Capítulo 2

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Las amistades vienen y van


— ¡donde estabas! —gritaba

Los tacones de sus zapatos resonaban por toda la planta baja, gritando iracunda. Mientras Mackenzie, subía las escaleras, tratando de ignorarla, había pasado la noche anterior en casa de un completo extraño, que resultó siendo mucho más amable de lo que era su insólita familia. Entró a su habitación y cerró la puerta con llave, retiro los cobertores y el exceso de almohadas, quedando solo con una, se cubrió completamente con una manta y se puso los auriculares. Unos fuertes golpes, se escucharon en la puerta, en cualquier momento sedería por la fuerza del choque de los puños contra la manera. Mackenzie, no se inmuto, le era tan familiar, que se sabía que se cansaría y se iría. Diez minutos pasaron, cuando todo se sumió en un completo silencio. Ella se recostó bien e intentó dormirse, se quitó los auriculares y los dejó junto a su celular en la mesita de noche.

La anterior noche, había sido recibida y tratada con respeto, por la familia de Khaled. Cenando entre chistes y una charla amena, sin insultos o palabras hirientes. Sintió envidia, deseaba que esa fuera su familia y no la que le había tocado, tan disfuncional, tan rota. Siempre deseo tener hermanos, pero sería el mismo infierno, para una persona más, en cambio con Khaled, se notaba que compartía una buena relación con su hermana, la cual lo empujaba o pellizcaba. Se preguntaba ¿si así hubieran sido las cosas de haber tenido hermanos? Poco probable, pero al menos le sirve soñar.

Antes de quedarse dormida, rezo, pidiendo porque las cosas cambiaran, no deseaba ya terminar con todo de una manera tan fácil. Ansiaba crecer, cambiar, experimentar, conocer y aprender nuevas cosas, amar como nunca lo había hecho, de tal manera que protegería con uñas y dientes ese amor, no deseaba ser como sus padres. Siempre dándose la espalda, susurrando palabras hechas puñales, tan filosas como hirientes. Fantaseaba con un futuro prometedor, sin nadie que le volviera a apuntar con un dedo, criticando su forma de ser o vivir. Debía comprender, que primero debía aceptarse tal como es, antes de dejar entrar a alguien más a su vida. Esa noche durmiendo en completa tranquilidad, soñando con un mañana mejor a todos los ya vividos, uno en el que se dijera ella misma, esta es mi vida y la viviere como a mí se me dé la gana.

Hay noches que se la pasan tan rápido, que pareciera como si lo hubiera sido un simple pestañeo. Mackenzie, así lo sentía, apenas acababa de quedarse dormida, pero la alarma no mentía, eran las seis en punto de la mañana, debía levantarse y alistarse, el autobús no tardaría en llegar, no quería que la volviera a dejar, por ser tan lenta al salir.

Se aseo lo más rápido que pudo, para luego buscar en su armario su típica sudadera gris. Siempre le habían gustado los colores tierra u oscuros, sentaban bien con su cabello rojizo. Recogió sus viejos botines y se los puso rápidamente, agradecería que fueran de cremallera, le ahorraban bastante tiempo. Termino de meter todo lo necesario en su bolso, para luego ir bajando las escaleras, buscando con la mirada su chaqueta negra. Si fuera serpiente la habría mordido, tirada en una mesita de centro se encontraba, la sacudió un poco antes de ponérsela, se sentó en una de los sofás, mientras intentaba peinarse su cabello, haciéndose un poco de daño por la brusquedad en que lo hacía. El sonido del claxon del bus, se escuchó, ella lo sabía, al menos esta vez no la dejaría, corrió hasta la cocina y cogió una manzana, para luego salir de la casa, cerrando la puerta de golpe, tal vez, en la noche cuando volviera la sermonea rían o le gritarían, pero prefería eso a que volver a caminar hasta la secundaria. 

Quince minutos son con los que cuenta Mackenzie, para darle una repasada a sus apuntes. Sus docentes solían ser demasiado impredecibles y más aún la profesora de Historia contemporánea, la señorita Leslie, que se la pasaba la mayor parte del tiempo hablando sobre ella y sus grandes sueños fallidos, tan poco es como si le molestara, a veces durante ese lapso de tiempo podía hacer algunas tareas que no logró completar por falta de tiempo o simplemente distraerse con los jueguitos de su móvil. En raras ocasiones solía tomar atención a lo que decía, la Señorita Leslie, había resultado ser una completa cotilla, una chismosa hasta la médula, parloteando sobre cada cosa que hacían o dejaban de hacer sus compañeros de trabajo, al menos se distraía con algo que no afectaba a nadie. No como Verona Evans, siempre buscando un nuevo chivo expiatorio o a quien apuñalar por la espalda. Mackenzie, no estaba ciega, nadie lo estaba, era demasiado hermosa, hubo un tiempo en el que ella estaba completamente enamorada de Verona, quizás un simple flechazo provocado por la bruma del momento o tal vez solo tenía curiosidad por saber que se sentía tocarla de manera más íntima, rozar con las yemas de sus dedos sus mejillas, acariciar sus dorados cabellos y peinarlos con sus manos, sostener su mano su mano, hacerla reír por cualquier motivo, con tal de ver aquella sonrisa. Pero todo se quedó allí, en su imaginación, fantaseando con lo que pudo ser. 

No me dejes irDonde viven las historias. Descúbrelo ahora