerpo está enfundado en prendas de lo que parece seda y a su paso, sus zapatos rechinan en el mármol del suelo.
Vaya, sí que les pagan bien.

Con un chasquido de dedos, el empleado envía un chispazo de corriente eléctrica que hace cambiar el mensaje anterior a 607 Caja 2.

Ok, 100 maneras de...

—¿Auch? —Restándole atención al empleado, me quejo abiertamente girando mi cabeza sobre mi hombro.

—Lo siento. —Le dedico una mirada de pocos amigos a medida que mi mano va hacia la zona lastimada; vaya manera más hipócrita de disculparse: no vi ni el más ligero arrepentimiento en su mirada.

Mis ojos buscan furtivamente por el pequeño engendro y me doy cuenta de que lo perdí de vista.
Sus ojos eran demasiado verdes y brillantes...

—...de aquí. —Giro mi cabeza en dirección de donde proviene la voz y me doy cuenta de que mi madre estaba diciéndome algo. Mala suerte, MC.

—¿Huh?

—Que el tipo que te jaló el cabello no parece ser de aquí. —No sonaba molesta pero tampoco significaba que no lo estaba.

Llevé mis manos para reajustar mi perturbada coleta y de paso acomodé el cuello de mi viejo vestido.

—Con el dinero del préstamo te compraré uno nuevo. —Estaba acostumbrada a las promesas de mamá: siempre eran plegarias mal pronunciadas.

—Está bien, má, no...

—Oh, ya nos toca. ¿Vienes? —Levantarme del asiento no parecía una muy buena idea, por lo que negué con la cabeza y, levantándose del asiento, mamá se encaminó hacia la caja 7.

Soltando un largo suspiro, elevé mi cabeza en dirección al insonoro monitor situado en una esquina superior del Banco.

Lamentamos el reciente fallecimiento de los Emperadores Han y Glam Choi. Se leía en un recuadro inferior, sobrepuesto a una linda reportera y justo cambiaba a El Príncipe Jumin Han lamenta la pérdida y exhorta a los Reinos a dar inicio a la décima octava Ascending Battle.

—Me dieron el préstamo. —Me susurró mi madre festivamente animándome a dejar el lugar.

Mystic Imperial: Ascending Battle [MM UTOPIC AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora