Me miré en el espejo del baño y vi unas pequeñas arrugas al costado de mis ojos. Un poco me gustaban, aunque no dejaban de llevarme a lugares aún intransitables en los huecos de mi memoria. Las arrugas me recordaban mi impronta telúrica, la huella de mi niñez en el campo. El sol nunca trató bien a los que no somos de la ciudad.
Nunca se lo conté a Felipe, pero además de mí, el campo escondía otro muerto. Y eso que tenía varios, pero una cosa es que los tenga y otra es que los esconda. Cuando pensaba en eso se me helaba la sangre.
Entró mi hijo sin pedir permiso, me enojé por su modo intempestivo pero no me dio ni tiempo de manifestárselo. Tenía el teléfono en su mano.
-Acaba de llamar Ingrid. -me dijo. –Quiere invitarnos hoy a la noche.
-Ahora hablo con ella y le meto alguna excusa para no ir.-le contesté.
-Papá ya le dijo que sí.-acotó mi hijo mientras se iba del baño.
Me quedé muda. A veces pensaba que Luciano sabía todo y que le gustaba exponernos a Felipe y a mí, vernos juntos, enfrentados, nerviosos. Disimulando como lo hacen los amantes. Moví mi cabeza para sacarme esas ideas y suspiré. Me lavé la cara y me la refregué un buen rato como si buscara quitrme las arrugas. Pero continuaban ahí, junto al recuerdo del sol, el campo, y sus muertos. Su muerto. Y la mía.
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Amar después de amar
RomanceEl blog de Laura. Su punto de vista de la historia Un amor prohibido abrirá paso a un apasionante relato que el destino se encargará de resolver. En el presente, hay una muerte (o más), hay un paro cerebral, hay muchas preguntas y pocas respuestas...