Estoy mirando sus caras mientras juegan a vivir. Sentados en un rincón del bar, encerrados entre una cristalera y la sombra de lo que fuimos. Veo la niebla en el cuadro que cuelga de la pared que está enfrente de mí y me pierdo. Mis amigos están hablando de algo pero su conversación se ve apagada por las voces de mi mente. Miro a mi cerveza y temo que llegue el fin porque sé que eso es lo único que me mantiene aquí. Porque yo estoy en otro lugar, no sé exactamente si en la casa envuelta en niebla del cuadro o en medio de una tempestad de pensamientos. No sé donde estoy ni quien soy ahora mismo. Pasa que a veces estás muy arriba y de pronto caes. Yo he caído de lleno en la soledad, pero una soledad muy jodida. Esa que aún cuando estás rodeado de gente te hace sentir en medio de un desierto. Aunque un desierto no es tan oscuro como lo que ven mis ojos. He caído y he perdido el conocimiento. El sueño y algo más oscuro se está apoderando de mi cuerpo, de mi mente y de mi visión. Solo alcanzo a ver la esperanza en los ojos de los que tienen a alguien que les está esperando en casa. Solo veo las sonrisas de mis colegas mirando las pantallas que encierran las palabras de los que los quieren. Y mis palabras no se encierran para hacer a nadie sonreír. Mis palabras solo salen como el llanto que nunca mostraré y se clavan en hojas blancas de texto que nunca serán leídas. Empiezo a considerar que quizás el porro de hace 10 minutos me está nublando la razón. Pero yo quiero más. En la punta de mi lengua se encuentra la melancolía y el despecho y las ganas de salir a la fría noche y ocultar la luna con el humo de un cigarro. Llega más gente pero nadie a quien desee ver. Me hablan pero no es nada que quiera escuchar. Escribo y no dejo espacios porque no puedo dejar más huecos vacíos alrededor de mí. Esta mierda que os cuento está llenando poco a poco las grietas de un corazón roto, la soledad de quién lo tiene todo y no es feliz. Pues igual es porque no lo tengo todo. Y claro que no lo tengo todo, porque no te tengo a ti.
