Parte 7

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Debo confesar que nadie ha visto una pintura mía, rondan en mi mente, dando aleteos como un pingüino, y menos, leído un verso. Quizá, no se han perdido de nada. Quizá. Y entonces resurjo de la ceniza y retorno a la infinitud. Cuando están ahí, frente a mí, por perfectas que sean, ya son tan vacías, tan inútiles, tan imperfectas. Parecen demonios. Son demonios, me digo. No sé si algún día existirá una pintura o un escrito mío. Lo dudo. Además, no me interesa. ¿Y dónde diablos conservas tus obras? En mi cabeza. No entiendo. ¿Qué te impulsa a disecar a tu madre? Es una larga y atormentada patraña. Lo siento. No, ¿y por qué...? Un silencio asfixiante y luego nuestras miradas se entretejieron. Pensé que estaba enterrado vivo como en aquel cuento de Poe, El entierro prematuro. Y Pilar comentó: Con decirte, esa arpía de mi madre. ¿Cómo...? ¿Cómo diablos puedes expresarte así, de la mujer que te ha parido? ¿Estás seguro de que me ha parido? Ella me ha ultimado al conceder esto que los mortales nombran vida. Me ha torturado, tanto físico como adentro, que es más preocupante, porque son de esos tipos de llagas que no cicatrizan ni con la muerte. ¿Cómo una mujer tan hermosa puede hablar así? No te dejes engañar por eso, pintor. La vida es como el cielo, puede distinguir el azul, el negro, sus impresionantes luces celestiales; pero jamás lo que fluye en el más allá. Nunca. ¿Sabes lo que existe? Perdona, pero en este instante no quiero conversar de ello. Disculpa. Lo siento. ¿Tienes cigarrillos? Cigarros. No, gracias, ¿cómo demonios puedes fumar eso? 

La taxidermistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora