Capítulo 22

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Alec West me habla sobre por qué nos embriagamos, me dice que tenemos que dejar pasar setenta y cinco minutos entre copa y copa, me cuenta sobre el porcentaje de alcohol en la sangre sobre cómo conseguirlo y qué daños causa.

Pero eso ya lo sé.

Cuando Daniel y yo leímos Buscando a Alaska, la verdad es, que nos obsesionamos y, de manera estúpida, insistió en emborracharse a punto veinticuatro, como ella. Hicimos que Claire se tirara a un policía y nosotros nos llevamos su patrulla, encendimos las sirenas y él manejó. Nuestra estupidez podía terminar mal porque, bueno, Daniel seguia sintiendose excesivamente culpable por lo de su familia y podía decidir matarse, y yo iba con él. Dijo que si veía la patrulla, que reconocía el sonido mejor que otra cosa porque estuvo rodeado de ese sonido por horas cuando ocurrió el accidente, pero que no se mataría por mi.

Mi respuesta sobre lo de Alaska es que, al ver la patrulla solo se sintió más enojada porque eso pudo salvar a su mamá y... no fue derechito y rápido. Fue, seguramente, muy zigzagueado. 

Le pregunto a Alec cómo es que sabe tanto del tema y él sonríe y me contesta que es curioso y estudia medicina. Lo había olvidado.

Los días siguientes Alec no me besa y mis cosas con Daniel mejoran considerablemente, nos reímos muchísimo, hablamos hasta noche, lloramos y la pasamos jodidamente bien en medio de la nada.

Pero todo lo bueno termina y ahora estoy en el avión. Tengo muchas cosas en qué pensar pero no ahora, no con ellos aquí. 

Observo a Daniel dormir. Es tan perfecto, mierda. Tiene unas pestañas muy largas y unos pómulos definidos, pero tiene el ceño fruncido. No debe de tener un buen sueño. Oh, mi Daniel. Se revuelve un poco y se me parte el corazón al imaginar de qué puede ir su sueño. Sus pesadillas suelen ser sobre el día de la muerte de su familia. Balbucea un par de cosas ininteligibles y parece dolido. 

  — No— gruñe entre sueños.

Siento los ojos llorosos, él no se merece eso. Claudia se lo merece, ¡yo me lo merezco! pero Daniel no, él no. Es la persona más noble que he conocido y, sin embargo, no tiene lo que merece.

Escucho su respiración irregular y lo único que puedo hacer es acariciar su mejilla. Se estremece al sentir mi tacto pero luego se relaja un poco. Alec, al otro lado, ronca de una manera horrible. Tiene unos potentes pulmones el infeliz. 

— Mamá...

Y Daniel se despierta jadeando. Sus oscuros ojos se fijan en los míos y parece desconcertado, cierra los ojos unos segundos y, cuando los abre, finge que todo esta bien.

— ¿Qué? ¿Disfrutas mirando, Allie?— murmura.

Pero tiene las pupilas dilatadas del miedo y la voz le tiembla. Si no quiere hablar del tema, entonces yo lo acepto.

— Tenías baba y quería limpiarte— esbozo una sonrisa débil.

—¿Si? Pues estas llorando, ¿por qué?

Niego con la cabeza y me limpio las lagrimas. Sé que odia que me preocupe por él, aunque es imposible, es mi niño y, si no me preocupo yo por él, ¿quién? 

  — Solo es sueño— miento.

Asiente.

— Si, yo tampoco tuve un buen sueño... Mierda, si que ronca fuerte, ¿no?

Me rio y le tomo de la mano.  Con el pulgar me acaricia los nudillos y yo me permito relajarme.

  — Ya están mejor, ¿eh?

Lo interrogo con la mirada y señala mis nudillos. La verdad es que ya no queda ni rastro de las heridas, incluso mis rodillas se han curado por completo. Hunde un dedo en mi mejilla izquierda y yo me rio como una tonta. 

Otra vez túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora