La tarde dorada estaba cayendo frente a los ojos de todas las personas que, por una u otra razón, paseaban por las céntricas calles de la ciudad. Con la mano derecha metida en el bolsillo de su pantalón y la izquierda revisando el móvil, Mario caminaba sin prisa alguna a la cafetería que él conocía muy bien. Era un lugar de buen gusto, con un delicioso café producido en un estado vecino, y con un ambiente lo suficientemente agradable y relajado como para platicar. Miró por última vez su teléfono antes de ingresar al establecimiento de dos pisos que en la entrada poseía unas pulcras puertas de cristal.
Dio un rápido vistazo a la parte de abajo, luego a la de arriba y fue cuando pudo ver que una mano era agitada para llamar su atención. Sonrió feliz mientras dirigía sus pasos a la escalera forrada con azulejo de color beige. Al momento de ir escalando cada peldaño, recordó aquella época universitaria, aquellos años mozos en los cuales se había fijado en Christian, aquella época en la que ambos caminaban por el parque cercano al campus mientras intercambiaban miradas de cómplices, y entre la oscuridad de la noche, aprovechaban para darse un beso en los labios cuando se encontraban en un sector solitario y donde nadie los podía ver ni criticar. Recordó también cuando su relación terminó y por la cual terminó destrozado pero también pudo volver a sonreír gracias a haber conocido al que hasta ese momento era su mejor amigo, Braulio.
-- Me alegra que llegaras – la voz nada juvenil de Christian lo sacó de sus recuerdos de antaño.
-- Al contrario, me alegra verte – sonrió y tras un apretón de manos, ambos hombres tomaron asiento, uno delante del otro.
-- Tienes muchas cosas que contarme, eh, han pasado varios años – dijo para luego suspirar debido a la melancolía.
-- Once para ser exactos, y un sinfín de aventuras y experiencias también – sonrió, un mesero con delantal verde, llevaba un par de menús para que eligieran su pedido – Quiero un capuchino de vainilla y una orden de galletas de limón – Mario ni siquiera se tomó la molestia de revisarlo, sabía perfectamente lo que le gustaba de ese sitio. El joven mesero comenzó a anotar.
-- ¡Vaya! Al parecer vienes seguido por acá – su acompañante acotó mientras sonreía – Tráigame lo mismo – le indicó al muchacho que anotaba, acto seguido el joven asintió, tomó las cartas y se retiró.
-- Un poco, me gusta este lugar – contestó viéndolo, analizaba cada facción de su varonil rostro, un par de casi imperceptibles arrugas se formaban en sus ojos, su barba comenzaba a crecer, al parecer se había afeitado uno o dos días atrás, su cabello lo peinaba de diferente modo, sus ojos seguían siendo igual de expresivos que en su época de juventud, se había convertido en un hombre atractivo.
-- ¿Tengo algo? – preguntó el interlocutor al verse ignorado en la plática mientras el otro lo veía fijamente.
-- ¡Perdón! – Rio por nerviosismo – Me quedé pensando- improvisó, no quería verse como un obsesivo analítico.
-- Ah, bueno, y cuéntame, ¿Qué ha sido de ti? ¿Te casaste? ¿Hijos? ¿Qué ha pasado con tu vida? – alentó para iniciar la charla.
-- Pues mi vida ha sido trabajo, una que otra salida, hijos para nada, digamos que he tenido una vida algo aburrida ¿Y qué ha pasado con la tuya? – le cedió la estafeta y se dispuso a escuchar, el mesero regresaba con sus órdenes y los interrumpió. Luego de acomodar las bebidas y las galletas, prosiguieron la plática.
-- Algo similar, demasiado trabajo a veces, como contador he tenido la fortuna de trabajar en buenos lugares pero con demasiadas responsabilidades que a veces desearía escapar y no regresar. En mi vida personal no me ha ido tan bien que digamos, no he sido tan afortunado como en lo profesional – comentó un tanto decepcionado mientras movía la cuchara en la taza de su café.
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El plan B
RomanceNada en la vida es tan lógico como muchos piensan ¿O qué lógica tiene una relación entre amigos completamente diferentes? ¿Qué en común tienen un chico que sueña con el príncipe azul y uno que se acuesta con todo lo que tenga pantalones? Mario y Bra...