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Acababan de dar las cuatro en punto, el ding dong del reloj retumbada en las amarillentas paredes del pequeño despacho. Apenas había pasado un cuarto de hora desde que habían hablado por teléfono.

-Vamos Mike, ¿Dónde te has metido?- Miró el reloj de su muñeca, luego el enorme reloj de la esquina que acababa de anunciar las cuatro, la hora estaba bien, eran solo las 4:01, un minuto eterno.


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