2. Fiesta sorpresa. [Parte uno.]

619 74 42
                                    

—Eh... ¿Vivir aquí? —cuestionaba el pelinegro bastante incrédulo.

El castaño esbozó una de sus tantas sonrisas mientras asentía.

—¡Sí! Vivir aquí, contigo. ¿No te gustaría? ¡Sería fantástico! Sería toda una aventura.

—No sé si pueda o quiera...

—¿Cómo que no sabes si puedes o quieres? ¿Qué quieres decir con eso?

John se estaba impacientando, pero debía agarrar paciencia de donde no había con el menor.

—No quiero salir lastimado.

—Soy tu mejor amigo... Nada malo te pasará estando conmigo.

—¿Lo prometes, Johnny?

—Lo prometo, Paulie.

[...]

Mamá, despierta, mamita —nuevamente estaba siendo preso de aquél sueño como otra de tantas noches—... ¡No! ¡No! ¡No! ¡Mamá! ¡Mamá!

—¡Paul! ¡Despierta, Paul! —John lo estaba sacudiendo por los hombros y no cesó hasta despertarlo.

—Otra vez ese maldito sueño, John —comenzó a sollozar abrazando al castaño con fuerza—. Mi mamá, John, mi mamá...

—Paul, ya... Tranquilo, estoy aquí. —vaya que era un arduo trabajo lo que debía hacer con él.

John suspiró sin saber qué hacer, bajó corriendo por algo de leche y sirvió un vaso entero para llevárselo al pelinegro quien estaba temblando de frío mientras se tapaba los oídos sollozando fuertemente.

Una vez que lo vio, no dudó en sentirse apenado y se sentó a su lado.

—Toma esto, Paul —dijo el castaño mientras soltaba un bostezo—. Tranquilo, tómalo... Te va a tranquilizar.

Paul tenía mucho miedo, era como un infierno del cual no hallaba salida. Miró al amor de su vida un par de segundos y aceptó el vaso con leche, para luego buscar en su mesa de noche sus pastillas para dormir.

—¿Tomas pastillas? —cuestionó el mayor.

—Sí, las tomo porque... No puedo dormir tranquilo, pero cuando estoy durmiendo constantemente tengo éstas pesadillas con el accidente. Es algo que no puedo evitar, disculpa si te desperté.

—No pasa nada... Deberías descansar, o quizás necesites conversar y desahogar todo lo que guardas dentro.

Paul rió con un deje de tristeza para luego rodar los ojos.

—Ya lo he intentado miles de veces, John —sonrió de ladino antes de soltar un suspiro—. He ido incluso al psiquiatra, y nada.

—Es porque te sientes culpable y yo considero que no debería ser así. Quizás podrías conversar conmigo, anda, cuéntame todo; quiero saber de ti.

Paul sintió que su estómago daba vueltas y se sintió feliz de saber que la persona que más amaba quería saber sobre su aburrida y triste vida.

—Bueno, te contaré sólo porque tú me lo pides —comentó antes de guiñarle un ojo—. Verás...

—Espera, deja que voy a buscar mis cigarrillos y vengo.

Paul resignado frunció el ceño y asintió esperando que llegase pronto.

John buscó en su habitación asignada la mesa de noche, encendió la luz de la lámpara y en el cajón sacó sus cajetilla con cigarrillos y el encendedor con el rostro de Elvis que había comprado.

Hombre al precipicio. ❝McLennon.❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora