S E I S

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Capítulo seis.

Hajime despertó exaltado. Su respiración se encontraba agitada y el sudor abundaba en su cuerpo. ¿Qué había sucedido? Ni siquiera podía recordar qué había sido aquel sueño, o quizás pesadilla que le había atormentado.

Miró hacia el reloj que estaba a un lado de su cama; eran exactamente las tres de la madrugada. El silencio se extendía por su casa, por la calle, por doquier, haciendo el ambiente un tanto sombrío.

Inhaló con fuerza, para luego exhalar más calmado. Tenía miedo.

La oscuridad no dejaba nada a la vista, ni siquiera sus propias manos.
La luna no estaba presente para iluminar su cuarto aunque fuese un poco.

No quería estar ahí, el oxígeno parecía disminuir a medida respiraba, su habitación no era un lugar precisamente grande, por aquella razón necesitaba salir de ese lugar.

Se levantó a penas, intentando no chocar con cualquier cosa que se atravesara en su camino. Llegó hasta la puerta de su habitación y... se detuvo. ¿Qué estaba haciendo? Hajime se quedó dudoso, ¿Y ahora qué?

Comenzó a pensar. Sus ojos se sentían livianos, había descansado lo suficiente y no podía dormir más. ¿Estaría bien salir a caminar? Definitivamente no lo estaba. Eran las tres de la madrugada, ¿Quién, en su sano juicio saldría de caminata a aquella hora? Y más aún con el mal clima que se presentaba, aunque había dejado de llover hace un buen rato atrás, pero no eran las mejores condiciones para recorrer las calles, mucho menos solo.

El adolescente suspiró y sin pensar más, decidió salir sin pensar en las consecuencias .

Hajime giró la perilla de su puerta lo más silencioso que pudo, hasta que finalmente pudo abrirla sin mayores problemas. Caminó por el pasillo, llegando a las escaleras, por las cuales bajó lenta y sigilosamente, evitando que su madre despertara. Cuando hubo llegado abajo, buscó sus zapatos y un abrigo en el perchero, y se dispuso a salir. No le importó llevar ropa de dormir abajo, ni que el frío penetrase hasta sus huesos, nada importaba ya.

El oxígeno llenaba sus pulmones y se sentía un poco más aliviado.

Su cabeza se alzó hasta el cielo y notó que la luna se escondía tras oscuras nubes cargadas de agua.

Los faroles alumbraban con escasez. Las calles solitarias le hacían pensar en la soledad humana. A él le gustaba estar solo, le agradaba. Si no fuese por la obligación de ir a la escuela, se resguardaría en su habitación días y días, sin salir jamás, o al menos no en compañía.

Extrañamente la única persona con la que disfrutaba era Etsu. Él era diferente. No sentía aquel rechazo que con los demás tenía. Etsu... era Etsu.

Recordó que temprano debía ir con el médico. No quería. Siempre era lo mismo; las mismas preguntas, los mismos medicamentos, la misma rutina hasta el hospital donde atendía, la misma sala, el mismo aroma. Todo allí era muy repetitivo. Además, sabía que le preguntaría si seguía el tratamiento con regularidad, y Hajime era muy mal mentiroso.

Ya no quería seguir así. Su vida lentamente se desmoronaba y no sabía qué hacer. Incluso, hasta él mismo comenzaba a desaparecer, o quizá a transformarse. ¡Aquello no era normal!

De pronto, los cabellos de su nuca se erizaron al tacto de unos cálidos dedos. Detuvo sus pasos por completo. Un reconfortante sentimiento se albergó en su gélido corazón, y su cuerpo se relajó por completo. En su nuca podía sentir la respiración de alguien, el tacto de alguien y el aroma de alguien.

—¿Qué haces aquí, Hajime?

Su voz, tan delicada y suave, parecía el susurro de una melodía en su oído.

—Etsu—Se giró sobre sus talones y los dos chicos quedaron frente a frente, casi rozando sus narices.—¿Qué haces tú aquí? ¿Es otra casualidad a las tres de la madrugada?

—Sí. Una casualidad muy afortunada.

Hajime sonrió. Cuando estaba con Etsu, sentía que volvía a ser él. No había necesidad de mirar su reflejo en algún espejo, porque sabía con certeza que vería su rostro y no el de otra persona.

—Eres muy misterioso.

—¿Eso es algo malo?

—No. Me gusta.

Hajime observó con atención los bellos ojos de Etsu. Seguían reflejando el infinito universo, y seguía maravillándose por la belleza de estos mismos. Sus ojos lograban absorber sus problemas, su angustia, su tristeza. Era realmente sorprendente.

—Ven, acompáñame.

Etsu tomó la mano de Hajime, sorprendiéndole.

Las mejillas del joven chico se arrebolaron. Se preguntaba a dónde le guiaba Etsu.

Sus pasos eran rápidos. Hajime se sentía en calma. En sus dedos había un leve cosquilleo, justo donde Etsu le tocaba. Para Hajime, era maravilloso sentir su delicado tacto.

Caminaron durante un tiempo, hasta que llegaron a la entrada de un pequeño bosque justo tras las últimas casas del pequeño pueblo.

—¿Qué hacemos aquí?—Preguntó curioso.

—Ya lo verás.

Etsu seguía aferrado a la mano de Hajime, (¿o era al revés?) entraron al bosque entre algunos árboles y pequeños arbustos, hasta que Etsu detuvo sus pasos. Hajime se extrañó, no entendía qué hacían ahí, pero al observar más detenidamente se dio cuenta que estaban en un círculo de árboles, dejando un gran agujero entre ellos con vista al cielo. El chico observó hacia arriba y abrió sus ojos con sorpresa al ver aquello. Allí, donde los árboles no cubrían la vista, se encontraba un cielo estrellado, colorido y magnífico.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Cómo era aquello posible, si hace algunos minutos el cielo estaba cubierto por oscuras nubes? Era realmente maravilloso.

Las nebulosas, las estrellas, los planetas... el menor podía jurar que a simple vista se diferenciaban. Era realmente hermoso, ¿Podría ser aquello el reflejo en los ojos de Etsu? Casi podría asegurarlo.

—Esto es... hermoso.

—Es mi hogar, Hajime.

Hajime no podía apartar su mirada del amplio universo. De pronto una estrella fugaz recorrió veloz el cielo. El menor cerró sus ojos y pidió un deseo: «En vida y muerte, que Etsu esté junto a mí, siempre.»

Abrió los ojos lentamente. Etsu le observaba con aquellos maravillosos ojos.

—¿Qué has deseado?

—Un secreto. Algún día lo sabrás.

Hajime sonrió y se acercó aún más a él. Se acercó tanto, que podía rozar su nariz con la de Etsu. Entonces, Hajime le abrazó. Le abrazó suavemente, casi con temor a lastimarle. Sus manos rodearon a Etsu y su rostro se escondió en su tibio cuello, cerrando sus ojos con delicadeza. Etsu, lentamente le correspondió. El menor sintió una felicidad que jamás podría describir, su cuerpo por dentro estallaba de emociones, su cerebro no podía crear un pensamiento coherente y una sonrisa inconsciente se apoderó de sus labios.

Sus ojos se abrieron lentamente. Aquel sentimiento indescriptible aún recorría su cuerpo, pero la oscuridad le pareció extraña. Su cuerpo se encontraba recostado y el silencio aparentemente había regresado. Miró hacia un lado y vio una opaca y pequeña luz, entonces se acercó hasta ella y se dio cuenta que era el reloj que estaba sobre su mesita de noche. ¿Qué estaba sucediendo?

Tomó el reloj entre sus manos y observó la hora. Eran las cuatro con cuarenta minutos de la madrugada.

Hajime sonrió, dejó el reloj en donde estaba, y se acurrucó entre las sábanas. ¿Aquel suceso en realidad había sido real?, con aquel sentimiento tan maravilloso que le producía Etsu, Hajime se durmió con esperanzas de que no fuese tan sólo un buen sueño, sino una hermosa realidad.

Una ilusión llamada Etsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora