Capitulo uno

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Un chiquillo con una extraña bandita en su rostro corría como si el diablo le persiguiese. Gruesas lágrimas rodaban desde sus ojos hasta morir en aquel trozo de tela que cubría su nariz y sus mejillas. En su desesperada huida chocó contra algo o, sería correcto decir, contra alguien. Cayeron ambos al suelo y ese muchacho lloroso no tuvo fuerza para nada más, se quedó sollozando sobre aquel cuerpo, tirados los dos en el pavimento.

-Me cago en Dios –el pobre joven levantó la cabeza al escuchar tal maldición – Quítate de encima, joder.

El de la bandita se ofendió por el tono y por el zarandeo del que fue víctima cuando las manos del desconocido le separaron con violencia de su cuerpo.

-¿No miras por donde vas o qué? –contestó altivo, limpiándose las lágrimas. No obtuvo contestación, levantándose y sacudiendo su uniforme escolar con rabia, cuando observó al estúpido maleducado con el que había chocado se le cayó el alma a los pies.

-Perdón, perdón. –se apresuró a ayudar al hombre quien se levantaba en ese momento – No me había dado cuenta de que era usted...

Se interrumpió a mitad de la frase.

-¿Estás buscando una manera políticamente correcta de decirlo? ¿Invidente tal vez? Acabas de tirar al suelo a un puto ciego –exclamó en tono duro, agitando las manos frente al rostro del de la bandita.

-Lo siento, le prometo que no era mi intención...yo...yo –el pobre muchachito estaba al borde de las lágrimas de nuevo y terriblemente avergonzado por lo que acababa de suceder – Acabo de ver a mi novio engañándome con otro –dijo sin saber por qué, volviendo a llorar.

La expresión del hombre con el que había chocado, quien calzaba unas enormes gafas de sol cuadradas, lejos de relajarse se agrió más.

-¿Qué años tienes? –preguntó secamente, agachándose y palpando con las manos para poder recoger su bastón. El de la bandita se dio cuenta y se agachó con prisas a recogerlo, se lo tendió pero observó que el otro seguía buscando por el suelo. Se golpeó mentalmente por su estupidez, ese hombre no podía verle.

-Le estoy tendiendo el bastón, justo delante de usted –dijo algo cohibido pues nunca había tratado con una persona ciega. El hombre se irguió, parecía más indignado si cabía, alargó su mano y alcanzó después de un par de intentos la del joven, casi arrancándole el bastón de las manos. Pareció más tranquilo una vez pudo posar su bastón en el suelo.

-Te he preguntado la edad –demandó. Vaya si era seco ese hombre, pensó un todavía sensible joven.

-Dieciocho –contestó tembloroso.

-Encima de maricón, niñato. No se de que me sorprendo –musitó el hombre. El joven se ofendió hasta el extremo.

-No creo que merezca esas palabras, siento la torpeza de haberle tirado al suelo. Pero me he disculpado, no debería insultarme –se envaró mirando a ese maleducado con ira, aunque sabía que no podía verle.

-Apártate, niño, me gustaría llegar a mi casa de una puta vez –y escupiendo aquello le dio un golpe con el bastón en la espinilla, que dolió como mil demonios.

-Auch, es usted un imbécil –al imbécil en cuestión le hizo gracia que aquel joven siguiese tratándolo de usted a pesar de estar insultándole.

-Oh no sabes cuanto lo siento, iba a avanzar y tu pierna estaba en el camino de mi bastón. ¿No te han enseñado que hay que dejar paso a las personas invidentes? –siguió recriminándole con malicia.

-Usted no es una persona invidente, es un ciego amargado de mierda –y diciendo aquello el joven salió corriendo con la rabia latiéndole en el pecho y las lágrimas cayendo de nuevo por sus ojos.

Blind LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora