Capítulo 3: El vestido de muselina

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Al llegar a casa debo tomarme una pastilla porque el dolor de cabeza que siento es monumental.

Entre idas y vueltas ya se hizo el mediodía así que tomo un almuerzo ligero y abro nuevamente mi computadora, a ver si logro encontrar algo más de información. Sin embargo, no llego ni a apretar el botón de encendido.

─ ¿Señorita Donovan? ¿Puede escucharme? ─ cuestiona esa voz que tan poco conozco pero que ya me resulta tan familiar.

─ ¡William!

─ Estuve pensando en nosotros todo este tiempo... quiero decir, en nuestra conexión. Quisiera hacer un experimento. ¡Espéreme, por favor!

─ ¿Qué? ─ pregunto al aire pero no tengo respuesta hasta un rato más tarde.

─ ¿Hola? ─ dice dubitativo.

─ Hola ─ respondo sin más.

─ ¡Eso es! Le hago una consulta... las veces que conversamos, ¿usted se encuentra sola o acompañada?

─ Sola, ¿por?

─ ¡Lo que imaginé! Sólo se establece esta extraña conexión cuando ambos nos encontramos sin compañía. He intentado localizarla al lado de mi ama de llaves y sólo conseguí una mirada preocupada por su parte. En cambio, al entrar a la intimidad de mi despacho, de nuevo soy capaz de hablarle.

─ No lo había pensado ─ admito ─ Yo estuve investigando un poco también. ¿Por casualidad tus padres se llaman Elizabeth y William?

─ ¡Sí! Esos eran sus nombres, lamentablemente fallecieron hace tiempo. ¿Cómo lo supo? ¿Fue a ese sitio extraño con información del que me habló? ─ no puedo evitar reírme.

─ Sí, digamos que sí...

─ ¡Qué bueno! ¿Ha averiguado algo más?

─ Que sos amigo de Henry Austen y que conocés a una tal Señorita Fairchild. ¿Puede ser? ─ como toda respuesta obtengo un largo silencio ─ ¿William? ¿Seguís ahí?

─ Sí, lo siento ─ se puede notar la turbación en su tono ─ Supongo que se refiere a la Señora Bennet. Solía ser mi prometida pero su padre ha decidido que las conexiones del Señor Bennet son más importantes que mi renta y rango. Su enlace se ha festejado ayer.

─ ¿En el día de tu cumpleaños? ─ ¡Qué golpe duro!

─ Sí, ya estaba todo organizado para nuestra boda así que aprovecharon los arreglos...

─ Eso es terrible, lo siento ─ ya rompió su compromiso, y aunque me aterra la certeza de que conozco la respuesta que va a ofrecerme, necesito cerciorarme ─ Cambiando un poco de tema, ¿cuántos años cumpliste?

─ Veintiuno, ¿usted? ─ me responde, y siento una punzada de dolor atravesarme de lado a lado.

─ Yo también ─ es lo único que puedo, a duras penas, articular.

─ Margaret, ¿se encuentra usted bien? ─me dice preocupado ─ Su voz...

─ Sí, no te preocupes ─ tomo valor e intento disimular mi malestar ─ ¿Me dijiste Margaret? ¿Escuché bien?

─ Lo siento, yo... no quise... ¡Perdón por la impertinencia!

─ ¡No! ¡Al contrario!... Me gusta que me llames así... preferiría Daisy pero Margaret ya es un avance.

─ Entonces Margaret será. Sepa usted disculparme pero debo resolver algunos asuntos en Londres, debo partir antes de que anochezca.

─ Hablaremos en otra ocasión, no te preocupes. Hasta luego, William.

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