Alrededor

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Oscuridad. Ese fue el primer recuerdo, estaba oscuro.

El muchacho abrió los ojos, aquel joven era castaño tenía la piel blanca, un poco sucia, ojos cafés, con un lunar en el lado izquierdo superior de la boca. Distinguió como iba vestido: sudadera negra, playera verde con cuello en "v", pantalón de mezclilla oscuro y tenis "Adidas" blancos con las rayas negras.

La vista se le aclaró. Acostado en el suelo, aún adormecido, el chico de 14 años pestañeó y acto seguido se incorporó; las extremidades le dolían, como si hubiera estado haciendo excesivo ejercicio.

En ese momento la luz pasó por encima de él, dejando pasar un gran haz de luz y entonces el chico pudo distinguir su entorno.

Se percató de que no recordaba por qué estaba en aquel callejón desolado; se encontraba viendo al lado de la calle. Gracias a la luz tenue del atardecer logró distinguir que en la mano derecha poseía un bastón como de un metro setenta de altura.

¿Qué es esto?, pensó. ¡¿En dónde estoy y qué hago con este bastón?!

El bastón era de un tono verde profundo y con líneas verde claro, lo pasó por la luz; en un extremo estaba arqueado, el pedazo de madera (de roble, al parecer) era rígido: era un báculo, un cayado.

Tratar de abrir la mano le resultó difícil, al parecer su mano estaba fusionada con el bastón.

- ¡Vamos!-, decía mientras trataba de abrir la mano. Finalmente lo consiguió.

Al lograr abrir la mano notó y sintió pedazos de madera incrustados en la carne, sangraba.

- ¿Por qué no los siento?-, preguntó un poco exaltado por lo que le pasaba a su mano y efectivamente no sentía dolor, sólo los pedazos.

En la mano izquierda no había prestado demasiada atención y volteó a verla, para su sorpresa estaba en peores condiciones que la derecha: su otra mano tenía cuarzos que le atravesaban la palma y el dorsal de ésta. Los cuarzos eran del mismo color del bastón: verde, salía una pequeña luz de ellos y sacaban pequeñas centellas.

Al ver así su mano su reacción fue de espanto, tampoco le dolía la mano con los cuarzos enterrados, pero generó más horror que la mano derecha.

Se levantó del suelo nervioso y miró a su alrededor en aquel deshabitado callejón. Se volvió para ver más claro el interior de aquella ancha callejuela en la que se encontraba; nunca debió de haberlo hecho. Lo que vio a continuación quedaría impregnado en su memoria para siempre:

En vez de contemplar una pared enladrillada o grafiteada lo que contempló fueron cadáveres descuartizados, ensangrentados...que tenían en el rostro, aunque fueran irreconocibles, un horror impregnado. Mientras el chico observaba aquella horrible escena pensaba qué les podría haber pasado; aquel asesino anónimo les había arrancado las extremidades y prácticamente les había dejado en una masa roja brillante irreconocible y repugnante. Era una fatídica escena.

Después de ver tal masacre se tiró al suelo y vomitó, pues no había notado el olor a putrefacción.

-¡¿Qué carajos ha pasado aquí?!-, gritó asustado.

No soportaba más la escena arrojó el bastón, se abrochó la sudadera, trotó a través de los dos edificios que formaban las profundas paredes de aquella callejuela y se marchó, corrió de ese lugar repulsivo y aterrador, con dos dudas en la cabeza: ¿Qué estaba haciendo allí y por qué tenía un báculo?

El Cayado. El tiempo y los elementos jóvenes IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora