-¡Mira papa!- Grito Nao a su padre al observar que en una vitrina, esperaba el jugete que queria para su cumpleaños, y casualmente, era hoy.
Era su décimo cumpleaños, el único dónde la pasaba con su familia. En otras ocasiones, la sirvienta era su sola compañía. Nao se encontraba muy feliz, porque sabía que un momento así, no se repetiría dos veces.
Acababan de cenar en un hermoso y caro restaurante por la especial ocasión, después, irían por el regalo del pequeño y terminarian con una visita al teatro. Podían darse esos lujos y más, pues Era una noche maravillosa.
-Tranquilo alla vamos, cariño- menciono su madre mientras caminaban hacia la tienda.
Entraron al local y escucharon un pequeño y diminuto lamento. Se acercaron al mostrador, y tocaron el pequeño timbre que se encontraba. Una. Dos. Tres veces y nadie respondía.
A poco antes de salir, extrañados, un muchacho, de cabellos cafés, cabello negro y ojos ambar, apareció atrás del mostrador, sudando y alterado.
-Lo siento, tuve un pequeño problema con un animal, nada de que preocuparse- comentó el chico, acomodando su cabello y removiendose el sudor.
-No pasa nada- le contesto el padre, sospechando que algo andaba mal. Sabía que el dueño de esa tienda no era aquella persona, y jamás se lo dejarían a cargo de un desconocido.
La madre también lo noto, intercambiaron miradas y asintieron discretamente, no mencionarian nada.
-¿Les puedo ayudar en algo?- preguntó el chico, restregando sus manos en el pantalón torpemente, intentando remover una sustancia roja.
-¡El oso de ahí!- dijo Nao señalando el oso de peluche que antes había visto.
El muchacho lo tomó y se lo entregó al niño.
-Aquí tienes...- le susurro en el oído, cosa que alerto breves instantes a los padres, por la proximidad de aquel sujeto a su niño.
-¿Cuanto sería?-pregunto el padre para terminar eso más rápido.
-5...- murmuro el joven.
-¿Cinco.... monedas?- intentó confirmar el padre, pero no obtuvo respuesta alguna, y del silencioso, abrumador y denso ambiente que se formó, un quejido lastimero se hizo oír. Aquel chico se alarmo, todos giraron la cabeza hacia el mostrador, y lo que pudieron observar, obligó a la madre tapar los ojos de su pequeño; el dueño de la tienda se encontraba en el suelo, lleno de sangre y con un cuchillo clavado en el pecho.
-Ma...- el niño no entendía lo que pasaba, de la nada, su madre había cubrió sus ojos.
El sujeto, camino hasta la familia y de un movimiento rápido separó al hijo de los brazos de su madre, la cual dio pelea para que no lo consiguiera, pero era inevitable, sólo uno podría salir vivo.
-Necesito a quién culpar- comento el muchacho, clavado el cuchillo que antes se encontraba en el pecho del otro hombre.
-¡Clarissa!- gritó el padre mientras la tomaba en brazos, no pudo hacer nada para evitarlo, porque a el también le había clavado una pequeña daga.
-¡Nao sal de aquí!- le dijo a su hijo la madre, intentando ponerse de pie, pero era una hemorragia incurable. Nao sólo veia, espectante, inmutado.
Aquel oso de peluche yacia en el suelo, en un charco de sangre. Un pequeño de unos apenas simples diez años, había visto morir a sus padres. Pero, ninguna lágrima, ningún sonido, nada.
Nao, se encontra parado, sin moverse, con un gran shock, que tardará en superar, o eso creía el.
-Sostén esto- ordenó aquel hombre, poniendo en sus manos, el cuchillo.
-¡POLICÍA! VAMOS, POR AQUÍ.- gritaba y hacia señas, llamando la atención de todos en el pueblo.
-El niño mató a sus padres, y no pude hacer nada-lloraba mientras le explicaba a la policía el incidente dentro del local.
¿Matar? ¿El? ¿Sus padres... muertos? ¿Evitarlo? A una pequeña criatura como el, le era incapaz procesar algo de tal magnitud. Y como de costumbre, la gente se guiaba por los hechos que ahí se encontraban, y para mala suerte del niño; las evidencias apuntaba hacia el.
Los policías lo tomaron de los brazos y lo subieron a una carroza. Su próximo destino; la corte.
-Como eres demasiado joven, no podemos condenarte a la muerte, así que la sentencia más adecuada es el exilio-le dijo el jurado al pequeño después de juzgar su caso, los testigos también así lo decidieron. El sólo asentia, no podía hablar, no le salían las palabras, de un momento a otro, se le olvido todo completamente.
Nuevamente, lo subieron a la carroza, pero ahora, la próxima parada era las afueras del aquella ciudad, el bosque, y por sí no fuera poco, estaba en pleno invierno, siempre estaba nevando ahí.
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Sin opción. (Gay-Yaoi)
FantasiLas cosas suceden por algo. Si el destino te quiere en algún lugar, o con alguien, utilizará los medios necesarios para ponerte ahí. No te opongas ni luches, porque después será más difícil. Si dejas que las cosas surjan verás que será más fácil y...