Nuevos amigos

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Capitulo 1

-…You know I wish that I have Jessie´s girl …Were can I find a woman like that? …

Emily tarareaba al ritmo de Jessie´s girl, mientras el BMW negro de su padre avanzaba por la avenida principal de Summer Beach. Pudo ver el reflejo del mar a lo lejos, el color transparente y cristalino del agua salada, y la arena casi blanca. Summer Beach era, como todos habían dicho, un paraíso. Un pueblo en la costa, perfecto para pasar unas vacaciones allí, se dijo Emily, pero no para quedarse.

Era un día soleado, cálido y perfecto. Justo el día que uno espera encontrarse cuando llega a una nueva ciudad, donde vivirá de ahí en adelante. Mudarse había sido una decisión fácil para sus padres: Simplemente cambiar de trabajo, de aire, de ciudad, de casa. Después de todo, el dinero no era un problema para ellos. Pero para Emily la mudanza era algo complicado y, por qué no decirlo, muy frustrante. No volvería a ver a sus antiguos amigos, no volvería jamás a pisar su antigua escuela… Y el hecho de conocer gente nueva no era algo que se le diera muy bien.

El auto se acercó lentamente hacia una gran casa frente a la playa, su nuevo hogar. Y aunque era precioso, Emily no soportaba tantos cambios en su vida. Solo tenía dieciséis años, y sentía que nunca la escuchaban: No la habían escuchado cuando había dicho que le gustaba donde vivía, sus amigos, su colegio, su vida tal cual era. No la habían escuchado cuando rogó que la dejaran quedarse a vivir en casa de Sophie, su mejor amiga, en vez de tener que mudarse con ellos. Y eso de no escucharla se estaba convirtiendo en rutina.

-Llegamos-dijo su papá, mientras estacionaba con tranquilidad. Emily apagó su Ipod y lo guardó en un bolso de mano azul marino que llevaba consigo.

-Siiii, que diversionnn… llegamos-dijo Brandon, desde el asiento trasero del auto, con voz totalmente irónica. Emily lo entendía: su hermano tenía casi dieciocho años, y tampoco había sido de su agrado la mudanza. Pero a diferencia de ella, Brandon no tenía problema alguno en decir lo que pensaba.

La pequeña Julie, con sus siete años, era a veces una hermosa niña, de esas que todos dicen “Que linda nena” y otras veces era una total pesadilla con sus caprichos de jardín de infantes. Y así se había comportado todo el viaje, preguntando “¿llegamos?” “¿Cuánto falta?” y repitiendo “Mami, quiero ir al baño” durante todo el traslado. Y al parecer la pequeña era la única de los tres hermanos que estaba realmente emocionada por esa mudanza, ya que empezaría el segundo grado de la primaria allí, adoraba conocer gente nueva, pero además de todo, porque se había enterado sobre un concurso de belleza y talento de niñas entre cinco y ocho años, y ya que Julie entraba en la categoría de siete años, había decidido participar. Era una niña muy bonita, con sus grandes ojos azules y su cabello rubio.

-¡Si! ¡Por fín!- exclamó Julie, abriendo la puerta con entusiasmo.

Minutos después, se encontraban bajando maletas y maletas llenas de ropa de su gran auto.

-El camión de mudanza llegara en una hora con los muebles-Anunció el papá, mientras sacaba del baúl del BMW una gran valija de viaje negra y se la entregaba a Emily.

-Voy a mi habitación-dijo esta, y entro a la gran casa con su maleta en mano. Se asombró al ver la inmensidad de su nuevo hogar. Subió las escaleras, perfectamente limpias y brillantes, con olor a barniz recién colocado, y caminó por un amplio pasillo muy iluminado, hasta llegar a una puerta blanca. La abrió y se quedo boquiabierta: su nueva habitación era el triple de grande que la anterior, y para mejor, tenía un balcón ¡con vista a la playa! Estaba sin amoblar, si, pero en un par de horas quedaría llena de muebles, algunos viejos, de su casa anterior, y otros nuevos que su madre había comprado. Lo único que había era un gran espejo de pared. Emily se acercó al espejo y se observó. Una chica adolescente de dieciséis años, cabello castaño y ojos color miel, menuda, y de baja estatura. Hacía unos años se había prometido a sí misma crecer al menos diez centímetros más. Pero al parecer, se había mentido, pues se había estancado con su metro cincuenta y siete, y su situación no parecía a punto de cambiar.

Se quitó la campera roja que traía puesta, pues allí dentro hacia calor. La colgó del picaporte de la puerta, para luego guardarla en el ropero cuando lo trajeran.

Miró por el balcón, y se dijo a si misma que si quería conseguir al menos un amigo en su nueva ciudad, debía empezar pronto. Las clases empezarían en dos semanas (aún estaban en vacaciones) y en el colegio siempre es más difícil ser la nueva, pues los grupos ya están formados.

Se miró al espejo una vez mas, para acomodarse los cabellos desordenados. Llevaba puesta una remera celeste, unos pantalones negros de mezclilla, y unas chanclas blancas que había comprado la semana anterior.  Sacó una mochila negra de su valija.

Bajó las escaleras. En el camino se chocó con Brandon, que la miró con expresión molesta.

-Torpe-dijeron los dos al mismo tiempo.

-Igual que tú-volvieron a decir al unísono.

Brandon siguió su camino, mientras Emily reía por lo bajo. Su hermano mayor y ella vivían “peleándose”, aunque eran peleas tan tontas como cuando Emily acaparaba el baño por las mañanas para peinarse, y Brandon necesitaba entrar. Pero en el fondo se querían. Brandon tenía ojos castaños y un cabello rubio que lo hacía bastante atractivo. Y era todo un rompecorazones, ya que en sus dieciocho años de vida había tenido veintitrés novias que, para aclarar, no le duraban más de una semana y media.

Emily llegó a la planta baja, y vio a sus padres recorriendo la sala de estar con la mirada.

-Allí iría el televisor pantalla plana…-señaló su madre una esquina- Y Allá el sillón.

-Mamá, voy a salir a recorrer un poco el barrio- avisó Emily, mientras abría la puerta.

-Vuelve temprano, a las doce es el almuerzo.-le dijo su madre, aunque estaba muy ocupada para ver si quien había hablado había sido Emily, Brandon, Julie, o simplemente lo había imaginado.

Emily salió de la casa, y comenzó a caminar calle abajo. Las casas eran todas enormes y elegantes, y los edificios eran muy modernos. Había parques cada varias cuadras, y no importa donde se parara, podía ver la playa a lo lejos. Decidió que era un buen lugar para comenzar a buscar amigos, conocidos, o al menos un perro que le hiciera compañía, pues presentía que de ahí en adelante viviría constantemente sola y aburrida.

La playa a esa hora (las ocho y media de la mañana) se encontraba vacía. A lo lejos observó un gran acantilado, y unas piedras enormes. Caminó unos diez minutos hasta las grandes rocas que veía a lo lejos. La arena se sentía caliente, y se colaba en sus sandalias blancas raspándole la planta de los pies.  Encontró con la mirada una roca de gran tamaño, grisácea y no demasiado llena de algas, que parecía perfecta para descansar. Se acercó allí, y revisó su mochila. Sacó una revista que tenía, una Seventeen.

Se sentó en la piedra y comenzó a hojear la revista, haciendo como si no tuviera nada más importante que hacer (pues en realidad NO tenía nada más importante que hacer)

Mientras leía una nota sobre “Maquillaje y vestidos para fiestas”,  la cual ya había leído unas tres o cuatro veces durante el viaje, notó que una gota de agua resbalaba por la página, lo cual le extrañó, pues no estaba lloviendo. Y al levantar la vista, se encontró con dos ojos curiosos observándola.

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