Bajo la luz de Europa

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Una semana pasó desde la directa confesión de Mace hacia Beck. Una semana en la que el médico guardó su distancia y la pasó más enfrascado en sus investigaciones que ayudándole a recuperar comunicación. El rubio decidió no insistir, si seguía presionando podía arruinarlo más y ya echaba mucho de menos el platicar con el bondadoso doctor.

A la hora de comer, por lo general siempre se encontraban en la cocina. Hacían un conteo de las raciones y dividían equitativamente. La porción era respetada, aunque a veces se concedían un pequeño bocado extra cuando habían trabajado más de la cuenta. Aquel día, Beck no apareció.

Mace trató de restarle importancia. Anotó en la bitácora la ración tomada y volvió a su tarea en el panel de control, sin mucho éxito. La sensación de que el castaño no estuviera bien comenzaba a carcomer su paz mental.

—Ah, rayos — dijo lanzando las gafas especiales a un lado y tomando su muleta para llegar hasta el laboratorio. Para su sorpresa, Beck no estaba allí. — ¡Beck! — llamó comenzando a ponerse nervioso — ¡Doc!, ¿en dónde estás?

Ante la ausencia de respuesta, su corazón comenzó a latir muy rápido. ¿Podría ser Beck del tipo de chicos que cometen tonterías? no, quería creer que era más fuerte mentalmente y que no haría ninguna idiotez.

—¡Beck!

Llegó hasta la habitación del médico y empujó con fuerza, abriendo la puerta. El joven estaba en cama, pálido y con los labios resecos entreabiertos.

—¡Doc! — dijo llegando a su lado y moviéndolo para despertarlo — Becky, despierta, no me digas que hiciste una estupidez.

Continuó moviéndolo y acercándose para tomar su pulso. Estaba vivo, respiraba. ¿Estaría enfermo? — Becky — llamó de nuevo, acariciando el rostro barbado — si no despiertas voy a besarte y a morbosearte todo.

—Eso quisieras — murmuró apenas, abriendo los ojos, cansado — Mace... ¿qué pasa?

—No apareciste para comer y no te encontré en tu guarida, me puse histérico — le sonrió — ¿te sientes bien?

—Estaba muy cansado y decidí tomar un sedante para dormir bien — frotó sus ojos — supongo que me durmió más de la cuenta.

—¿Y no podías haberme dicho? — lo alzó y lo abrazó — ¿tienes idea de lo mucho que me asusté?

—Mace...

—No quiero que mueras — lo apretó entre sus brazos — no pude proteger a nadie en esta tripulación, solo me quedas tú — pasó una mano por sus cabellos — y voy a sacarte de aquí Beck. Lo prometo. Vas a volver a casa y vas a seguir recolectando anécdotas en tu facultad.

—¿Por qué lo dices como si no fueras a volver conmigo? — dijo Beck devolviendo al fin el abrazo.

—Porque no puedo prometer que iré también — murmuró — porque sé que me quedaría atrás sin dudarlo, si eso significa que vivas.

Beck se separó y le vio con el ceño fruncido.

—No — dijo con firmeza — de acá salimos los dos o no sale ninguno.

—Vale más un médico como tú.

—¿Según quién? — lo empujó.

—La sociedad — dijo encogiéndose de hombros.

—¿Y a quién le importa lo que diga la gente? tú eres tan humano como yo.

—Tú eres mejor humano que yo, Doc — sonrió con tristeza.

—Eso es ridículo — bufó el castaño — ¿por qué dices algo como eso?

—Porque es la verdad — Mace observó sus manos — decidiste salvar mi vida sin dudarlo, tan solo por tu juramento de médico. Te quedaste atrás porque sabías que podías salvarme, aún si eso significaba que moriríamos aquí varados. Eso para mí, es una buena persona. Una excelente persona.

Efecto RadamantisWhere stories live. Discover now