Milla tres: Destrozada y a la fuga: Capítulo 13

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El lugar más feliz de la tierra

Como ya he dicho, gran parte de mi fe consiste en ayudar a los demás, no para mostrar culpa o gratitud por lo que tengo, sino porque me parece justo y necesario. Es verdad que la fiesta para mi decimosexto cumpleaños fue enorme y excesiva. Cerramos Disneyland una noche en plena semana escolar; cinco mil personas asistieron a la fiesta, y cada una de ellas pagó 250 dólares por disfrutar de ese privilegio. Eh, chicas que abusaban de mí en sexto, fíjense en esto: ¡miles de personas pagaron una pasta gansa para venir a mi fiesta de cumpleaños! Aunque no fue nada comparado con esos grandes espectáculos de cumpleaños de la MTV.

Antes de que pienses que soy una piraña egoísta por cobrar a la gente por venir a mi cumpleaños, les diré la razón: el acontecimiento recaudó un millón de dólares para Youth Service America. Todo ese dinero fue para una buena causa. Como ya he dicho, si tengo que ser el centro de atención, quiero utilizar ese poder en beneficio de algo bueno.

La noche de la fiesta de cumpleaños estuvo bastante milimetrada (controlaba todo lo que tenía que ocurrir y el instante en que tenía que suceder). Pero lo mejor fue algo que no esperábamos ni habíamos planeado. Mi buena amiga Lesley, que formaba parte de mi equipo durante mis años de animadora, voló desde Tennessee para venir a la fiesta. Se había alojado en mi casa y, justo antes de dirigirnos a Disneyland, le dije: “Me siento muy feliz. Lo único que me haría más feliz sería que mi abuelo estuviera aquí para la fiesta.” Lesley me dijo que no estuviera triste: “Está aquí. Nos está viendo.”

Hacia el principio de la celebración, en una pequeña recepción para los famosos que asistían a la fiesta, se suponía que mamá tenía que darme el regalo de cumpleaños. Pero resulta que la fiesta iba con retraso. Así que, cuando mamá me dio el regalo, los famosos ya estaban en sus coches para el desfile. La única gente que quedaba eran mamá, Rich Ross y Adam Sanderson (ejecutivos de Disney Channel) y tía Edi, la mejor amiga de mamá. Un pequeño grupo de personas que parecía una familia.

Entonces mamá me sorprendió con un “maltiche”. Un cachorrillo blanco mezcla de maltés y caniche. ¡Un cachorro! Estaba tan emocionada… Bueno, no fue una sorpresa total. Mamá sabía que me moría de ganas de tener un cachorro, y yo tenía la sensación de que mi deseo se haría realidad.

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Los animales son criaturas misteriosas, interesantes, asombrosas. Nunca puedes saber realmente que están pensando, pero sabes cómo se sienten por cómo te tratan. Sus emociones son sinceras y puras. Una perra lloriquea cuando está cansada. Lloriquea cuando tiene hambre. Se te arrima cuando está contenta. Te lame la cara cuando está contenta de verte. Da brincos y te mordisquea los zapatos cuando llegas a casa. Los animales te tratan como tendrían que tratarte los amigos. No quiero decir que desee que mis amigos me laman la cara. Pero cuando los amigos quieren demostrarte lo mucho que les importas, o están contentos de verte, a veces les entra vergüenza o se sienten incómodos. Los animales no creen ser mejores o peores que tú. No sienten vergüenza. Te quieren y basta.

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Estábamos jugando con la perrita y sacando fotos cuando mamá dijo: “Sofie, mira a la cámara, Sofie.” Me quedé paralizada, no podía creérmelo. El tiempo se paró por un segundo. Entonces grité: “¡Sofie era la perra del abuelo!” Mamá ni se había dado cuenta (la cachorrita Sofie venía ya con el nombre de la tienda de animales), precisamente un perra llamada Sofie había sido la mejor amiga del abuelo, su compañera más fiel. Lo era todo para él. No tuve la más mínima duda de que aquella perrita pequeña y esponjosa que se meneaba entre mis brazos era mi regalo de cumpleaños de parte del abuelo. Dios me había enviado el regalo de mi abuelo. Cuando tuve aquella constatación, eché a llorar. Me quedé sentada delante de todos, llorando con Sofie en mi regazo que me lamía las lágrimas.

Millas por recorrer - Miley CyrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora