"El Niño y el Príncipe Bestia" - Parte 4

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4° Parte: "El trato"


—¡Qué raro! Era un día tan hermoso, con un sol muy brillante y de pronto se tornó oscuro y tormentoso. ¡Está lloviendo a cántaros afuera!

El anciano estaba asomado en la ventana, entretanto que Léandre estaba acurrucado sobre la alfombra frente a una cálida chimenea. Dado que era una bestia enorme con garras muy largas y afiladas, ya no podía sentarse en un fino mueble o usar muchos objetos como un hombre; sino que ahora vivía más como un animal domesticado. Aunque a pesar de eso Cyril siempre trataba a Léandre con todo cariño y respeto, de modo que este nunca olvidara que a pesar de su aspecto seguía siendo un príncipe. Tomó un cómodo almohadón del mueble y lo colocó con cuidado bajo su cabeza.

—¿Harás chocolate caliente? —preguntó la bestia.

—Sí, seguro será una noche fría. Buscaré una colcha abrigada, mis viejos huesos no soportan mucho estas heladas noches lluviosas.

En eso, una gota de lluvia cayó justo en la cara de la bestia, y tras estas otra mayor...y otra. Molesto, Léandre abrió los ojos y miró hacia el techo y notó que una gotera se había formado.

—¡Maldita gotera! ¡Tendré que moverme de sitio! —Así que el pesado animal se cambió de lado y volvió a echarse acurrucado frente al fuego.

Aunque otra gotera más, esta vez cayendo sobre su lomo, le fastidiaba en el nuevo lugar al que se había cambiado.

—¿Pero qué...? ¡Hay otra gotera!

—No son las únicas, Léandre. Si no atendemos el tejado se nos vendrá encima una noche de estas.

—¡Pues repáralo entonces!

—¿Y cómo crees que voy a subirme al tejado a repararlo a mi edad? ¿Acaso quieres que me mate? ¿Luego quién va a cuidarte? ¡Y el tejado no es lo único que debemos reparar en este viejo castillo! El jardín y los alrededores del palacio están llenos de zarzas espinosas y mucha maleza, hay muchas habitaciones cubiertas de un denso polvo, hay ratones y muchas alimañas deambulando por los pasillos y hay tuberías atascadas que desaguar. Si al menos me permitieras contratar algunas manos para que me ayudaran a mantener este enorme sitio.

—¡NO! ¡No quiero a nadie en mi castillo! ¡No quiero intrusos ni nadie extraño en mi propiedad! Si no puedes hacer las reparaciones, nos moveremos a la otra ala del castillo. Este es un lugar enorme, no necesitamos tanto espacio. Lo demás se puede caer y así se quedará...

—¿Y qué haremos cuando ya no quedé un sitio en este lugar donde podamos habitarlo?

—¡Ya para eso estarás muerto y no escucharé más tus quejas! —respondió con molestia Léandre que se levantó con pereza del lugar para acurrucarse en otro sin goteras.

El anciano suspiró frustrado por la terquedad del príncipe, pero en parte comprendía su recelo de permitir que gente extraña tuviera acceso al viejo castillo que ahora era su único hogar. Y mientras pensaba en ello, justo en ese instante Cyril escuchó una especie de grito o chillido que provenía del bosque. Se acercó nuevamente a la ventana a ver si no era su imaginación que le hubiese hecho una jugarreta. Entonces volteó a ver a Léandre que seguía muy cómodamente acurrucado frente al fuego; pero notó que una de sus orejas estaba levantada, algo inevitable en un depredador.

—Tú también lo escuchaste, ¿no es así?

—Si...—Dijo Léandre sin siquiera molestarse en abrir los ojos— suena como una niña gritando por ayuda.

Los Cuentos de Príncipes sin Princesas (Disponible Versión en Papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora