Capitulo 1, pag 2

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Después se quedaron callados, e intercambiaron una de esas largas y significativas miradas que no prometían nada bueno para mí. Dijeron que no querían arrastarme a Alemania con ellos, que estarían ocupados mientras estaban allí, y que querían que me quedara en un colegio norteamericano para que tuviera más posibilidades de ir a una buena universidad.
Así que decidieron que mientras ellos estuvieran lejos, me quedaría en Estados Unidos.
   Estaba tan deprimida como emocionada. Deprimida, por supuesto, porque estarían a un océano de distancia, mientras yo pasaba todos los grandes acontecimientos: preparar el examen de acceso a la universidad, buscar una facultad, el baile de graduación, completar mi colección de todos los discos de vinilo que han sacado los Smashing Pumpkins.
   Emocionada, porque supuse que me quedaría con Ashley y sus padres.
   Por desgracia, solo acerté en lo primero.
   Mis padres habían decidido que sería mejor para mí terminar el instituto en Chicago, en un internado atrapado en medio de edificios altos y hormigón; no en Sagamore, mi ciudad natal al norte del estado de Nueva York; no en nuestro arbolado barrio, con mis amigos y las personas y lugares que conocía.
   Protesté con todos los argumentos que se me ocurrieron.
   Dos semanas y casi cuatrocientos kilómetros más tarde, aquí estaba yo, sentada en la mesa de reuniones, con una rebeca y una falda tubo que no habría llevado en circunstancias normales, y con los miembros de la junta directiva de la escuela para chicas Saint Sophia, que me miraban fijamente.
Entrevistaban a cada chica que quería caminar por sus sagrados pasillos: después de todo, Dios no quisiera que una chica que no cumpliera sus requisitos entrara en la escuela.
Pero que ellos viajaran a Nueva York para verme, al parecer, se salía de lo común.

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