1. Rosas en el bufete.

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 1. Rosas en el bufete.

Cerrar mi floristería temporalmente para mejorar mi situación económica se siente más horrible de lo que jamás imaginé. Es un dolor indescriptible, como ver mis sueños y esperanzas destrozados ante mis ojos.

El regreso a la firma de abogados se siente extraño, como si este no fuera mi lugar y estuviera viviendo en una pesadilla.

—¿Segura de que estás bien, Dahi? —pregunta por milésima vez Bria, una de mis mejores amigas.

—Sí, Bria, ya te lo dije como ochocientas veces —respondo de mala gana mientras ordeno mis cosas en lo que será mi nueva oficina—. Si me sigues preguntando, optaré por tirarme de la ventana.

—Es que no has hablado de él en días, y me preocupa como estás llevando el duelo.

—No se murió, solo cortamos y ya.

—Vale y el tipo de la florería ¿No lo volviste a ver?

—Gracias al cielo no.

—¿Y como era? —Pregunta quitándome la caja de mis manos y sacando los libros de derecho para ordenarlos ella en el librero. La miró con una ceja enarcada y ella me brinda una sonrisa pícara—. ¿Qué? Necesito detalles. No puedes a agarrar a floretazos a un hombre y no decir nada.

—Esa palabra ni existe.

—Quizás, pero existe en mi lengua ahora —se encoje de hombros y hace un puchero—. Anda dime ¿Era guapo? ¿Te arrepientes de haberlo golpeado?

—Estaba bueno, y sí, me arrepiento de haberlo golpeado, pero no porque este bueno, sino porque no lo conozco y no se merecía tal trato —comento sentándome finalmente—. Por suerte nunca lo volveré a ver.

—Sigues sin decirme cómo era —dice en un tono de voz tierno, con su cara llena de pecas y sus labios en modo puchero.

—Era... Bastante alto, de cabello negro, sus ojos de un negro profundo... —Era demasiado guapo para ser real—. En realidad daba miedo, además, ya te dije que fue un imbécil conmigo a pesar de que me disculpe.

—Todos los chicos guapos siempre son imbéciles —concuerda mientras observa con una mueca mi corona de flores—. Con eso no te verás como una abogada seria y presentable, Dahiana.

—¿Me ves cara de serlo? —pregunte fingiendo seriedad y ella se echa a reír—. Eso pensé, le dije a mi mamá que esto era una tontería, tengo años que no ejerzo y no quiero ejercer, me gradué solo para que ella estuviera orgullosa, no para estar metida en un maldito tribunal donde todos ganan menos la justicia.

—Bueno, a juzgar por tu oficina... —Esta repleta de flores, y algunas matas de decoración—. Parece un jardín.

—Es lo que yo amo —me encojo de hombros—. Y lo que ahora debo dejar por un hombre que no vale ni un centavo.

—¿Cómo sobrellevas... Eso? —Ella trata de ser sutil con el tema, pero solo de nombrarlo me hierve la sangre—. ¿No te ha vuelto a molestar?

—No lo sé, desde que cambié de residencia y de número de teléfono no sé nada de él, tampoco quiero saber —digo aunque sea mentira—. Cambiando de tema, sabes que es lo que quiere mi madre con todo esto.

Ella me mira nerviosa, comienza a ver el techo y luego a mover sus manos—. No lo sé.

—Bria... —Advierto—. Desembucha.

—Bueno, ya que me estás amenazando... Hay un cliente que nadie quiere defender, y tú madre se le ocurrió la idea...

—De dármelo a mí para hacerme sufrir ¿Verdad?

Rosas y Serpientes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora