Capitulo cinco. Hablemos de zombis.

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Capitulo cinco. Hablemos de zombis.

Escrute repetidas veces la nota entre tanto cogía mis pertenencias sin mucho cuidado. Sabía que el remitente era Ojos grises. Pero tenía un par de dudas. ¿Cómo demonios logro escurrirse en el instituto sin ser descubierto? Tendría que descubrirlo tarde o temprano. Sentí la presencia de alguien que respiraba en mi cuello. Arrugue la nota, y la guarde apresuradamente en el bolsillo delantero de mi maleta, y exaltado, di media vuelta para encarar al irritante sujeto, solo para encontrarme de nueva cuenta con un furioso Angus. En serio, tenía que evitarle más a menudo. Retrocedí cauteloso. Estaba muerto. Pude imaginar en aquellos momentos el mensaje que rezaría mi obituario. "aquí yace Keaton Robertson, Un elfo libre" o algo como "Aquí yacen Las esperanzas de Keaton, Buen hijo y hermano, héroe por un breve tiempo."

-así que, el engreído tiene un admirador.- dijo con todo el veneno que pudo encontrar en su interior. Leyó la nota. Esto comienza a ponerse feo. Intente replicar sardónicamente, pero el resto del valor que aún quedaba en mí, salió corriendo por la ventana y profiriendo gritos de niña asustada. Solo boquee como un pez. El timbre que anunciaba el final de las clases sonó, justo a tiempo para evitar que Angus me asesinase. Angus continuaba mirándome concienzudamente, y al devolverle la mirada, me sorprendió sobre manera el descubrir en su rostro un poco de dolor. ¿Qué carajos sucede? De repente, este contrajo el rostro de una manera lastimera, cerrando con fuerza los ojos, como si el simple hecho de verme de doliera. Mordió su labio inferior y negó imperceptiblemente con la cabeza. Ahora me encontraba realmente confundido. De no ser por mi instinto de supervivencia, le habría reconfortado con una breve palmada en la espalda, como a un cachorrito. De verdad estuve a punto de hacerlo. En cuanto Angus relajo el rostro, dejo escapar un largo suspiro. Pude percatarme que en aquellos ojos azules imperaba el dolor, y algunas lágrimas contenidas. ¿Los abusones tienen sentimientos?, probablemente. La segunda campana sonó, momento que Angus provecho para tomarme por sorpresa, pegando sus labios un milisegundo a mi frente, y sin mirarme de nueva cuenta, se alejó con rapidez. Personas entraban y salían de los vestidores algunos chocaban conmigo, la mayoría me ignoraba. Me sentía inmóvil, miraba desenfocado y pensaba en una sola cosa. ¿Acaso Angus ha dejado de sentir aversión hacia mí? Si la cosa iba por ese rumbo, tendría que evitarle más que nunca, por mi propio bien.

Al terminar aquel penoso día estudiantil, decidí caminar hacia la casa de Reagan. Estaba harto de esta situación. Necesitábamos hablar sobre el tema que nos metió en primer lugar en este problema. No podía evitarme el resto de su vida, no cuando necesitaba hablarle de todos los problemas que he estado ocultando. No cuando la necesitaba tanto.

Al llegar al pórtico de su hogar, toque la puerta del frente con suavidad. Su madre era alguien de armas tomar con respecto al escándalo, padecía de mortificantes migrañas los siete días de la semana, los 365 días del año. A Reagan le gusta mofarse de ella cuando se molestan, diciendo que se embriaga a solas.

Escrute el porche, la avenida por la que había llegado, mis deportivas, las ventanas de la casa, la pintura desconchada, el cielo y el interior del buzón con la intención de contener mi ansiedad mientras esperaba que alguien acudiera a mi llamado. Espere cinco minutos y volvió a llamar a la puerta, un poco más fuerte esta vez. Nada. Vadee el pórtico de la casa hasta llegar a la puerta trasera y esta vez no dude, aporre la madera con ganas y grite:

-¡Reagan, maldita sea. El apocalipsis zombi! ¡Carajo, que me están persiguiendo!- En tanto golpeaba con más decisión, distinguí un poco de ruido dentro de la casa, y con un fuerte golpe de la puerta al abrirse, salió una alterada Reagan con el cabello revuelto, saliva en una mejilla y una escopeta en las manos. Tenía ojos saltones de loca y una sonrisa maquiavélica.

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