3. Mi amigo el confidente.

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   3. Mi amigo el confidente. |Raye-escapism|

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    Kay Keller.

  Está loca. Definitivamente está de manicomio. Está tan alcoholizada que ni siquiera me reconoce, pero este comportamiento no me sorprende viniendo de ella.

   El primer encuentro con esta mujer fue catastrófico, quería matarla, nadie en mi maldita vida me había golpeado a la cara con unas rosas. Quedé con rasguños en toda mi cara por unos días. Todavía me pregunto por qué ese día no la terminé asesinando.

   Luego me la terminé encontrando en la única firma de abogados decente que hay en esta ciudad, y resultó ser la única que podía defenderme de la demanda que tengo encima. No iba aceptarla, de ninguna manera iba a dejar que alguien como ella defienda un caso tan delicado como lo es mi libertad, sin embargo, la contraté solo para joderle la existencia. Aunque ya tengo un abogado competente trabajando en mi caso por si ella no resulta ser como la vende su jefa; una excelencia.

   Y ahora, para colmo está en mi antro rogándome que la haga mía. Esto es de lo más satisfactorio, pero no soy tan maldito para hacerle eso podrida en alcohol, no soy de ese estilo y menos cuando está tan inconsciente que no sabe ni dónde está parada.

   He de admitir que está preciosa, su cabello plateado cubierto por una corona de flores es lo que más llama la atención, al igual que el vestido con brillantes flores rosas que casualmente combinan con el color sus mejillas.

—¿No quieres ir al hotel ya? —Le pregunto mirándola fijamente a los ojos con la única intención de intimidarla, y ella efectivamente, se sonroja.

—Mejor vamos a mi departamento.

    Me quedo impresionado con su respuesta por un breve momento; sin embargo, acepto. Ella no es capaz de mantenerse de pie, ni siquiera tiene equilibrio, así que me obligo a mí mismo a ayudarla a montarse en mi auto.

   Durante el trayecto a su casa, me arrepentí de haberle seguido la corriente. No dejaba de hablar como una parlanchina y reírse de manera desquiciada. En algunos momentos, intentaba asustarme diciendo que podría ser una asesina, pero en otros, me aseguraba que podía ser la mejor persona si así lo deseaba.

    Definitivamente, ella no tiene idea de a quién está invitando a su casa, ni de lo que soy capaz de hacerle.

—Lo mejor es que te vayas a dormir —le digo al detenerme frente a su edificio.

    Estoy tratando de ser un buen ciudadano; dejarla en su casa sola es lo mejor que puede sucederle.

—Entra conmigo, te voy a pagar —me mira con los ojos brillosos, y debo desviar la mirada para no caer en la tentación; soy hombre, después de todo—. Por favor, no me dejes sola.

—Estoy seguro de que te vas a arrepentir mañana —le recuerdo.

—No lo haré, te lo prometo.

    No sé en qué momento me convenció, pero ahora estamos recorriendo los pasillos del edificio, tratando de encontrar su apartamento.

Rosas y Serpientes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora