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La hierba le rozaba los tobillos y los mojaba con gotas de rocío. Era una sensación agradable, que por unos pequeños y continuos instantes, aliviaba el calor que sentía.

En su casa ella siempre se encargaba de recortar el césped y quitar las malas hierbas, pero allí en su estado salvaje era mucho mas alto de lo que ella estaba acostumbrada a ver.

Acabó por quitarse la chaqueta y la anudó a la cintura. Bastantes cosas había perdido como para dejar eso tirado también.

Al rato llegó a un arroyo que estaba minado de rocas enormes. No pudo aguantar la tentación y se descalzó para hundir los pies en el agua. Estaba segura de que allí no la encontrarían, pues aunque entraran por el edificio en ruinas por donde ella había ido, se encontraba demasiado lejos como para que lograran verla con claridad.

El fondo del arroyo estaba compuesto por barro, piedrecitas y césped. Encontró una roca cómoda sobre la que sentarse y estiró las piernas en el agua. Las pantorrillas apenas lograban mojarse un poco, pero daba igual. Se echó agua en la cara un par de veces y la levantó al sol, para disfrutar del calor.

No se entretuvo mucho rato allí, la idea de que los agentes de los servicios sociales lograran dar con ella no salía de su cabeza. Se puso los zapatos apresuradamente y siguió adelante con paso ligero. No tardó mucho en encontrar unos escalones de piedra, desgastados por el paso de los años. Los subió con prisa y en el último se resbaló por culpa de la arenilla que lo cubría. No recuperó el equilibrio a tiempo y puso las manos por delante para amortiguar la caída. Se irguió y se sacudió las manos llenas de tierra mojada y vio brotar un hilillo de sangre. Le ardía un poco el corte, pero no era nada grave. Aunque eso no quitaba que estuviera en el típico lugar inoportuno, la falange.

Miró atrás nerviosa y volvió a bajar los escalones para lavarse las manos en el agua. No se atrevió a dedicarle mucho tiempo a la limpieza del corte y siguió avanzando por el camino hasta los edificios. No tardó mucho en llegar hasta lo que parecía ser la calle principal. En apenas un par de metros recorridos se dio cuenta de que todo eran restaurantes, pero estaban desiertos. Sabía que por mucho que llamara a las puerta no iba a obtener respuesta.

Caminó sin miedo por esa calle extrañamente familiar. Todos los edificios eran de colores alegres, o por lo menos lo habían sido tiempo atrás. Ahora estaban desgastados y con algunos trozos de las paredes cascarilladas. Eran similares y diferentes al mismo tiempo. Pero todos en su conjunto hacían una bella estampa adornada con miles y miles de farolillos rojos. De noche ese lugar tenía que ser hermoso con las luces prendidas.

Se asomó por una de las ventanas de un edificio color amarillo desvaído, que tenía una flor pintada en lo alto. El cristal estaba empañado, así que era difícil ver el interior, intentó limpiarlo con la manga de la chaqueta, pero no valió de nada, pues era de ese tipo de cristales. Que tonta se sintió al no darse cuenta antes. Sus piernas la arrastraron al interior de otro restaurante. Era uno de tantos, de esos de construcción abierta. Al entrar la cara le rozó con la cortinita que intentaba dar cierta intimidad al recinto y surgió en su mente un pensamiento sin sentido. Antes no llegaba aquí.

Deslizó la mano por la barra y miró a su alrededor, todo estaba limpio y bien conservado. Lo único que parecía tener muestras del paso del tiempo eran las fachadas de los edificios.

Salió del restaurante y se fijó en una pequeña enredadera que estaba enroscada en un balcón verdoso. Ella siempre había querido tener una así en su casa, como en esas películas donde la protagonista la usaba para escapar de su hogar y vivir aventuras. Sus pensamientos comenzaron a desviarse hacia asuntos mas triste y cuando se dio cuenta ya apenas respiraba. Amarró bien el nudo de su chaqueta y salió corriendo otra vez. Pensó que así era como ella arreglaba todo. Si te duele corre. Corre hasta que el dolor se quede atrás y no pueda alcanzarte. Corre hasta que te olvides de que arrastras una carga invisible que siempre te acabará encontrando. Y sin saber muy bien por qué, le hizo gracia todo lo que estaba pensando. Era consciente de que sus pensamientos se habían vuelto un poco crueles en los últimos días.

El viaje de Chihiro 2. El retorno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora