14 ~"Preocuparse es el deber de todo caballero"

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Hoy es sábado, hace frío y estoy deprimido.

Aleix se aferró a su almohada, sin dejar de mirar la televisión. Cuando encendió la televisión lo hizo con la intención de rellenar el silencio que ocupaba el apartamento, pero aquellos dibujos animados deficientes le estaban amargando más. Seguro que los habían dibujado con el culo.

Cada cierto tiempo una risa de psicópata le salía de entre los labios. Estaba volviéndose loco por culpa de Marlene. Sus constantes rechazos le estaban exprimiendo la cordura.

Estaba tan irritado, que sin motivo, comenzó a insultar a los creadores de dichos dibujos animados, como si su creación fuera la culpable de su estado de ánimo.

Habría continuado lanzando más insultos, pero para suerte del bienestar de su cordura, sonó el timbre.

Se levantó ilusionado, creyendo que sería Marlene, pero en cuanto se topó con su vecino, el travestí, sintió que enloquecía del todo.

—Hola, cariño —le saludó esforzándose por verse lo más "linda" posible —¿No te gustaría comer galletas de canela? Horneé demasiadas.

—No, gracias, tengo que estudiar —por más que le disgustara su presencia, Aleix no podía dejar de sonreír con todo su encanto, porque estaba demasiado orgulloso de ser tan hermoso.

—Oh, en ese caso, comelas mientras estudias —le agarró una mano para que agarrara el platillo con las galletas —Ya me dirás qué te parecieron.

—Sí, gracias.

En cuanto cerró la puerta, Aleix soltó un gran suspiro y miró las galletas con pesadez. No tenía nada en contra de los gays o travestís, pero le molestaba cuando se negaban a entender que no estaba interesado en ellos. Ya le había dicho a aquel tipo que lo que había escuchado aquel día era una broma, pero él seguía intentándolo.

Antes de regresar al sofá, tiró las galletas a la basura, porque temía que les hubiera puesto algo raro.

¿Declarar que eres gay? Mala idea.

No había pegado ojo en toda la noche. Las horas de sueño, ahora eran horas de lectura. Insistía en encontrar una forma convincente de ligar, pero aquellas lecturas no le brindaron ninguna.

Harto de estar sentado y perdiendo el tiempo, comenzó a hacer ejercicio, y después de dos horas y una merecida ducha, volvió a su habitación para seguir leyendo, necesitado de encontrar la manera de conquistar a la ñoña.

Acercó la secretaria a la cama y tras taparse hasta la cabeza con una manta, empezó a leer. Lo hizo durante horas, hasta el amanecer.

Ya contaba con setenta libros leídos y tenía otros setenta pendientes de leer.

De vez en cuando, se detenía para implolarles mentalmente a los escritores desconocidos que le brindaran la bendita solución a su problema. Estaba cansado de fallar. Marlene tenía que caer ya en sus brazos.

Estaba tan obsesionado con lograr su cometido, que incluso ya había soñado con que Marlene era una reina sentada en su trono, y él apenas un humilde vasallo a sus pies, que le rogaba por un minuto de su valiosa atención, pero como era evidente, Marlene solo se centraba en la lectura que tenía entre manos, dándole patadas de vez en cuando para que se callara.

Ya ha llegado el momento de bajarla de su trono.

Se dijo Aleix, ciegamente decidido a cambiar de lugares, y como un brillo de luz en medio de la oscuridad, la novela que leía le brindó una idea.

¡Vamos allá!

Abandonó su habitación y salió de casa con toda determinación. En ningún momento bajó la mirada. Había llegado el día: Marlene iba a caer. Iba a triunfar como el personaje de aquella novela.

En cuanto llegó a los famosos escalones de metal los subió con la misma tenacidad que un escalador de montañas. Iba con todo, hasta que se cruzó con Marlene en el quinto escalón, pero ésta, como si no lo conociera, se limitó a seguir bajando.

—Buenos días, mi hermosa Marlene —a pesar de su actitud, le habló con toda su dedicación.

Marlene, la que se ilusionó al pensar que con su actitud lo habría desanimado, torció la nariz en gesto de molestia y se dignó a pararse para mirarle.

—¿Qué bicho te ha picado? —no le había pasado por alto ese asento de falso Romeo que había utilizado.

—Una flecha de Cupido es lo que me ha atravesado el corazón, querida mía —le habló como si se derritiera con su presencia, y le tomó una mano, pero antes de que pudiera besársela, ella la alejó.

—Creí que eras gay —se burló.

—Solo estaba bromeando —aclaró de inmediato.

—¿Y a qué has venido hoy? —manifestó distancia entre los dos, fría como un iceberg, tan grande como el que hundió el Titanic.

—Vine porque estaba preocupado por ti.

Antes de que Marlene le preguntara la razón, él se deslizó hasta pararse detrás de ella, y como todo un caballero le puso sobre los hombros la chaqueta que hace unos instantes llevaba puesta.

—No tengo frío —le aclaró, sin molestarse en quitarse la chaqueta.

—Lo sé, tranquila —le acomodó mejor la chaqueta, gesto que hizo que Marlene le mirara con mala cara —No tienes que preocuparte, yo estaré para ti siempre que estés mal —con complicidad le guiñó un ojo, haciendo que se cabreara más.

—No estoy mal —levantó un brazo en un intento por quitarse la chaqueta, pero Aleix la mantuvo e incluso volvió a acomodarla.

—Marlene, no tienes razones para ocultármelo. Sabes que puedes confiar en mí.

—¡¿De qué mierda me estás hablando?! —casi gritó, ya sin paciencia.

—Marlene, mi ñoña, sé que te sientes incómoda estos días, así que quiero que sepas que cuentas con mi ayuda —le susurró al oído como si se tratara de un secreto.

—Vale, te has vuelto loco —Marlene llegó a ese conclusión.

—No necesitas fingir, mi ñoña. Soy consciente de que tienes el período. Estás un poco más pálida y haces muecas de dolor.

—¿Qué..?

Marlene parecía no haber terminado la oración, pero se calló de repente, cosa que intimidó a Aleix.

¿La he cagado?

—¡Maldito tarado! —gritó Marlene tras minutos callada, ahora con las mejillas rojas de la vergüenza y el enfado.

Aleix pensó en disculparse, pero Marlene se anticipó dándole un rodillazo en la entrepierna que le quitaron todas las ganas de seguir siendo un caballero.

¡No te atrevas a acercarte a mí nunca más! —esa fue la advertencia que le soltó antes de marcharse corriendo, aunque no pudo correr por mucho tiempo ya que le dolía el estómago.

Para su vergüenza, Aleix había acertado de lleno. Era verdad que estaba en sus días y que el dolor se le hacía insoportable. De hecho, el motivo por el que había salido de casa era para comprar compresas porque se le habían terminado. Esos días se le hacían insoportables y la hacían fácilmente irritable, por lo que no había pensado con verdadera claridad cuando se le ocurrió golpear a Aleix.

Te volverás adicta a mí #1 [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora