5. Al borde del precipicio.

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  No recuerdo nada

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  No recuerdo nada. Todo está oscuro y no siento la mitad de mi cuerpo. Estoy somnolienta y decaída, sin saber qué está sucediendo. Un frío helado recorre mi piel, y el miedo se apodera de mi mente.

Siento caricias en el cuello, como si varias plumas rozaran mi piel, dejando una calidez reconfortante a su paso. Poco a poco, abro los ojos, pero la oscuridad persiste. Solo puedo ver el cielo estrellado y la pálida luz de la luna menguante. La brisa nocturna acaricia mi rostro, pero no logra calmar mi creciente ansiedad.

¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? Intento moverme, pero algo en mis muñecas y pantorrillas me lo impide. Bajo la mirada y veo las cuerdas: estoy amarrada.

La sensación de impotencia me invade, y un nudo se forma en mi garganta.

Mi corazón late con fuerza. La adrenalina llega a mi cuerpo mientras trato de liberarme, pero cuanto más me muevo, más se tambalea la silla en la que estoy sentada, como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. El pánico se apodera de mí, y un sudor frío cubre mi frente.

Es entonces cuando me percato de dónde estoy. Al mirar hacia abajo, veo la carretera a miles de metros, los grandes edificios a mi lado y las dos pequeñas cuerdas que sostienen la silla. Ahogo un grito y lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas. La realidad de mi situación me golpea con fuerza, y la desesperación se instala en mi pecho.

Esto no puede estar pasándome. No puedo estar colgando de un edificio. Esto es un sueño, una pesadilla de la cual quiero despertar. La desesperación me consume, y mis pensamientos se vuelven caóticos.

Pido ayuda, grito, intento zafarme y sostenerme, pero es imposible hacerlo sin caer al precipicio. La sensación de vulnerabilidad es abrumadora, y el terror se apodera de cada fibra de mi ser.

—No intentes moverte si no quieres morir —escucho una voz distorsionada, como un susurro terrorífico—. Pequeña e inocente abogadita, ha llegado tu fin.

   La voz resuena en mis oídos. Después de la palabra "pequeña", no entendí nada más. Habló en otro idioma que puedo adivinar que es ruso, pero no estoy segura. La incertidumbre y el miedo se mezclan, creando una tormenta de emociones dentro de mí.

¿Será Kay? Él fue el que amenazó con matarme, y es el único capaz de hacer tal cosa. La posibilidad de que sea él me llena de una mezcla de terror y rabia.

—Kay, por favor, no juegues conmigo —suplico entre dientes, cerrando los ojos cuando siento una mano enguantada y fría en mi cuello—. ¡Déjame!

    La desesperación se siente en mi voz, y las lágrimas continúan cayendo.

—¿Por qué has aceptado defender a una escoria como Kay Keller? —cuestiona la voz en mi oído, y un escalofrío me recorre el cuerpo—. ¿No te han dicho que defender a personas como él trae consecuencias?

    La amenaza en sus palabras es clara, y el miedo se convierte en una presencia constante en mi mente, pero trato de no demostrarlo.

Intento voltear la cabeza para ver de quién se trata, pero sus manos me lo impiden con una fuerza implacable. El pánico se apodera de mí al darme cuenta de que no es Kay, y eso me asusta más de lo que debería. Siento que moriré.

Rosas y Serpientes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora