Dejado Atrás

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Cuando Mace abrió los ojos, lo primero que cruzó su vista fue el pálido panel grisáceo de la cabina de recuperación. Frunció el ceño ante el pitido de las máquinas alrededor y la inmovilidad en su cuerpo. ¿Qué demonios había sucedido? Se obligó a respirar profundo, calmarse y poco a poco recolectar los pedazos de sus últimos recuerdos.

Llevaba tres meses y medio en la estación espacial Radamantis. Él, junto a cinco especialistas más habían sido enviados en misión de año y medio a la lejana estación, para la investigación biológica y exploración de los océanos de la luna Europa. Como la superficie de la pequeña luna era muy inestable, la estación Radamantis la orbitaba y les permitía enviar sondas de reconocimiento para estudiar la factibilidad de aterrizar con una de las naves prototipo que habían traído consigo.

Él, siendo ingeniero y con formación militar, era el subcomandante de aquella peculiar tripulación. No daban problemas, todos sabían cuáles eran sus tareas y las ejecutaban con precisión y en tiempo. Conformaban el equipo dos ingenieros más: Will y Rom, eternos bromistas y al parecer, un poco más que amigos; Charles, el piloto de la nave y la persona más seria y de pocas palabras que había conocido; estaba la comandante Lewis, tan estricta como atractiva y después Beck, el joven médico con los ojos más hermosos que recordara en todos sus años de misión.

En esos meses todo había marchado según lo planificado, pero entonces llegó el día: iban a aterrizar una de las naves con tres de ellos a bordo. La misión era riesgosa, el terreno no era demasiado confiable y debían tener precisión milimétrica para acoplarse a la capa helada de la superficie. Rom, el más experimentado en ese tipo de aterrizajes, pilotaba la nave mientras que Will y él monitoreaban y se preparaban para descender con los trajes especiales.

El mayor riesgo era el nivel de radiación que recibía la luna. Tanto la nave que los llevó a la estación, la Radamantis en sí y todos los trajes y vehículos, tenían un revestimiento especial que los mantenía protegidos de los niveles radioactivos. O al menos, eso creían.

No contaron con la repentina onda que los alcanzó minutos después, lanzando los indicadores a picos peligrosos y haciendo que la comandante Lewis abortara la misión, ordenándoles volver a la estación. Rom y Mace corrieron de vuelta a la nave, pero Will no tuvo tanta suerte. El hielo les jugó la mala pasada, el peso de la nave ya había puesto inestable el suelo y la grieta se formó en segundos. Will desapareció entre bruma helada, mientras Mace halaba a un renuente e histérico Rom para subir y despegar cuanto antes. La nave derrapó y el impacto contra la masa de hielo hizo que Rom se soltara y corriera el mismo destino que su compañero. Lo último que Mace recordaba era el estruendoso sonido, el dolor en su pierna cuando quedó atrapada por la plataforma de metal que cayó sobre ella y cómo la desesperación por despegar la nave y volver a la estación lo hizo arrastrarse y llegar a los controles. ¿Cómo lo había logrado? definitivamente había sido traído de vuelta y ahora se encontraba en la unidad de enfermería.

—Oh, Mace — la voz de Beck lo hizo girar el rostro. El médico lucía cansado, sus cabellos despeinados, sombra de barba y una camiseta raída. No pudo evitar pensar que, aún con la remarcada sombra de las ojeras, sus ojos no perdían su magnetismo peculiar.

—Doc —murmuró con rasposa voz, sonriéndole — ¿qué pasó?

El joven suspiró y pasó una mano entre sus cabellos, sentándose en el banquillo al lado de su camilla.

—Lograste que la nave llegara lo suficientemente cerca para remolcarte— comenzó a leer los signos vitales en su monitor — lamentablemente, ni Rom ni Will lo lograron — su voz flaqueó un poco. Mace sabía que ambos eran viejos amigos del doctor. — En cuanto a ti — suspiró y colocó la tableta donde había apuntado los números en el monitor — la pierna rota y contusiones en general.

Efecto RadamantisWhere stories live. Discover now