La luz de la mañana se encoge bajo los árboles y una brisa cálida entra al estudio, como en mí, sus palabras se amontonaban en el fondo roído del alma. En esencia te diré, dijo hablando y mordisqueándose el dedo índice: desde pequeña he sido maltratada por esa mujer, por ella soy producto de quien soy. No tiene moral para corregir y perdona esta expresión, mi madre era una ramera cualquiera, lo he sabido, y entre otras cosas que han demolido mi vida. Disculpa, no a todo el mundo le cuento estas miserias. Me da vergüenza. Sí, mucha vergüenza. Quisiera a veces no haber nacido. Inclinó la cabeza y miró las largas y negras uñas postizas. Cuando te vi ayer, encontré en tu mirada esa agua bendita que baña y sacia esta roñosa alma, que agoniza como una maliciosa perra vagabunda por el mundo, valle de tortura. ¡Disculpa, hombre!, dijo y sus ojos se aguaron. Y soy eso... permaneció pensativa mirando, quizá, el viejo periódico, tostado por el sol. ¿Y qué eres? Ya irás entendiendo, poco a poco o quizá de un cuajo. Hizo silencio. En ese instante de musgoso silencio, recuerdo a mi madre, con años luz, a como ella habla de la suya. Y rompió el silencio y mis pensamientos, luego con una pícara mímica y su mirada radiante, con ojos saltones proyectados al techo dice: Te invito esta tarde a casa. ¿De veras? Sí. Pues en marcha, vámonos ahora mismo. ¿Ahora has dicho? Sí, ahora. ¿Y el retrato? Luego lo continúas. Las aventuras y los pequeños momentos, a lo sumo, son los que reaparecen cuando nos aproximamos al túnel oscuro y largo de la hora suprema. Así que, ¡a vestirnos!, y de inmediato, marchémonos de este lugar. También soy amante de las aventuras, con sólo decirte que he viajado al sur de África, en busca de animalitos para disecarlos. ¡No jodas! Créelo. Bueno... ya verás... Ya imagino tu casa, repleta de todo espécimen de animales, de pobrecitos animales, por aquí y por allá. Tú lo dices y no lo sabes... me dice, aproximándose, con esa mirada felina, puesta en mis ojos, y yo, en los suyos, con la inconfundible timidez. Se detuvo a centímetros. Tomó el pincel. Se pintó ambos pezones con el color azul de Prusia. Luego, sopla suave en mi cuello. Me estremecí, como un árbol cuando el viento fuerte balancea y caen al suelo los frutos. Dejó deslizar el pincel de su delicada mano. La veía ahí, tan cerca de mí, desnudos los dos, mirándonos, tan ciego, sin el mínimo intento de un mágico movimiento fingido o no, por los amantes. ¿Sería que ambos estamos sufriendo de la misma raquítica enfermedad, del desamor? Murmuré para mí, como quien traga una nube de humo. Vámonos, me dijo, con ese intríngulis que estruja las entrañas, pero no estrangula. Dio media vuelta, y antes de dar cincos pasos, la paleta y los pinceles cayeron al piso. Nunca me había sucedido algo similar. El ritmo precipitado de los músculos cardiacos laten dentro de mi caja torácica como vieja locomotora y el sudor corre como lágrimas sobre aceite, producto de esta mujer. Le juro, me turba los sentidos, igual o peor que Gala a Dalí. Si deseara, en este instante me acercaría a ella, la sedujera y nos metiéramos en la cama o aquí mismo en el estudio o el patio; pero una cosa trae la otra, y la otra, a otras. ¿Qué podría suceder si llegara a acostarme con ella? ¿La amaría? ¿Me amaría? ¿Qué busca en mí? ¿Qué busco en ella? Pero no. Todo debe marchar como lo efectúa el sol con su elegante ascenso y descenso, y ya veremos... todo llega a su tiempo, en el lugar correcto, ¿con la persona correcta? Todo cae por su propio peso. Y debo luchar, evitar a capa y espada, que otro amor remueva aquella ceniza, que el olvido ha remolcado hacia el anti-retorno, no pretendo que esa máquina feroz guillotine este amor, que turbe esa paz, que costó tanto edificar. Sé que el amor, no es asunto que obedece a la autoselección, como decir en una tienda: ¡Bonjour, monsieur! Deme, por favor, ese reloj Rolex, ese auto rojo, esos pinceles, ese perfume Vetiver Guerlain. En lo particular, prefiero ser tocado por sus torpes dedos que por anchuroso amor, insurrecto, ese que calcina perdurable y la ceniza la retorna a fuego y el fuego en llagas.
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La taxidermista
RandomUn pintor que calcina sus obras y una taxidermista, se conocen en un restaurante; luego del hechizante encuentro, surgen proposiciones y confidencias de la taxidermista (Pilar) que dejan absorto al pintor. Sus vidas, llenas de miserables angustias y...