Capítulo 8 - Realidad

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Era un día importante, era la última semana de vacaciones. Y como era de esperar, se reunirían en casa de una de sus mejores amigas; si se iban a terminar las vacaciones, ellos lo harían de la mejor manera.

Eli llegó una hora antes para ayudar a su amiga a preparar todo, ellas se encargaron de la comida, las bebidas y por supuesto las películas.

Sus amigos comenzaron a llegar. Eli no estaba segura, pero sabía que había una posibilidad; sin embargo toda duda se despejó en el momento que lo vio entrar.

Su corazón se comprimió, su sonrisa se apagó, no podía verlo sin sentirse romper.

Ella sabía que no podía irse, ya no podía correr, debía enfrentarlo sin importar qué.

Eli decidió que no podía seguir escondiéndose, así que se acercó, y reuniendo toda la fuerza que tenía, lo saludó.

A pesar de la incomodidad del momento, se dió cuenta que podía enfrentarlo, sabía que podía hacerlo. Un poco más animada, se acercó a sus amigos y empezaron a conversar.

Cada uno en su mundo, riendo de cualquier cosa sin sentido. Y aunque no lo podía creer, estaba feliz.

Pero nada bueno dura tanto. Todo iba bien hasta que lo escuchó decir algo, y sin saber cómo, dolió más de lo que había pensado.

Eli hablaba con su amigo Fernando, pero como si su corazón le avisara, y sus oídos lo buscarán, encontró su voz en medio de la conversación.

No sabía que hacer, no sabía si su mente le jugó una mala pasada, pero lo que sabía era que en su memoria se repetían las palabras.

-"Sí, lo sé. Es por eso, que lo mejor siempre es estar soltero." - dijo él.

Todo el cuarto se silenció, como si el mundo se congelara, ninguno de sus amigos dijo nada.

Eli con el dolor y la ira uniéndose, tomo el valor que creía haber perdido. Lo miró a los ojos. A esos ojos que habían calmado tormentas, y despertado huracanes.

Y como si él supiera la pregunta que su mente formulaba. Le regresó la mirada, y sin ningún temor, volvió a repetir sus palabras.

-"Sí, es mejor estar soltero."- repitió sin ningún reparo.

Y como si aquella afirmación no tuviera importancia, él continúo hablando como si nada.

Eli se quedó helada por un instante, y reuniendo la poca fuerza que le quedaba, tomó sus cosas y salió de ahí.

Sabía que él tenía derecho de decir lo que quisiera, ella no podía prohibirle nada. Al final solo fueron palabras.

Pero Eli creía que al menos por decencia, y por respeto a su dolor o al amor que se tuvieron alguna vez. Él debía cuidar lo que decía.

Ella sentía la ira e indignación crecer en su interior.

No fue lo que dijo, ni siquiera cómo lo dijo; a pesar de que la indiferencia en su mirada al repetir esas palabras, caló en lo más profundo de su ser.

Sin embargo Eli, sabía que eso no era lo que le molestaba.

Era el hecho de que él podía decir cosas como esa en su cara, sin ningún remordimiento. Como si hablara del clima o el resultado de un partido. Mientras ella a penas podía sostenerle la mirada sin sentir su corazón romper.

Pero se dió cuenta de algo más. La razón por la que le dolían sus palabras, era porque ella aún esperaba en el fondo de su corazón, que en algún momento él se arrepintiera y pidiera perdón.

Ella aún esperaba que él regresara, aún lo esperaba a él.

Y fue entonces como si un balde de agua fría cayera sobre su cabeza, como como si algo le fuera revelado, o como si la cuerda que los unía se empezara a romper.

Ese día, en ese mismo instante, Eli decidió que nunca más en su vida esperaría algo de él.

Diario de un RompimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora