Capítulo 8

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Las luces de las farolas se reflejaban en los cristales del auto, era una noche cálida y muy oscura. Aquellos destellos parecían hacer tintinar los vidrios. Como pocas veces en la vida, los dos se mantuvieron callados, era un momento de tensión, pero no por incomodidad, sino por el desconocimiento de no saber qué decir, ambos entendían del ligero distanciamiento que tuvieron, reconocían que el otro no tuvo buenos días, pese a no contárselo, entre los momentos de mutismo, una ligera sonrisa se esbozó en la boca de Mario, recordó aquella noche en la que se quedó a dormir con Braulio por primera vez...


Ya era noche, los relámpagos se podían ver desde las pequeñas rendijas de las persianas, ese día había sido fatal, perdió a su novio, perdió sus llaves, quizás hasta su reputación por aceptar quedarse en el cuarto de ese chico que tenía a su lado. Lo recordaba, era su vecino desde hacía tiempo, pues habitaban la misma pensión. Varias veces lo pudo ver en la estancia. Todos sabían que era más golfo que un actor porno, pero nunca lo vio con un chico en la pensión, era cierto que sus amigos lo visitaban, y él junto con los otros muchachos que eran sus vecinos lo sabían porque aquellos hombres que acompañaban a Braulio siempre regresaban. Nunca lo había visto con un hombre y menos que alguien se quedara a dormir con él, lo que sí era cierto es que podían pasar días antes de que se apareciera por ese lugar, lo que indicaba que andaba en fiestas y sexo.

Lo miró, las luces relampagueantes de afuera pudieron mostrar con detalle su masculino perfil, Braulio Follatodo tenía una nariz respingada y muy bonita, no era curva, ni protuberante, era perfecta, sus labios no eran delgados pero tampoco gruesos, tenían la medida perfecta, sus ojos estaban cerrados, el muchacho dormía plácidamente, y tal como lo prometió no hizo intento alguno por tocarlo o propasarse. Dormía como si nada en el mundo importara.

-- ¿Quién eres realmente? – preguntó Mario en voz muy baja, el otro continuaba dormido, sumergido en un sueño tan adorable que lo hizo sonreír – ¿Estás despierto? – no hubo respuesta, salvo que el muchacho se removió un poco y continuó dormido – Te voy a decir un secreto, y espero que nunca lo repitas... – se acercó al oído del que estaba en la tierra de los sueños – Hoy fue un día fatal, horrible, hubo momentos en los que deseé arrojarme al primer auto que se me atravesara, al llegar a aquí me deprimí más, pero tú, un desconocido fuiste un ángel, de no haber sido por ti, quien sabe si a estas horas seguiría vivo, sigo triste, extraño mucho a Chris, pero gracias, y... – sintió las lágrimas y un nudo en la garganta – Y... ¡Ay Braulio! Gracias... Y no eres feo, bueno no tanto... – de una manera muy respetuosa se acercó y le besó la mejilla, luego de esto se giró para dormir, no se percató que aquel leve roce en la mejilla de Braulio lo hizo sonreír aun dormido por segunda ocasión.


Negó con la cabeza mientras seguía viendo al frente, aquella tarde de tormenta en la que le destrozaron el corazón, conoció al que sería el hombre que nunca lo dejaría solo, o al menos, no lo abandonaría por ninguna otra persona. Su sonrisa se hizo tan pronunciada, que en un momento en el que Braulio volteó la notó. Por acto reflejo imitó a su amigo, le gustaba verlo sonreír.

-- ¿Y se puede saber el chiste? – le preguntó animoso.

-- No, no se puede, es un secreto – respondió en el mismo tono.

-- Tú y yo no tenemos secretos – bromista le dijo sin dejar de mirar al frente.

-- Braulio, tu eres un mundo de secretos, no te hagas – le dio un codazo, era su golpe preferido.

-- ¡Auch! Tus codazos duelen – se le hizo imposible no recordar aquella noche, él también tenía su versión de la historia...


El plan BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora