Capítulo 3: Timido pretendiente

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Una mueca disconforme se dibujó en los sensuales labios de Sasuke. Estaba seguro que cualquier muestra de idiotez desataría una ira letal que dudaba poder contener, mientras a cada segundo apretaba con más fuerza el enorme paquete de libros que el docente le había pedido llevar al edificio aledaño, aquel que estaba destinado a los alumnos de secundaria y se encontraba en el extremo contrario al suyo, a escasos diez minutos.

Probablemente hubiera aceptado de buena gana toda la faena, fingiendo amabilidad si tuviese que ir solo, importando muy poco tener que hacer dos viajes para llevar ambos paquetes de libros, pero para su mala suerte, era acompañado por un sonriente y cantarín Suigetsu que no dejaba de atormentarlo con sus aberrantes chillidos que según él, era la letra de una nueva canción. El chico —aquel ser o criatura frustrante que caminaba a su lado— se había autoproclamado su mejor amigo un par de meses después de entrar a la carrera —lo cual seguía siendo bastante sospecho desde su perspectiva— y lo peor de todo es que asistían a las mismas clases y en los mismos horarios.

—¿Cuánto tiempo más me vas a seguir observando con admiración?

Una sonrisilla juguetona se dibujó en los labios del Hōzuki, mientras suspiraba con dramatismo al observar el amplio e imponente cielo bañado de preciosos tonos anaranjados y amarillos que se mezclaban con sutileza, hasta formar una cascada de colores vibrantes que daban paso al amanecer. Una vista realmente maravillosa que estaría encantado de disfrutar, aunque se obligó a fijar su mirada en los intimidantes ojos negros de Sasuke, poseedores de un matiz sombrío y fiero que mantenía alejados a todos, menos a él, aunque más allá de eso era capaz de apreciar una profunda tristeza que empañaba su alma.

—No seas engreído, Uchiha —le dedicó una amplia sonrisa de dientes afilados—, me preocupo por mi amigo que parece querer echarse a llorar en cualquier momento.

—Que te den.

—Estaría encantado, pero… —su rostro se transformó en segundos, mostrando una expresión seria e intimidante— eres mi amigo y sé que algo tienes.

—No es nada.

Dio por terminado el tema, mientras avanzaba más rápido con la intención de alejarse de Suigetsu y su facilidad para interpretar sus inexistentes gestos. Si, era verdad y comenzaba a creer que aquel molesto chico era su amigo, sin embargo estaba a años luz de poder confiar en él. Sus recuerdos eran un constante tormento en más de un sentido,  le provocaban una sensación de vulnerabilidad y pérdida que lo dejaban abatido, desorientado y con un intenso vacío, uno tan grande que sentía romperse algo dentro de él, algo que jamás podría recuperar ni componer.

No estaba listo, pensó. Y probablemente nunca lo estaría, al menos no lo suficiente para revelar aquello que lo atormenta y lo deja en vela la mayor parte de la noche. Sus miedos eran suyos, y así sería siempre, porque nadie podría comprenderlos, y dudaba sobre si deseaba que alguien lo hiciera.

Fue en ese preciso momento cuando lo vio. La oscuridad que empezaba a rodearlo se disipó con un viento cálido, teñido de una embriagadora esencia que eran como una caricia a sus sentidos. Cerró los ojos e inhalo con fuerza el aroma de miel caliente y té de canela que estaba seguro, provenía de aquel precioso doncel sentado bajo la sombra de un inmenso árbol de cerezo, a escasos tres metros de donde se encontraba.  

Era la misma belleza del día anterior, sin embargo, no había tenido la oportunidad de admirarlo como era debido, y si en esta ocasión podía, era gracias a que estaba profundamente dormido, sosteniendo un pequeño libro entre sus delicadas manos, tan frágiles como todo él. Su cabello era de un dorado imposible, ligeramente largo y rebelde el cual sostenía descuidadamente en una trenza que descansaba sobre su hombro izquierdo, mientras los mechoncitos de su frente se movían al compás del viento, acariciando su tierno rostro.

Amante inocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora