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—Ah... Bueno... Mi nombre es Naegi Makoto y... honestamente, no sé qué más quieren que les cuente.

Se escucharon risas. El profesor conservó su semblante serio pero acompañado de una sonrisa.

—Podrías decir qué es lo que te gusta hacer en tu tiempo libre— opinó.

—Pues... suelo ver la tele— hice una mueca nerviosa—, escuchar música y pelear con mi hermana la mayor parte del tiempo.

Más risas. No sabía si era por lo que dije o por mi torpeza.

—Ya no sé qué decir— dije. Mi mente estaba en blanco—, ¿puedo irme a sentar?

—Está bien, pero intenta conocer más a tus compañeros— me aconsejó.

—Claro.

Me guiñó un ojo levantando el dedo índice, lo que me causó gracia. Me senté al lado de una chica castaña vestida con uniforme de gimnasia que comía una dona.

—¡Hola, Naegi! ¡Soy Aoi Asahina!— se presentó ella.

—Hola, Asahina— le sonreí. Se notaba que era una chica agradable—. Ya sabes mi nombre así que no te lo repetiré.

—¿Te gustan las donas?

—¿Las donas?

—¡Sí! ¡Las donas!

—Me gustan mucho.

—¡En ese caso, seremos los mejores amigos!

"Qué manera de hacer amistades" me dije pensando en lo rara que era esa chica, pero no me desagradaba por eso. El profesor comenzó a dar clases, de ves en cuando hacía chistes. Sin duda, Kizakura-sensei era mi maestro favorito. Aunque Asahina me dijo que era muy alcohólico y que, a veces, se quedaba en la oficina del director Kirigiri sólo para beber, pero eso no le quitaba lo divertido. Cuando la clase terminó, muchos se me acercaron para preguntarme cosas, presentarse y así. Eran buenas personas. No parecía existir un "matón" como en los cómics, libros o series. Habían otakus, gimnastas, modistas, "kuuderes"*, etcétera. ¿Yo? No quiero sonar cliché pero sólo soy un chico normal, con apariencia normal, notas ni muy bajas ni muy altas que escucha sólo música popular y le gusta lo más conocido. No tengo ningún pasatiempo, habrán notado en mi presentación. Tengo una hermana menor. Es sólo una maldita adolescente hormonada hasta los pelos, pero la quiero mucho y somos bastante unidos en algunas ocasiones. Esta historia no es muy interesante. Se trata de como conocí el amor, o, bueno... como el amor me conoció a mí.

(...)

Faltaba una hora para irnos. La última clase era de literatura. No me gustaba mucho esa materia, no me gustaba leer para ser exactos. Algunos decían que la lectura era algo muy hermoso porque podías crear tus propios personajes y escenarios en tu mente, sin embargo, yo no tenía tanta imaginación como para hacer eso. Me era difícil. Lo primero que vi al entrar al aula fue un chico rubio con anteojos de marco negro y ojos celestes que transmitían seriedad. Estaba escribiendo algo, no sabía qué. No había nadie más que él allí. Miré el reloj que estaba arriba de la pizarra y, como era de esperarse, había llegado temprano. Las palabras de la hija del director Kirigiri, quien me dio un recorrido y me dijo mis horarios, volvieron a mi mente: "El último receso dura quince minutos más que todos los anteriores. Sonará la campana pero no terminará. Sé que puede sonar un poco confuso pero así es". ¡Había llegado quince minutos antes! Suspiré y me decidí en sentarme al lado de ese chico, quien parecía no estar al tanto de mi presencia.

—Hola, soy Mokoto Naegi— dije. Quería conocerlo. Si iba a ser mi compañero en esa clase, debía hablar con él—, ¿cuál es tu nombre?

No me respondió. Se limitó a a mirarme y siguió con lo suyo. "Qué grosero" pensé. Supuestamente, si conoces a alguien, ¡lo saludas al menos! ¡Pero ese tipo ni siquiera me miró! No seguí molestándolo y saqué mis materiales. Para no aburrirme, empecé a dibujar. Pasé un buen rato y, cuando me di cuenta...

Había una vez... Un pequeño plebeyo (togaegi/naegami)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora