D O S

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Capítulo dos.

Sus pasos eran lentos, delicados e inestables. Sus lánguidas piernas parecían apunto de ceder y su frágil cuerpo se quebraría en mil pedazos.

El día no era lluvioso, pero sí muy frío. Las nubes no cubrían el cielo por completo, los rayos de sol intentaban ingresar por aquellos espacios vacíos en donde las nubes no lograban cubrir. Las calles seguían húmedas por la gran tormenta que habían presenciado la pasada noche los habitantes del pequeño pueblo en donde vivía el adolescente.

Sus tristes ojos observaban con desinterés el sucio suelo. De no ser porque su cabello cubría parte de su mejilla, cualquier persona se hubiese preocupado, pero nadie parecía notar la huella violeta que habían dejado en su ojo izquierdo. O quizá, a nadie le importaba.

Hajime siempre había sido el «raro» del pueblo. Los jóvenes no compartían con él, pero Hajime era una persona normal con un trastorno que no podía evitar. Que nadie podía evitar. La gente, dentro de su ignorancia, lo tildaba de las peores maneras posibles. Y lo trataban de las peores maneras posibles. Lastimosamente, ya estaba acostumbrado a los tratos, sobre todo, de los chicos de su edad.

Aquella mañana al despertar, sus primeros pensamientos se dedicaron al extraño chico de la noche pasada; Etsu. Inconscientemente su cerebro recordaba el maravilloso paisaje de sus ojos, la manera en que las gotas de agua resbalaban por su cabello y aquellas numerosas pecas esparcidas por su rostro. Durante todo el día se preguntó si aquel suceso no había sido más que una ilusión, porque el momento fue tan perfecto que incluso parecía irreal.

Sentía la necesidad de encontrarse nuevamente con él, sentir aquella calma que irradiaba y transmitía, aquella dulce voz que tranquilizaría a cualquier ser humano en la Tierra (¿o quizá solo a él?), y observar sus penetrantes ojos, que escondían el universo en ellos. Mirar a lo lejos y encontrar millones de constelaciones, millones de colores, millones de sentimientos... Mirar a lo lejos y encontrar el más allá.

Hajime sentía una fuerte corazonada, quería encontrarse con Etsu. Apresurado, salió después de desayunar un poco de café y la mitad de una tostada. Cuando estaba ya un poco lejos de su hogar, sus ojos divisaron a un grupo de chicos de su antigua escuela, así que bajó su mirada y apresuró el paso. Como era de esperarse, no pasó desapercibido y acabó con su mejilla lastimada.

Sus pies le llevaron hasta el desolado parque, en donde un par de niños jugaban entre ellos, corriendo y saltando de un lado a otro. Hajime los observaba con recelo, a lo lejos se veían tan felices, sin preocupaciones y responsabilidades que deseaba volver a aquellos años de niñez, en donde todo era mejor.

Caminó hasta una banca vacía en donde tomó asiento. La sombra de un árbol ya despojado casi por completo de sus hojas cubría todo el lugar.

Suspiró y apretó sus puños. El oxígeno parecía disminuir y su garganta comenzaba a arder. Lentamente bajó su mirada al piso y sin resistir más, las lágrimas comenzaron a salir una tras otra, recorriendo sus mejillas y cayendo a la tierra.

La tristeza había consumido toda felicidad que en algún momento pudo haber existido. Había consumido su vida y todo lo que alguna vez le pareció importante.

Llegó un punto en el cual ya no pudo retener sus sollozos. Sus manos se dirigieron a sus ojos, pero al hacer contacto con su mejilla, una mueca de dolor apareció en su rostro. Las lágrimas seguían cayendo y los niños que minutos antes jugaban despreocupadamente, ahora observaban a lo lejos con curiosidad al triste adolescente.

Un sentimiento tan gélido apareció en su marchito corazón, que sintió la atracción de terminar definitivamente con aquel agonizante dolor que le carcomía por dentro. ¿Cómo podría seguir adelante? ¿Cómo?. Su mente no estaba estable como para soportar más tiempo de inseguridad, de miedo, y de melancolía, ¿Qué importaba si su cuerpo se quedaba pudriéndose en un cajón bajo tierra?, nadie le recordaría, ni lloraría por él. En su lápida escasearían rosas, y si hubiesen, ya marchitas estarían.

Una ilusión llamada Etsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora